Mis preferidos del 2013

Por Clara Medina
29 de Diciembre de 2013

Cada fin de año conlleva la idea de cierre de un ciclo y el inicio de otro, que, casi siempre, deseamos más próspero, más armónico.

Y, asimismo, conlleva la idea de balance, de resumen, de mirar brevemente atrás, para dimensionar lo que logramos, lo que vivimos o lo que no hicimos. A mí, por ejemplo, me queda la satisfacción de haber leído bastante en este 2013, pero también la certeza de que es mucho más lo que se me ha quedado sin leer. Por más que tratemos de estar al día con lecturas, de dedicar buena parte del tiempo a esta feliz actividad, es imposible leerlo todo. De tal manera que siempre habremos leído solo una parcela de lo mucho que se publica.

De ese pequeño número de libros leídos este año, tres me han conmovido profundamente. El primero es El insólito peregrinaje de Harold Fry, la novela debut de la escritora británica Rachel Joyce. La caminata que emprende Harold, un jubilado, es una metáfora y es a la vez una reivindicación de la vida, de los afectos, de la amistad, de los detalles. Es una invitación a que hagamos un alto y nos preguntemos si estamos satisfechos con la vida que vivimos.

El segundo es La ridícula idea de no volver a verte, de la escritora española Rosa Montero. La obra surge del luto por la muerte de su esposo. Falleció de cáncer luego de una prolongada enfermedad. Pero Montero no habla solo de él y de ella. Tiende puente con otra pareja (Marie y Pierre Curie, los premios Nobel de la ciencia) para encarar su propio duelo y reflexionar sobre la vida, el amor, el trabajo, la condición femenina, la familia o las coincidencias felices que nos regala la existencia. El volumen es una especie de memoria, de ensayo, de crónica, un cruce de géneros.

También un cruce de géneros es Lo que no tiene nombre, de la escritora colombiana Piedad Bonnett, el tercer libro de mis afectos. Es una obra íntima, dolorosamente bella, en la que aborda el suicidio de su hijo Daniel, quien padecía de esquizofrenia. Con una hondura y una sobriedad que conmueven, Bonnett logra adentrar al lector en un terreno privado. En la sensación de incertidumbre, de pérdida y vacío, y hacer de esa experiencia y esa historia no un lamento estridente, sino un relato reflexivo y poético. Sereno y bello. Personal y, a la vez, colectivo.

Y un libro que me impresionó gratamente –esta cuarta obra la leí con alegría–, por la frescura y por la apuesta arriesgada e impugnadora es Las memorias de Andrés Chiliquinga, del escritor ecuatoriano Carlos Arcos Cabrera. Es una novela para público juvenil, que desde el presente tiende un diálogo con Huasipungo, de Jorge Icaza, obra de temática indigenista, tal vez la más difundida de las letras nacionales. El volumen de Arcos repasa acontecimientos recientes del Ecuador y en especial del movimiento indígena, y vuelve a la obra de Icaza desde una perspectiva actual. Es, además, un texto muy lúdico.

Ojalá que el 2014 esté lleno de libros. Y de tiempo para leerlos. Les deseo un año de buenas lecturas. Un abrazo para todos.

claramedina5@gmail.com
Twitter: @claramedinar

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