Una historia en el bosque

Por Clara Medina
15 de Junio de 2014

Caballos en la niebla, la primera novela de Juan Carlos Moya, no se desarrolla en la ciudad. Elige como escenario el bosque. Pero aunque el protagonista, Lucas, vive en el campo, la historia remite a la ciudad, a su forma de vida, a su asfixiante realidad. Lucas huye del cerco de cemento y de la rutina laboral en oficinas desteñidas, del contacto obligado con compañeros y gente por la que no guarda aprecio, y se instala en un lugar alejado como guardabosques. Cambia su faz de autómata oficinista por la de un cuidador, en medio de la naturaleza, los árboles, la calma, el silencio. Y la sola compañía de un perro: Apache.

Lucas huye también de sus recuerdos: su padre se suicidó cuando él era apenas un niño. Y desde entonces habita en su cabeza el miedo, la sensación de fracaso, de desamparo, la idea de la muerte. Ya adulto, es un hipocondriaco solitario que pasa sus días autocompadeciéndose y luego imaginando su propio fin. Piensa en el suicidio y lo planifica para cuando cumpla 50 años. Lo hará, según sus cálculos, justo en el día de su cumpleaños.

Moya, periodista y escritor ecuatoriano, quien entre sus logros exhibe haber asistido a una beca de estudios con el periodista Ryszard Kapuscinski en Buenos Aires, entrega una lograda primera novela, que sale a la luz con el sello Seix Barral.

Caballos en la niebla es una historia corta, de 154 páginas, en la que asistimos a la mutación de Lucas: de hombre de ciudad a hombre de campo y de una persona sin mayores metas, afectos, ni ambiciones, a un ser descuidado y enfermo, para el que la única redención posible es la muerte. Sin embargo, acontecimientos inesperados quizá trastoquen su plan y harán emerger en él sentimientos como la compasión y la solidaridad. O incluso una cierta simpatía por la vida.

En esta novela un tanto desesperanzada se narra, asimismo, de forma paralela, la historia de tres asesinos, que en un momento entrecruzarán sus destinos con el de Lucas. El perro Apache permanece como símbolo de bondad y lealtad dentro de la narración, en la que también cobra importancia un vendedor que se desplaza en motocicleta, apodado el Árabe.

¿Y por qué esta novela puede interesar? Porque sus personajes no permanecen estáticos. Van revelando diversos aspectos de sus personalidades y de sus sentimientos y pensamientos a medida que avanza la historia. Y porque están construidos con matices, de manera que hasta en el más malo puede colarse un atisbo de afecto o nostalgia por el hijo o la familia.

En la narrativa detallista se intuye la mirada de un cronista (Juan Carlos Moya lo es; obtuvo el Premio Jorge Mantilla Ortega por el conjunto de crónicas El oficio de vivir) que describe escenarios, sensaciones, emociones. Los lectores nos desplazamos así al bosque, a las montañas y quebradas, a los árboles, al silencio de la noche. A la oscuridad. A la lluvia intensa. A los amaneceres. Y entre tanta naturaleza, esta historia de tono gris, de enfermedad, de soledad y pesimismo, que el autor convierte, pese a todo, en entrañable.

claramedina5@gmail.com / @claramedinar

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