Un busto para la posteridad

Por Hernán Pérez Loose
03 de Marzo de 2013

Cuentan que Tales de Mileto, uno de los fundadores de la filosofía occidental, junto con Parménides y Heráclito, abstraído y meditabundo, caminaba mirando las estrellas cuando de repente cayó en un pozo del que no se había percatado. Una criada doméstica que pasaba por allí cerca no pudo evitar soltar una carcajada ante semejante paso en falso. Hay ciertamente algo de cómico en la pretensión de los filósofos de comprender el universo, señala Fernando Savater en el prólogo de su reciente obra, El traspié (editorial Anagrama. Barcelona, 2013), que hoy comentamos.

Originalmente preparada como guion de una pieza en un solo acto para la televisión española, El traspié es una suerte de comedia filosófica en la que se narra una conversación entre el filósofo alemán Arthur Schopenhauer y la joven escultora Elizabeht Ney. El diálogo se desarrolla en 1859, en el departamento de Schopenhauer, en Fráncfort, mientras este posaba para ella, quien daba los últimos retoques a un busto suyo.

Ney: “Un poco de paciencia todavía, señor doctor. Ya estoy dando los últimos toques”. Schopenhauer: “No tengo prisa, mademoiselle. Estoy acostumbrado a esperar ¡He esperado tanto tiempo! Me había resignado ya a pensar que toda mi fama debía ser póstuma, pero, según parece, aún va a darme la vida ocasión de asistir a su comienzo...”. Así comienza el diálogo que se prolongará por toda la tarde entre la joven artista y el anciano filósofo. 

A lo largo de la conversación afloran ciertas ideas del pensamiento del filósofo alemán, así como algunas anécdotas de su vida, todo ello con ciertos ribetes cómicos.

Pocos filósofos (especialmente alemanes), como Schopenhauer, tienen obras de tanta profundidad como es El mundo como voluntad y representación, escritas en un estilo claro, hermoso y lleno de imágenes impactantes que dejan como hechizado al lector.

Thomas Mann recuerda haber comprado a un anticuario los libros de Schopenhauer a un buen precio, más con la intención de adornar su biblioteca que de leerlos. Hasta que un buen día “llegó la hora en que me decidí a leerlos, y así leí día y noche, como sin duda solo se lee una vez en la vida”. Según el autor de La montaña mágica, la lectura de Schopenhauer es solo comparable con “la conmoción que en el alma joven produce el primer conocimiento del amor y el sexo”.

Borges admitió que aprendió alemán para leer a Schopenhauer en su idioma original. Nietzsche, Goethe, Freud, Wittgenstein, Pío Baroja, entre otros, también sucumbieron a la prosa del huraño filósofo alemán.

Ojalá que la breve comedia de Savater sirva como invitación para leer a este singular pensador.

hernanperezloose@gmail.com

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