Gabo, entre la ficción y el poder

Por Hernán Pérez Loose
27 de Abril de 2014

Portada del libro escrito por el Nobel colombiano. Fue publicado en 1975.El poder de la ficción o la ficción del poder. Entre las múltiples caras de ese infinito poliedro que es la obra y personalidad de Gabriel García Márquez (1927-2014), la de su relación con el poder, y concretamente con el poder político, y la de este con su obra literaria ocupa sin duda un lugar importante en la vida de este gran poeta y periodista que acaba de fallecer.

El expresidente mexicano Carlos Salinas de Gortari en una reciente entrevista a raíz de la muerte de García Márquez, con quien mantuvo amistad, señalaba que más era el poder el que buscaba al escritor colombiano y no al revés. Recordaba que “en esa circunstancia especial” García Márquez tenía “la cualidad especial de buscar la concordia, de lograr la armonía donde había diferencia”. Es decir, lo opuesto a lo que hacen los típicos políticos latinoamericanos.

Pero quien buscaba a quién, si el poder al poeta o el poeta al poder no es tan sencillo de definir como Salinas de Gortari parece creer. García Márquez sentía por encima de todo una gran curiosidad por el poder. Como todo periodista, el poder le era inevitable. Su obra literaria está marcada evidentemente por ese zoológico de dictadores que nuestra América Latina es tan generosa en producir y sus pueblos tan prestos a cosechar.

El Otoño del Patriarca, por ejemplo, no podría leerse al margen del dictador venezolano Pérez Jiménez cuya caída ocurrió mientras García Márquez vivía en Caracas. Y qué no es el final de Cien años de soledad sino el trágico presagio de un continente dominado por esos vendedores de ilusiones que desfilan por sus páginas: “desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Tema que décadas más tarde volverá a surgir cuando al terminar una entrevista que le hiciera a Hugo Chávez a insistencia de Fidel, el nobel escribiría que le parecía haber conversado a gusto con dos hombres opuestos. “Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista que podía pasar a la historia como un déspota más”.

Afortunadamente, la curiosidad de García Márquez por el poder no terminó condenando su ficción al servicio del poder. Y probablemente allí radica otra faceta de su grandeza literaria.

hernanpereloose@gmail.com

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