Policía acostado: Maldición en las vías

Por Gonzalo Peltzer
03 de Noviembre de 2013

“Significa que no cumplimos las leyes y ni siquiera pagamos las multas. A la autoridad le queda un solo modo de conseguir que vayamos más despacio: rompernos el carro, que es todo un diagnóstico de autoritarismo”.

En la Argentina les decimos lomo de burro. En Chile son lomo de toro. En Brasil les gusta lombada. En Guatemala lo llaman túmulo, que es la tierra que sobra cuando se cubre una tumba. En Colombia y México lo llaman como en el Ecuador, policía acostado (con su variante serrana de chapa acostado), que tiene la connotación más precisa de reductor de velocidad, como han empezado a llamarlo –evitando las metáforas con animales– las autoridades municipales, provinciales y nacionales de todo el continente.

Los hay de todos los tamaños. Grandes y amesetados, a los que el auto se sube y se baja como de una montaña rusa. Redondos y altos, que más que vigilantes parecen elefantes acostados y tocan la barriga del auto con el consiguiente daño a todo lo que hay ahí abajo. Y están los bajos y aplastados por las huellas de los camiones, pero en el medio les queda una nariz que va directo al cárter. Algunos están tan reventados como una boa que se cruzaba por el camino distraída.

También hay unos socotrocos redondos como pelotas de hierro puestas en fila para destruir hasta un camión con acoplado. Y últimamente han aparecido botones amarillos de plástico bien duro abulonados al pavimento que descuajeringan el auto más pintado: hay que parar a ajustar los tornillos si uno no quiere perder piezas importantes de la carrocería. Entre tanta variedad, los que son mortales son unos filos amarillos, que parecen cuchillos a medio enterrar. Esos te dejan las llantas cuadradas.

Cuando ponen lomadas, suelen pintarlas y acompañarlas con carteles que advierten que viene uno de esos. Pero ya se sabe, los carteles se caen y la pintura se gasta: entonces te sorprenden y te dejan el auto sin tren delantero.

En Córdoba hay un pueblo que tiene lomadas virtuales. Avisan con carteles amarillos que la lomada está a 100 metros, a 50 metros, a 25… pero no hay nada; igual todos paran aterrados. A veces pienso que los que sacan los carteles son los dueños de los talleres de alineado y balanceo o los mecánicos en general, porque esas lomadas desbaratan el metal finito y el plástico duravit con que se hacen los carros de ahora. Tanto trabaja la pobre carrocería de nuestros autos sin chasis que cuando paso una lomada en diagonal, parece que va a saltar el parabrisas de cómo cruje mi pobre carrito plateado.

La lomada es la maldición del subdesarrollo. Significa que no cumplimos las leyes y ni siquiera pagamos las multas. A la autoridad le queda un solo modo de conseguir que vayamos más despacio: rompernos el carro, que es todo un diagnóstico de autoritarismo. También son un termómetro de nuestra sociedad: cuantos más lomadas hay, peor nos va.

gonzalopeltzer@gmail.com

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