Personalidades que fallecieron en el extranjero y 'esperan' regresar al Ecuador

15 de Mayo de 2016
  • Los restos del Dr. Vicente Rocafuerte, quien falleció en Lima en 1847, fueron repatriados en 1884. Reposan en el Cementerio Patrimonial de Guayaquil.
  • Juan Montalvo (1832-1889).
  • José Mejía Lequerica (1775-1813).
  • Carlos Montúfar (1780-1816).
Germán Arteta

Los restos de algunos ilustres compatriotas que fallecieron en el extranjero aún siguen afuera y quizás esperan que los regresen a su tierra natal.

La reciente entrega y llegada al país de los restos de quien fuera prócer de nuestra independencia y presidente del Estado de Quito, obispo José Cuero y Caicedo (1735-1815), después de una prolongada permanencia en el Perú, motiva la revisión de una extensa lista de célebres figuras compatriotas de distintas épocas que por diferentes motivos murieron en naciones hermanas de este y otros continentes, sin que sus despojos hayan regresado al solar de origen para alcanzar eso que los humanos suelen llamar el ‘reposo definitivo’.

Muchas situaciones, entre las que constan el olvido involuntario u ‘obligado’ de las entidades vinculadas con las celebridades, la irresponsabilidad y desidia de funcionarios de los gobiernos nacionales o seccionales de nuestra vida republicana, la decisión familiar o la voluntad del difunto, la falta de recursos económicos, etcétera, fueron y son determinantes para que ocurran aquellos casos que impiden a los pueblos rendir homenaje a sus figuras tutelares al pie de sus huesos y en su propia tierra.

Aunque el caso del obispo Cuero y Caicedo, quien por ser de origen colombiano podría dar lugar a erróneas interpretaciones, el aporte del religioso que se afincó desde muy joven en la Audiencia de Quito (base del actual Ecuador) e hizo suyos los ideales de libertad que fermentaban en ella, resulta indiscutible y acrecienta la merecida exaltación a su figura. Esto es similar con los casos de muchos prohombres que llegaron de otros lares y prefirieron quedarse aquí para entregar sus mejores esfuerzos a la patria adoptiva.

Breve inventario

Entre las personalidades que nacieron en el territorio que nos identifica, pero que fallecieron lejos del amado terruño, constan el sacerdote e intelectual Gaspar de Villarroel (1587-1665), en Charcas, Bolivia; el científico riobambeño Pedro Vicente Maldonado (1704-1748) en Londres, Inglaterra; y el naturalista y escritor guayaquileño Pedro Franco Dávila (1711-1786), en Madrid, España. Los huesos de estos preclaros varones no retornaron a la patria y algunas tumbas entraron en el olvido.

Lo mismo ocurrió con el sacerdote y poeta dauleño Juan Bautista Aguirre (1725-1786), que expiró en Tívoli, Italia; con el sacerdote e historiador riobambeño Juan de Velasco (1727-1792) en Faenza, Italia, y con el pensador quiteño José Mejía Lequerica (1775-1813), en Cádiz, España, cuyos restos inicialmente a buen recaudo desaparecieron después. Igual con el patriota guarandeño coronel Manuel de Echeandía Valencia (1783-1850), en Caracas, Venezuela.

Más figuras

A la nómina anterior debemos incorporar al geógrafo quiteño Antonio de Alcedo (1736-1812), que dejó de existir en España; al filántropo lojano Vicente León (1773-1839), en Cuzco, Perú, y al poeta y periodista guayaquileño Rafael García Goyena (1776-1823), en Guatemala. Pedro Moncayo (1807-1888), periodista y escritor ibarreño expiró en Valparaíso, Chile; Pedro J. Boloña (1850-1898), médico y político oriundo de esta ciudad murió en Lima; Nicolás Augusto González (1859-1918), escritor y político guayaquileño, en Buenos Aires, Argentina.

Casos contemporáneos

En el siglo XX murieron lejos de su nación muchos valores nuestros; en lo que va del XXI ha ocurrido situación similar. Se desconoce si sus restos regresaron o continúan junto con su familia en la ciudad donde los sepultaron, o existe la idea de una repatriación. Ahí el poeta cuencano César Dávila Andrade, que murió en Caracas, Venezuela, en 1967; el pintor quiteño Camilo Egas, en Nueva York, en 1962; el violinista quiteño Enrique Espín Yépez, en México, en 1997, y el caricaturista guayaquileño Miguel Ángel Gómez, en California, EE.UU., en 1994.

Los que volvieron

En medio de inconvenientes, los restos de numerosos compatriotas fueron traídos al solar nativo para descansar y recibir el homenaje directo de sus conciudadanos. El patriota quiteño Carlos Montúfar Larrea, que se sumó a la causa de los líderes de 1809, cayó fusilado en Buga en 1816, pero sus restos regresaron en 1924; los del expresidente guayaquileño Vicente Rocafuerte, que murió en Lima en 1847, estuvieron aquí en 1884. Los despojos mortales del escritor ambateño Juan Montalvo Fiallos, fallecido en 1889 en París, Francia, llegaron a Guayaquil en igual año y pasaron a Ambato en 1932.

Los restos del santo cuencano Hermano Miguel, que murió en Premiá de Mar, España, en 1910, volvieron al país en 1937; los de santa Narcisa de Jesús Martillo Morán, que expiró en Lima en 1869 regresaron a Guayaquil en 1955 y pasaron a Nobol, Guayas, en 1972. Ismael Pérez Pazmiño, poeta y periodista orense, dejó de existir en Los Ángeles, California, en 1944, y sus despojos estuvieron en esta urbe en pocas semanas; el exmandatario Alfredo Baquerizo Moreno, falleció en Nueva York en 1951, mas, sus restos fueron traídos a su natal Guayaquil.

¿Vendrán algún día?

Lejos de su país, en Los Ángeles, EE.UU., dejó de existir el lojano exprimer mandatario Isidro Ayora Cueva, 1978; se desconoce si sus restos siguen donde los sepultaron, pues sus familiares viven allá. Similar situación tuvo el cantante vinceño Olimpo Cárdenas, que expiró en 1961 mientras actuaba en la ciudad colombiana de Tulúa y fue sepultado en Bogotá, su lugar de residencia. La soprano Teresa García Franco y la líder feminista Piedad Levi Castillo de Suro, guayaquileñas, también fallecieron en el exterior y sus restos se mantienen lejos de la patria.

Con este inventario volandero aspiramos a actualizar una lista bastante completa de quienes con su actuación en diferentes campos del saber humano ayudaron a robustecer la identidad nacional, pero que la muerte los sorprendió lejos de su patria y ello ayudaría todavía más a que la fragilidad humana nos aleje del inexcusable tributo de exaltación por todo aquello que hicieron por la patria grande y chica. (I)

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