Cuentos de Mónica Varea

Por Clara Medina
15 de Octubre de 2017

Mónica Varea es una reconocida librera. Reconocida por quienes amamos los libros. Su librería Rayuela, en Quito, es un espacio imprescindible. Allí pueden encontrarse  buenos libros, interesante conversación y hasta café. Mónica sabe de libros. Es lectora y, además, escritora. Escribe cuentos para niños. Y escribe, asimismo, columnas de opinión para varios medios de comunicación del país –entre otros, para este periódico–, en las que con un pincelazo de humor reflexiona sobre distintos tópicos.

Con algunas de sus columnas, más otros textos inéditos, ha elaborado su más reciente libro, al que ha titulado, de manera graciosa, Autobiografía no autorizada.  Es una obra de casi 300 páginas, que la autora ha estructurado en nueve partes y a la que le ha agregado un prólogo y un epílogo. Tiene un cierto orden cronológico, de modo que al leerla queda la sensación de que se ha recorrido la vida de la escritora. El lector se entera de sus orígenes latacungueños, de su apacible existencia provinciana, de su mudanza a Quito, ciudad que ha hecho suya; de su padre médico y más familiares, de sus hijas, de los amigos, entre otros muchos aspectos.

¿Es un libro de ficción? ¿De no ficción? ¿Cómo se clasifica una autobiografía? En toda no ficción hay algo de ficción. El escritor Gabriel García Márquez, en el epígrafe de su libro de memorias Vivir para contarla, sostiene: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Con esta frase, que tiene la apariencia de un juego de palabras, el Nobel de Literatura colombiano hace alusión a la memoria y su proceso selectivo. El pasado es inamovible. Un acontecimiento sucede, pero quien lo vive o quien lo presencia, al recordarlo, al narrarlo desde el presente –que es el lugar desde donde opera la memoria–, selecciona, edita, prioriza unos aspectos y desplaza u olvida otros. De manera que, como lo anota el autor de Cien años de soledad, por influjo de ese proceso selectivo, la vida termina siendo no como fue, sino como uno la recuerda.

Y esto sucede en Autobiografía no autorizada, aunque la escritora, con su característico humor, afirme al inicio de la obra, que “este relato de vida es la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad” y advierta que “algunos nombres han sido cambiados porque en estas historias nadie es inocente”.

Mónica se convierte en personaje. En la voz narradora. Selecciona algunos aspectos de su vida para contarlos. Obvia, seguramente, otros. Trabaja con la memoria, y la memoria, como bien sabemos, está hecha de  recuerdos y de olvidos. Y es  subjetiva. Desde esa subjetividad, la narradora se conecta con los lectores, para  contarnos  pasajes cotidianos, que no nos son ajenos: Todos fuimos niños alguna vez. Todos sentimos miedos. Todos pertenecemos a una familia. Todos hemos metido la pata. Lo que no siempre hacemos todos, es buscarle el lado humorístico a las situaciones. Y la autora sí. A veces con mayor éxito. En ocasiones  con menor suerte. Pero se arriesga. No teme. Ha logrado vencerse a sí misma, borrar cualquier solemnidad y fluir.  Y así nos entrega esta Autobiografía no autorizada.  (O)
claramedina5@gmail.com / @claramedinar

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