El arte bajo la sombra del poder

Por Hernán Pérez Loose
05 de Junio de 2016

El 26 de enero de 1936 fue un día muy especial en la vida de Dmitri Shostakóvich, el célebre compositor ruso. Esa noche se presentaba en el Teatro Bolshói de Moscú la ópera Lady Macbeth de Mtsensk, una composición de su autoría.

Inspirada en la obra homónima de Nicolai Neskov –no confundirla con Macbeth de Verdi–, la ópera de Shostakóvich se sale de los parámetros convencionales, tal como eran las composiciones musicales de este genial artista. La obra se desarrolla como un experimento musical de acción cinematográfica, y narra el amor de una mujer solitaria en la Rusia del siglo XIX con uno de los sirvientes de su esposo, y el trágico suicidio de ella.

Si bien la ópera ya había sido inaugurada dos años atrás en Leningrado, la noche de su presentación en la ciudad rusa iba a tener una significación especial para Shostakóvich. El artista, que frisaba los treinta años, se había enterado de que Joseph Stalin, el dictador soviético, y sus íntimos colaboradores, estaban viendo la ópera desde detrás de una cortina del palco oficial. Sabedor que estaba siendo observado, Shostakóvich comenzó a intranquilizarse. Y de repente sucedió algo espantoso. Antes de finalizar la ópera Stalin abandonó el teatro visiblemente fastidiado.

Dos días después el Pravda, el diario estatal soviético, publicó una mordaz crítica sobre la ópera de Shostakóvich. Bajo el título de ‘Embrollo en vez de música’, el diario denunció la ópera como contraria al socialismo. El que la escucha, decía el Pravda, “es abrumado desde el primer instante... por un flujo de sonidos deliberadamente desmañado y embrollado”. El artículo citaba un comentario anónimo, que se piensa fue del propio Stalin, de que “seguir a esta música era difícil; recordarla era imposible”.

Una censura como esta constituía en la Unión Soviética una suerte de sentencia de muerte intelectual. La ópera no volvió a ser representada, y para Shostakóvich y su esposa, fue el comienzo de una vida llena de limitaciones y humillaciones, una lucha entre la sobrevivencia y la dignidad.

En su última novela, El ruido del tiempo (Anagrama. Barcelona, 2016), Julian Barnes nos narra esa batalla, la tuvo que librar Shostakóvich para vivir bajo la opresión del totalitarismo. Barnes pone al descubierto, con un estilo muy íntimo, la tormentosa relación entre el poder y el arte. Recomendamos la lectura de esta novela, así como otras del mismo autor, en especial El loro de Flaubert. (O)

hernanperezloose@gmail.com

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