Mundial del tatuaje en París

14 de Abril de 2013
  • Desde Japón. Horiyazu (d) y un cliente en el Mundial de Tatuaje de París.
  • Récord. Louise Schiffmacher tiene en su lista a clientes célebres.
  • Creación. Obra de Lea Mahon.
Texto y fotos: María Inés Plaza Lazo, especial para La Revista desde París

Del 22 al 24 de marzo se celebró, luego de trece años, el segundo Mundial de Tatuaje, evento que invita a los renombrados artistas de todo el mundo a estar de paso, para dejar imágenes sobre la piel de los aventurados.

“El tatuaje está lleno de piratas” (Tattooing is full of pirates), dice Valerie Vargas, la célebre joven tatuadora del estudio Frith Street de Londres. Pregunté si podía fotografiar sus tatuajes y dijo que no, puesto que aseguró que hay una cantidad de gente copiando su estilo y motivos, y esos tatuajes son suyos, no quiere verlos en ninguna otra parte que su piel. Vargas, conocida por su destreza para un acabado impecable de rostros femeninos, ofrece a cambio de la copia ilegal de su trabajo, la venta de flashes: bocetos de sus dibujos que ella autoriza a través de la venta su reproducción.

Flashes de todos los artistas que conformaron el Mundial de Tatuaje 2013 de París (en la tercera edición de la convención mundial) se pudieron adquirir en diferentes precios y tamaños. Hay que tomar en cuenta que estos son una adquisición diferente, que no es lo mismo que comprar una camiseta o un sticker para los fans del tatuaje, que no se trata únicamente de una edición anexa a la praxis principal: los flashes son parte de la tradición que en sí representan estas imágenes indelebles en la piel, un souvenir. La palabra, un sinónimo afrancesado de un recuerdo, de lo irrepetible, amarrada a la noción de los viajes, es un atributo principal del tatuaje occidental del siglo XX.

Primeras cicatrices

El tatuaje fue para Europa, en época de conquistas coloniales, una de las tantas maravillas desconocidas de las culturas “exóticas” que luego iría arbitrariamente a ocupar. Los primeros en relatar sobre los ornamentos en la piel fueron los viajeros James Cook, Jacques Bougainville y Georg Foster, para luego llevar ejemplos de vuelta a Europa de hombres tatuados como el príncipe Jeoly, Omai, y mostrarlos en espectáculos llenos de pathos, la fisonomía perfecta de aquellos del aún desconocido “nuevo mundo”. Pero mientras

los investigadores de la Colonia creaban una idea del tatuaje como un ideal del lenguaje “primitivo” de culturas “primitivas”, son los marineros los que, careciendo de una opinión para la sociedad victoriana, imitaron la técnica para tatuarse no los mismos ornamentos, pero sí sus propias representaciones de nostalgia y deseo de regresar al puerto de donde partieron.

Corazones, nombres, gorriones en vuelo, refranes serán los motivos que irán desarrollando una iconografía transcultural; ya no se trataría de un ornamento como lenguaje propio de alguna etnia en el mundo, sino de una práctica moderna, es decir, una práctica que se concentre en el ser humano y su experiencia individual. Ya no se trataría de igual manera del cuerpo ornamentado como mensaje, sino el cuerpo como portador y medio de diálogo entre las memorias personales y las personas alrededor.

De manera indocumentada vive el recuerdo de un estancamiento del tatuaje; la disciplina del cuerpo social dentro de los sistemas de extrema derecha e izquierda no permitirá que esta práctica se desarrolle como ejercicio creativo. De un renacimiento del tatuaje se puede hablar alrededor de 1970, cuando la filosofía posmoderna ofrece una mirada crítica a la manera en como se ha estructurado la sociedad occidental hasta entonces: el papel principal de las teorías de Michel Foucault, Jacques Derrida y Gilles Deleuze serán los “márgenes” de la cultura, la reinterpretación de la relación entre centro y periferia, marginalización y empoderamiento, las jerarquías del pensamiento.

Tattoo-age

“Todo cambió con MTV”, dijo Louise Schiffmacher, esposa de Henk Schiffmacher (también llamado Hanky Panky), uno de los tatuadores más populares actualmente. “En los años noventa, en (el canal de televisión) MTV salió la espalda de Anthony Kiedis (vocalista de Red Hot Chili Peppers) tatuada completamente, y en la calle la gente lo reconocía por ese elemento extraño sobre la piel. Y lo reconocieron a Henk como el autor de aquello. Todo el mundo quiso entonces estar así de tatuado. Es así como de la noche a la mañana la figura del tatuador se convirtió en un rock star”, dijo. Schiffmacher se ha convertido no solo por su récord de clientes célebres, sino también por sus ambiciones intelectuales en una institución de este fenómeno. Él es autor de la Enciclopedia de tatuajes, una recopilación de métodos, nombres de tatuadores y personajes tatuados a lo largo del siglo XX.


Dato

Actualmente en Francia existen 4.000 estudios de tatuadores, pero en la década de los setenta eran 40 

El mundial no solo tuvo a Hanky Panky, sino que contó con unos 200 artistas que conforman el círculo activo internacional de tatuadores con ambiciones estéticas y quienes a su vez son visitados por cientos de personas que viajan únicamente para obtener una pieza de Lea Mahon (Bélgica), o de uno de los hermanos de la familia Leu (Suiza). También estuvieron Bill Canales (San Diego), Nikole Lowe (Londres), Ricardo y Juan JM (estudio Mao y Cathy) (Madrid), Horiyazu (Tokio).

A pesar de su alto precio de entrada (30 euros el pase de un día, unos $ 38), a la convención acudieron alrededor de 15.000 visitantes, muchos de ellos llegaron a tatuarse por su artista preferido. Tintín, tatuador parisino organizador de esta tercera convención mundial del tatuaje, expresó haber recibido llamadas de estudiantes universitarios de Antropología y Sociología interesados en visitar la convención e investigar este fenómeno cada vez más grande en este tipo de encuentros. “Actualmente el mundo del tatuaje es una ventana abierta a otras áreas de la cultura”, indicó Tintín. Actualmente en Francia hay 4.000 estudios de tatuaje, mientras que a principios de los años setenta los contados oficialmente eran 40.

‘Pour la vie / Por la vida’

Brissau Gondoline, una joven de 18 años que deambulaba con los ojos muy abiertos por los espacios donde los tatuadores trabajaron de 12:00 a 22:00 tres días consecutivos, contestó que estaba en la convención para aprender y llevarse tarjetas de presentación. Le pregunté si llevaba algún tatuaje y dijo que no, pero que esperaba viajar decidida cuando tuviera el motivo ideal para empezar. Gracias a Facebook, Instagram y demás portales de información itinerante, los tatuadores abarcan un gran espacio en el imaginario globalizado de las ciudades. Viajar a Filadelfia para obtener un tatuaje de Eric Perfect o a Roma por uno de Miss Arianna es el grand tour que en el siglo XIX significó el surgimiento del turismo internacional.

Que la base del tatuaje occidental sea cualquier imagen (y en verdad cualquiera: desde la copia del popular tatuaje de Rihanna (“East, West, Home’s best”, Oeste, Este, el Hogar se prefiere), hasta el retrato hiperrealista de un ser querido, hace que este sea incomparable a la pintura corporal de tribus de las que el tatuaje como tradición fue importado. El tatuaje de hoy se celebra como el lenguaje individual, capaz de ser decodificado de múltiples maneras, obedeciendo únicamente a la memoria personal. Lo cierto es que hoy para tatuar –como los marineros dos siglos atrás– hay que viajar, ser huésped en diferentes estudios, este oficio vive de su internacionalidad.

Como modo de empleo, el tatuaje se acopla perfectamente al ritmo en el que la información visual emigra por internet. Hoy, los ojos consumen imágenes de todos lados, en un sistema de links; una imagen lleva a la otra. El tatuaje contemporáneo consiste en una dinámica similar; uno puede a través de la imagen eternizada sobre la piel volver a memorias fortuitas y a su vez pensar en el presente diálogo que se tiene sobre ese mismo tatuaje. O se piensa en el próximo tatuaje por adquirir. Hanky Panky lo dijo: “Un tatuaje o dos están bien. Pero si llegas al tercero ya no hay vuelta atrás”.

 

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