José Saramago vivirá en sus personajes. En la familia Algor, de La Caverna; en ese hombre que con asombro descubre que tiene un doble, de El hombre duplicado; en la mujer de Ensayo sobre la ceguera, que sigue viendo y es una especie de guía cuando todos se vuelven ciegos; y en muchos otros seres nacidos de su imaginación. Vivirá en cada uno de sus libros. En cada reflexión.
Y para quienes admiramos al fallecido autor portugués, Premio Nobel de Literatura 1998, ha sido un verdadero regalo el libro El último cuaderno, editado por Alfaguara. Es un volumen de 278 páginas, que reúne los textos que Saramago escribió para su blog desde marzo del 2009 hasta junio del 2010.
La obra, de pasta de color verde, cuenta con una conmovedora introducción de Pilar del Río, la viuda del escritor. Sabido es que entre ellos, a más del amor, había una complicidad laboral. Saramago escribía en portugués, y su esposa hacía una traducción casi simultánea de los textos al español.
El volumen trae, además, un prólogo escrito por el semiólogo y novelista Umberto Eco. Esos dos textos, junto con la palabra siempre reflexiva y profunda de Saramago, vuelven este libro entrañable. Nos da cuenta de las preocupaciones y de las alegrías del autor de El evangelio según Jesucristo, en la última etapa de su vida. Falleció el 18 de junio del 2010, a los 88 años.
Son textos cortísimos, pero esa escasez de extensión es compensada con la variedad de temas que aborda y por la constatación de que incluso en lo breve se puede ser profundo. Habla de escritores como Mario Benedetti o Ernesto Sábato, de sus gustos literarios, de la migración, de gente que fue conociendo a lo largo de los años, de los acontecimientos políticos y sociales. Del día a día. Es un abanico. Una especie de bitácora.
Uno de los textos más bellos es el titulado Historias de la emigración, que consta en la página 180 y que nos recuerda que todos hemos sido migrantes o provenimos de migrantes. “Que tire la primera piedra quien nunca haya tenido manchas de emigración ensuciándole el árbol genealógico”, refiere el escritor en el párrafo inicial. Otro artículo que disfruté fue el dedicado a Ernesto Sábato. Cuenta que fue en Lisboa, cuando él era veinteañero todavía, que un amigo le habló por primera vez del escritor argentino y de su novela El túnel. Por entonces, principios de la década del cincuenta, dice, los jóvenes intelectuales portugueses miraban hacia Francia y pocos hacia Latinoamérica. Aún no había estallado el boom de la literatura latinoamericana.
Asimismo, relata cómo fue que escribió un libro infantil que se titula La flor más grande del mundo, que en sus inicios fue denostado por un niño lector, lo cual lo convenció a él de que no sabía escribir literatura para chicos, y con el tiempo la obra se convirtió en un filme que incluso recibió premios. Este es el Saramago que se halla en El último cuaderno, libro que es una especie de memoria de un hombre que trascendió a través de la palabra.