Para nombrar lo innombrable

Por Clara Medina
15 de Diciembre de 2013
Foto: Gianmarco Farfán

FOTO Gianmarco FarfanLa gran literatura convierte la historia personal en una experiencia colectiva, escribe el poeta español Luis García Montero. Y es eso lo que logra Piedad Bonnett en su libro Lo que no tiene nombre, una obra íntima, honda, dolorosamente bella, en la que aborda el suicidio de su hijo Daniel.

La autora colombiana, poeta, ensayista, novelista y catedrática universitaria, se decanta, esta vez, por una obra que es memoria, ensayo, testimonio, confesión, poesía, reflexión. Todo, aunado en un texto breve (130 páginas) y poderoso, dividido en cuatro partes (Lo irreparable, Un precario equilibrio, La cuarta pared y El final), en el que Bonnett, quien ha elegido el yo como voz narrativa, cuenta la enfermedad de su hijo (sufría de esquizofrenia) y el suicidio, en el 2010, mientras cursaba una maestría en Estados Unidos.

Daniel tenía entonces 28 años. Era pintor. Era joven. Era talentoso. Y, sin embargo, las sombras de la enfermedad lo acosaron. Lo arrinconaron. Y un día de mayo, mientras la madre en Colombia convalecía de una operación y procesaba la grata noticia de un premio literario, en Estados Unidos el muchacho decidía lanzarse al vacío desde la terraza del edificio donde habitaba.

Bonnett reconstruye ese hecho. Lo cuenta con minuciosidad. Y viaja al inicio de la enfermedad de su hijo (de la que pocos sabían, porque la sociedad estigmatiza a los diferentes), a los miedos internos y a las inseguridades que cercaban al joven, y a la certeza que a ella le daban los médicos que lo trataban, de que el chico podía llevar una vida casi normal.

La escritora, con una hondura y una sobriedad que conmueven, logra adentrar al lector en un terreno privado. En la sensación de incertidumbre, de pérdida y vacío, y hacer de esa experiencia y esa historia no un lamento estridente, sino un relato reflexivo y poético. Sereno y bello. Personal y, a la vez, colectivo. Convoca a autores, los cita y junta literatura con vivencias íntimas y familiares.

Conocemos así, a través del relato, a sus hijas, a su nieta, a su esposo, a sus padres. A su hijo ausente. Nos acercamos a la angustia. A ese dolor tan suyo. A esa circunstancia que como bien lo expresa el título del libro, no tiene nombre. Y no podemos salir de estas páginas sino agradecidos con Piedad Bonnett, por atreverse a ponerle palabras a eso que muchas veces se calla. A eso que no se nombra. “He tratado de darle a tu vida, a tu muerte y a mi pena un sentido. Otros levantan monumentos, graban lápidas. Yo he vuelto a parirte, con el mismo dolor, para que vivas un poco más, para que no desaparezcas de la memoria. Y lo he hecho con palabras, porque ellas, que son móviles, que hablan siempre de manera distinta, no petrifican, no hacen las veces de tumba. Son la poca sangre que puedo darte, que puedo darme”, dice al final.

claramedina5@gmail.com
Twitter: @claramedinar

  Deja tu comentario