Una narrativa potente

Por Clara Medina
05 de Abril de 2015

El suspenso es la clave de la novela Distancia de rescate, de la escritora argentina Samantha Schweblin, publicada el año pasado. Es en la forma narrativa, en la estructura y en la acción dosificada que esta obra se sostiene. Sin estos ingredientes la historia no causaría el mismo impacto, pues lo que se cuenta no es nada extraordinario. Es la autora quien lo hace extraordinario con su solvencia, con lo cual se confirma que todos los temas, si son bien escritos y planteados de una forma original, son buenos para la literatura.

La anécdota más bien es simple: una mujer de ciudad llamada Amanda llega a vacacionar a una zona rural, junto con su pequeña hija Nina, y tiene como vecina a Carla y a su pequeño hijo David. Lo que Amanda no sabe es que ese pueblo está contaminado. Hay en este sustancias tóxicas que matan no solo animales y plantas, sino que atacan también a las personas y les causan deformidades y manchas en la piel. David es una de las víctimas. Es eso lo que se cuenta, pero de manera tal que se lee esta obra como si se asistiera a un filme de suspenso. El lector se mantiene en permanente tensión, como si algo insólito, insondable, terrorífico, se acercara, cuando en realidad todo ya ha sucedido.

La historia se cuenta a dos voces: la de David, quien a pesar de su corta edad sabe lo que pasa, y Amanda, la recién llegada al campo, que parece ignorar absolutamente todo y que ha sido víctima también de la intoxicación, al igual que su hija. En ese hilo narrativo y dialogal se sostiene la trama, de principio a fin. Se abordan, a más del tema de la contaminación ambiental y de la indefensión en que se encuentran los seres humanos –nadie hace nada, no hay médicos en la zona–, aspectos como la maternidad, la infancia, las supersticiones, el miedo.

Vemos en esta historia a dos madres que siempre están pendientes de sus hijos: Amanda, que quiere tener cerca a su hija Nina para cuidarla de cualquier peligro –esa distancia que media entre ella y la niña es lo que llama “distancia de rescate”– y que sin embargo no puede protegerla ante la contaminación, ante lo cual se siente culpable; y Carla, que tampoco puede hacer nada para mantener protegido a su hijo, pero que en una demostración de amor, de entrega y como una última opción de salvación acude con él, intoxicado, a la Casa Verde, para que le hagan una transmigración, un acto sin base científica, que supuestamente le ayudará a enfrentar el mal. Quizá un recurso ante la desesperanza, acaso un acto de superstición.

La novela toca temas de profunda actualidad como la contaminación ambiental y sin embargo no se convierte en un panfleto, porque la autora echa mano de un recurso narrativo que se aleja de la obviedad y eso enriquece la obra. Hay otro elemento que inserta: una cierta fascinación de Amanda hacia Carla y esa fascinación a veces se convierte en repulsión, lo que las hace figuras complejas. Distancia de rescate es una novela corta en la que no hay un final alentador. Indica que todo sigue igual, que nadie hace nada por el planeta, este espacio que cada día se torna menos habitable, menos seguro. Y, sin embargo, ahí estamos, habitándolo. Salí satisfecha de haber transitado por una novela tan potente, con la que una se conecta desde lo sensorial más que desde lo racional. (O)

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