Dos mujeres ‘raras’
Rara o raro es la denominación que se le endilga, comúnmente, a los diferentes. Y podría acaso tener un tono peyorativo. Pero hay que destacar que el Diccionario de la Real Academia Española acuña varias acepciones para esta palabra: “Que se comporta de un modo inhabitual”, “Extraordinario, poco común o frecuente”, “Escaso en su clase o especie”, “Insigne, sobresaliente o excelente en su línea” y “Extravagante de genio o de comportamiento y propenso a singularizarse”. Un raro es, por tanto, alguien que se sale de lo ordinario.
Podríamos, entonces, con toda propiedad y admiración, llamar raras a mujeres como Flora Tristán, francesa de padre peruano, y a Marie Curie, polaca nacionalizada francesa, quienes abandonaron el molde de su época e hicieron lo que nadie había hecho. Fueron seres excepcionales. Siguieron sus propios derroteros, por lo cual a veces recibieron vejámenes; pero hoy se las recuerda como pioneras. Tristán, mujer del siglo XIX, fue activista y precursora del feminismo y del socialismo; en tanto que Curie, científica que vivió entre finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, ganó dos premios Nobel: uno de Física y otro de Química.
Recordarlas se hace imperativo en el Día Internacional de la Mujer, fecha que se conmemora este 8 de marzo. La literatura las ha tomado como personajes y ambas están retratadas en libros de ficción que vale la pena leer. A Flora Tristán, abuela del pintor Paul Gauguin, la hallamos en El paraíso en la otra esquina, novela del nobel de literatura Mario Vargas Llosa. Uno de los pasajes que más me conmueven de esta obra es cuando Flora llega a Perú y en la casa de un esclavista, del que ella es la invitada de honor, ve a dos esclavas negras en una celda semioscura. El esclavista, con tono triunfal y con aires de superioridad moral, le cuenta: “Están aquí porque esos monstruos mataron a sus propias hijas recién nacidas”. Flora, sin empacho, sin que le importe incomodar a su anfitrión, le contesta: “Las comprendo muy bien. En el caso de ellas, yo hubiera hecho el mismo favor a una hija mía. Librarla, aunque sea con la muerte, de una vida de infierno, como esclava”. Así era el talante combativo de Tristán. Así la retrata Vargas Llosa.
A Marie Curie la encontramos en el libro La ridícula idea de no volver a verte, de la escritora española Rosa Montero. Esta obra es una especie de memoria, de ensayo, de crónica. Para construirla, la autora recurre al diario que Marie Curie escribió tras la muerte de su esposo, el físico Pierre Curie, con quien compartió su pasión por la ciencia y procreó dos hijas. A partir de ese diario, Montero reflexiona sobre su propio luto, pues escribió la obra luego de la muerte de su esposo.
En este libro vemos a una Curie adelantada para su época. Una mente brillante, pero también una mujer que se enfrentó a muchos dolores.
Se podría decir más de Flora Tristán y de Marie Curie, pero el espacio se termina. De manera que solo añadiré que acercarnos a las vidas de estas dos mujeres singulares es una forma de homenajearlas. Aunque hayan vivido en otras épocas, iluminan aún nuestro presente. (O)
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