Un sueño misionero: Ruinas en América

Por Gonzalo Peltzer
01 de Diciembre de 2013

“Imagínese la misión de San Ignacio o la de Santa Ana tal como eran en el siglo XVII. Con sus patios y claustros, su colegio y sus casas de piedra, su iglesia barroca del tamaño de una catedral europea, sus columnas de lapacho...”.

Unos 30 pueblos se fundaron y florecieron entre los siglos XVII y XVIII en lo que hoy es la Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. De muchos de ellos hoy no queda nada, apenas unas ruinas en mejor o peor estado. Desde aquella época esa zona del continente se llama Misiones, pero no es la única. También hubo misiones en todos los países de la América hispana y sus vestigios van del estrecho de Magallanes a California. Son testigos conmovedores de la gesta evangelizadora de las órdenes y congregaciones religiosas que evangelizaron América, pero las de La Compañía de Jesús tuvieron un final amargo: los jesuitas fueron expulsados de todos los dominios de los reyes europeos a mediados del siglo XVIII y luego suprimidos por el papa Clemente XIV en 1773.

Recién en 1814 fueron restituidos por Pío VII, pero el daño estaba hecho: la expulsión provocó el abandono de unas cuantas misiones, pero sobre todo se abandonó a su suerte a los pueblos originarios, que quedaron a merced de la rapiña de los codiciosos. Muchos de sus habitantes volvieron a la selva para no ser capturados por los cazadores de esclavos. Y el abandono provocó la ruina, que fue el nombre usado durante años para referirse a lo que quedaba de los pueblos: Ruinas de San Ignacio, Ruinas de Santa Ana... que siguen dando testimonio del esfuerzo de los padres de La Compañía por promover a los indígenas no solo con la fe, también con las artes y las ciencias.

Es imposible juzgar los hechos de hace casi tres siglos con los estándares actuales y no pretendo discutir esas cuestiones, pero basta con recordar ahora que nadie nunca se hizo cargo ni pidió perdón por ese abandono. Pienso que puede ser una de las consecuencias impensadas de Francisco, el jesuita americano que llegó a papa. La ocasión y la oportunidad no pueden ser mejores para reivindicar la gesta de los misioneros que fundaron iglesias y pueblos por toda nuestra América. El momento es propicio para recordar un viejo sueño que alguna vez me contó monseñor Alfonso Delgado cuando estaba al frente de la diócesis de Posadas, precisamente en la provincia argentina de Misiones: reconstruir uno de los antiguos pueblos y ponerlo en valor hasta llegar a mostrarlo en todo su esplendor.

Imagínese la misión de San Ignacio o la de Santa Ana tal como eran en el siglo XVII. Con sus patios y claustros, su colegio y sus casas de piedra, su iglesia barroca del tamaño de una catedral europea, sus columnas de lapacho y los arcos de sus puertas completos, sus altares, imágenes y retablos… y con los padres de La Compañía repuestos en su colegio como genuinos intérpretes de las misiones. Además podría instalarse allí un centro de estudios que sirva a quienes investigan esa parte de la historia americana.

No hay que ir muy lejos para ver los resultados: las antiguas misiones jesuíticas de Chiquitos –en Bolivia– han sido puestas en valor con un trabajo sensacional de recuperación de sus iglesias y, sobre todo, de su maravillosa música barroca, interpretada magistralmente por los chiquitanos de hoy, pero los sacerdotes que lo hicieron son los franciscanos de Baviera. Soñaba monseñor Delgado con la confluencia del turismo y la religión a partir de una inversión perfectamente posible en muchos lugares de nuestra América. No me diga que no vale la pena soñar.

gonzalopeltzer@gmail.com

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