Juego literario

Por Clara Medina
25 de Enero de 2015

Aunque La hora de la estrella, novela de la escritora brasileña Clarice Lispector (1920-1977), habla de Macabea, no es esta joven mujer la protagonista de la obra. El personaje principal es el narrador, un escritor de nombre Rodrigo S.M., que crea, que imagina, que da vida a personajes, que decide sus destinos. Es esta una obra sobre la escritura y sobre la creación literaria.

Desde el principio ingresamos en el juego: el autor personaje, en una especie de dedicatoria, habla de su libro. Del libro, de los personajes. En suma, de esa actividad que lo redime y que hace que su vida no sea tan plana. Más adelante confiesa: “Ya no soporto la rutina de ser yo, y si no existiese la novedad continua que es escribir, me moriría simbólicamente todos los días”. Pero no son la escritura y la creación territorios fáciles. Son terrenos áridos, a los que hay que introducirse con cuidado, de manera sigilosa. El material básico es la palabra y “esta no puede ser adornada y artísticamente vana, tiene que ser solo ella”.

Rodrigo tiene poco éxito y pese a ello escribe. “Mientras tenga preguntas y no tenga respuestas continuaré escribiendo”, sostiene el autor, que con esta frase le otorga un lugar clave a la literatura y al ejercicio de escribir como un espacio de reflexión. Busca la llaneza y sabe que cuando escribe no miente, porque intuye, como Vargas Llosa, que esas mentiras que son las ficciones, son, en esencia, verdades. Él crea a Macabea, quien al final muere, pero al morir ella, muere también de alguna forma el autor, porque el escritor existe en la medida que escribe, que crea.

¿Quién es Macabea? Una brasileña norestina, una joven pobre, virgen, que es solo silencio, que vive para sí misma, como si el mundo le importara poco, o como si nadie se diera cuenta de que existe. Es el equivalente de “un café frío”. No tiene padres y la tía que la crió, ya murió. No se pregunta quién soy. Vive ligera, casi de manera imperturbable. Trabaja como mecanógrafa y comparte una minúscula habitación con cuatro compañeras. Su secreto deseo es parecerse a Marylin. Además, conoce a un hombre –Olímpico–, con el que podría decirse que tiene un romance, aunque él luego la traiciona con Gloria, compañera de trabajo de Macabea. Pero ¿Qué es el amor? ¿Cómo lo entiende Olímpico? ¿Cómo lo entiende Macabea? ¿Qué tienen en común? ¿Qué los distancia? Son pobres. Él quiere ser reconocido, poderoso. Ella, en cambio, no lo sabe. O quizá sí lo sabe y no sabe que lo sabe.

Lo interesante de esta historia es que siempre muestra que es una ficción dentro de la ficción. El narrador construye la novela ante los ojos del lector, como el chef que mezcla los ingredientes en presencia de los comensales. Y así como de esa mezcla de productos emerge un plato, de la unión de las palabras sale esta pieza.

Detrás de este autor de papel está otra mano: la de la autora de la vida real, la que está instalada fuera de la ficción, atrás del telón. Ella es Clarice Lispector, que entrega una obra experimental, en la que explora la vastedad de la literatura y del proceso de escribir. A través de una construcción masculina, indaga, además en temas como los estereotipos sobre la escritura de mujeres, el lugar de la mujer, la soledad.

Esta obra rezuma vida: soledades, silencios, abandonos, invenciones… Porque, finalmente, ¿Qué es la vida? “Es un puñetazo en el estómago”. claramedina5@gmail.com

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