Ni ricos ni pobres, estúpidos

Por Gonzalo Peltzer
24 de Junio de 2018

Almorzábamos en el exclusivo Club El Nogal de Bogotá con un viejo amigo y colega periodista. Nos presentaba a un abogado que podíamos necesitar para un negocio que nunca salió, así que al abogado lo conocí en el momento de presentarnos y solo lo vi una vez más en mi vida. No me acuerdo del nombre porque se me borró el contacto del teléfono y del cerebro, pero sí me acuerdo de una frase que desde entonces retumba en mi cabeza cada vez que meto la mano en el bolsillo. La dijo cuando todos amagamos con pagar la cuenta y él ni se inmutó; solo se encogió de hombros y mientras nos rodeaba con la mirada nos lanzó: es que me he dado cuenta de que pagar empobrece...

Me acordé una vez más del abogado colombiano ante la obligación de afrontar otra crisis argentina recortando nuestros gastos. El dinero no alcanza para todo y no queda más remedio que apagar luces, poner el aire acondicionado a 24 grados, ahorrar gas, usar menos el carro y más el colectivo y las zapatillas, cambiar de marca, apretar hasta el final la pasta de dientes y pegar el jabón que se termina con el que se empieza... Y como no hay mal que por bien no venga me preguntaba si no será hora de que los argentinos aprendamos a cuidar la plata, porque nos ganamos fama de tiradores de manteca al techo y fuimos muchos años por el camino del pródigo, ese que no lleva a ningún sitio.

Conozco muchos pobres manirrotos y ningún rico que no sea tacaño, empezando por el abogado colombiano. Todas las historias de grandes ricos cuentan sus hazañas de agarrados como las del Tío Patilludo del Pato Donald. Han sido proverbiales amarretes grandes ricos de la historia norteamericana como John P. Morgan, Henry Ford, Howard Hughes, Jean Paul Getty o Nelson Rockefeller. Pero mucho más encanto tienen los gestos ahorrativos de los ricos europeos, esos que dejan los zapatos nuevos a sus criados para que los ablanden, pero luego los usan hasta que no dan más. La ropa buena pero bien gastada es un estándar del refinamiento en el Viejo Continente, igual que terminarse el plato de comida, cosa que para un americano es señal de pésima educación.

Para eso es necesario que cuidemos el dinero como quien valora lo que tiene y seguros de que si cuidamos lo chico vamos a cuidar también lo grande. El que cuida su dinero exige bien terminado el trabajo que paga; no le da lo mismo si las cosas están bien hechas o si están más o menos; pide que le cobren lo justo aunque signifique pelear por el vuelto de dos centavos; cuida la ropa para que dure hasta tres generaciones; guarda los restos de comida para el día siguiente (casi siempre está más rica), y aprende a hacer budín de pan, buñuelos de arroz, tortilla de fideos y croquetas de ayer... La ley más importante de la cocina es la de Lavoisier: nada se pierde, todo se transforma.

Al final hay que convencerse de que los que malgastan la plata no son ni ricos ni pobres: son estúpidos. (O)

gonzalopeltzer@gmail.com

  Deja tu comentario