Millennials
Millennials, así, en inglés porque en castellano no da, son los que nacieron a mediados de la década de 1980, es decir que tenían unos quince años en 2000, pero comprende grosso modo a los nacidos entre 1980 y 1995, así que hoy tienen entre 25 y 40 años más o menos.
Le voy a pasar algunas de las características de los millennials que le hacen decir a Simon Sinek que se criaron bajo estrategias fallidas de educación. No todos, claro, pero muchos de ellos sufren una enfermedad que les impide salir de la adolescencia. Sus padres los convencieron de que basta con querer las cosas para tenerlas. Algunos ganaron premios no merecidos cuando sus padres se quejaron porque no los recibían. Hasta las notas del colegio son producto de las quejas paternas y no del estudio de los hijos. Y para que no se frustren se premia también a los peores, se borraron las sanciones y las exigencias y hasta los berrinches se volvieron expresiones de estados de ánimo que conviene respetar en lugar de corregirlas con un sopapo. Al dar a todos la misma medalla devaluamos las que les damos a los mejores. Y para colmo les dijimos a los peores que eso no importa y por eso se deprimen cuando se dan cuenta de que hay que trabajar duro en este mundo competitivo y cruel donde no todo es soplar y hacer botellas.
Viven en la cultura de WhatsApp, Facebook o Instagram, en la que todo es lindo, fácil y divertido... porque es mentira. A cada cosa que hacen o dicen, 300 amigos les contestan bieeeeeeeen, qué liiiiiiiiiiiiindo, wooooow... o los llenan de aplausos, corazoncitos y pulgares para arriba. Si en nuestra generación hubiera ocurrido eso, bastaba con mandarlos a freír buñuelos por zalameros.
En las conversaciones con sus mayores, incluidos sus padres, les alcanza con la excusa “estamos en el siglo XXI” para dar por buena cualquier estupidez que se les cuestione, porque ellos son los árbitros de toda la historia. Es cierto que el mundo cambió, pero lo que cambia del mundo son los estilos y los modos y no lo esencial de la condición humana ni la realidad de lo que acontece. Cambia el relato pero no cambia la historia. El mundo de los millennials se ha vuelto un relato como el que nos acostumbró la política: ya no importa si las cosas pasaron o no pasaron porque en tiempos de la posverdad lo que importa es lo que se dice que pasó.
Pero lo peor de esta generación es la superficialidad. Nada es profundo, nada es permanente, nada es del todo en serio, no hay compromisos ni otra actitud que los gustos propios. Las conversaciones –cara a cara o por redes sociales– son colecciones de autorreferencias aburridas y superfluas. Hablan mucho porque hablan de ellos, todo el tiempo y con todos.
Puedo seguir con cientos de síntomas de esta fatiga que me causan los millennials, pero se me acaba el espacio. Déjeme repetirle que la culpa es nuestra, de los de las generaciones anteriores. Quizá estemos a tiempo de hacer algo... (O)