Guayaquil fuente de inspiración

05 de Julio de 2015
  • La Calle de la Orilla vista desde el sur hacia el norte, con el Cerrito Verde en todo su esplendor. Además, las embarcaciones en las que se evidencia el comercio. 1877, Ernest Charton.
  • Vista de la Calle de la Orilla, desde el norte hacia el sur en la que se aprecia la Casa Consistorial, 1877, E. Charton, óleo sobre tela.
  • La casa de las 100 ventanas en Guayaquil. Plumilla de Roura Oxandaberro.
  • Hacia 1927 se podía observar un atracadero en el manso Guayas. Roura Oxandaberro, plumilla.
  • Playas de Villamil, el balneario de Guayaquil, óleo sobre tela (1935), obra de Roura O.
  • Galápagos, flora y margen costero de una de sus islas. Roura O., 1932.
  • Bosque de fernansánchez. Roura O., 1924, óleo sobre tela.
Giovanny Reyes Bazurto, especial para La Revista

Ernest Charton y Roura Oxandaberro registraron magníficamente el esplendor cálido y sencillo del puerto que se convertía en la gran urbe nacional.

“Guayaquil, Guayaquil pórtico de oro que a la diestra del Guayas te levantas”, la ciudad ha sido fuente de inspiración para propios y extraños, ha cautivado la atención a musas, pintores y bardos. Guayaquil nace en las faldas del Cerrito Verde o de la Culata, hoy cerro Santa Ana, es el primer asentamiento de la urbe Huancavilca (Ciudad Vieja); según historiadores es en el año 1651 que se empieza a construir la Calle de la Orilla, esa área lodosa en donde se desarrollaba el comercio guayaquileño, y la que conduciría a lo que a finales del siglo XVII se conocería como Ciudad Nueva (cuyos límites comprendían las actuales calles Illingworth, 10 de Agosto, Malecón y Chile).

En los linderos del manso Guayas

El futuro Malecón de Guayaquil es regenerado por primera vez hacia 1770, en el lado derecho de este camino se asientan muchas casas, y la Calle de la Orilla es utilizada para el floreciente flujo comercial, dedicarse a trabajar, o descansar y como un área de esparcimiento, en donde el guayaquileño se encaminaba a disfrutar del fresco de la tarde.

Pero debemos de ubicarnos en 1840 cuando se dio la visita de un aventurero francés, Ernest Chartón de Treville, provisto de cámara en mano, quien se atrevió a retratar los alrededores de este emblemático sendero anclado en los linderos del manso Guayas y así dejo plasmado en algunos óleos lo que era el Malecón de mediados del siglo XIX.

Aquellos maravillosos cuadros, que no pasaron de seis, son la prueba fehaciente de la realidad de la vida del guayaquileño en este sitio, en uno de los cuadros existentes se puede ver la casa Consistorial o Municipal, que ya posee una torre con un reloj, y también se advierte que flamea orgullosa nuestra celeste y blanco. Un tramo más adelante ondea el lábaro francés; asimismo, en la pintura se aprecian, canoas, balsas, chalupas y medianas embarcaciones. Habitantes del puerto caminan, conversan laboran y se distraen; se observan igualmente lámparas de hierro fundido para iluminar el concurrido sector. Este cuadro refleja un ángulo del Malecón en dirección norte sur.

Una aventura silenciosa

José María Roura Oxandaberro, artista catalán, autodidacta, llega a Guayaquil en 1910 cautivado por la descripción poética que le hiciera su amigo de tertulias parisinas, el bardo ecuatoriano Aurelio Falconí Zamora, sobre los paisajes perdidos, y vegetación virgen de nuestro Ecuador, fauna y flora exuberantes del Archipiélago de Galápagos. El ilustre viajero acostumbraba llegar de manera silenciosa, y empezar su aventura visitando los entornos que iban a despertar la actividad artística por lo general al aire libre, tendencia no conocida en nuestra tierra.

En una entrevista en 1916 a un medio chileno, el artista catalán respondió varias inquietudes. ¿Cómo nacieron mis deseos por venir a América? Me encontraba en París en compañía de un poeta sudamericano cuando un buen día arreglé mis bártulos y emprendí ligero viaje de equipaje con dirección a Ecuador. Llegué aquí, recorrí todo el país hice mi vida con los indios, contemplé la hermosura de las selvas de esa región, me entusiasmé con el espectáculo soberbio de la cordillera de los Andes y empecé a pintar. Ustedes comprenderán que la vida del artista es accidentada y obedece a veces a circunstancias y acontecimientos imprevistos...”.

Un artista andariego

Anduvo en la Costa y en la Sierra, buscó y rebuscó bosques, plantaciones, árboles, paisajes. En 1927 publica una serie de plumillas Del Guayaquil romántico, Quito Colonial. En 1928, soñó y fue seducido por la ecología de las Islas Encantadas, llegando a ellas en 1932, pintó la vegetación, cactus, playas, lobos y focas marinas, creando cuadros donde se refleja el cromático paisaje, sin olvidar la variedad de especies que en ellas habitan.

Este hombre de profesión químico farmacéutico se adentra en nuestros bosques con sus herramientas pictóricas y queda extasiado con el colorido follaje de nuestros árboles y así empieza a plasmar los más deseados cuadros, dibujos, acuarelas y plumillas, que hoy son apreciados y valorados por coleccionistas privados que son quienes más atesoran su magistral obra.

Pintaron a Guayaquil

Ernest Chartón y Roura Oxandaberro plasman nuestra historia en diferentes épocas, entre la variedad de sus cuadros existen dos colecciones privadas muy importantes, adquiridas de a poco, atesoradas y bien documentadas, podemos apreciar en esta crónica algunas fotografías.

Conservar una obra de Roura y Chartón representa tener la misma historia del Guayaquil de antaño, no es un adorno, tampoco un cuadro más, equivale a concienciarnos de que estamos frente a un artista que supo proyectar su huella y su estilo, siempre dejó en libertad la imaginación del alumno, para que así este pueda desarrollar su propio estilo.

Ya culminando el siglo XX, Guayaquil estuvo a merced de políticos oportunistas que abandonaron y le dieron la espalda a ese camino, orgullosamente llamado Malecón. Ya no era el sitio para caminar ni distraerse, al que la colectividad se había acostumbrado. Pasaron 450 años desde que se registrara la fundación de la ciudad, y había que emprender en el rescate y restauración de la Calle de la Orilla, a la que se debía refundar mediante la tan anhelada regeneración urbana, emprendida por la alcaldía liderada por el ingeniero León Febres-Cordero, y continuada por la administración del alcalde Jaime Nebot Saadi.

Hoy Guayaquil posee un malecón que se extiende a lo largo de más de dos y medio kilómetros de recorrido, que culminan en la calle Cuenca. Como señalamos al inicio de esta reseña, que Guayaquil se debe inexorablemente a su malecón, y como pilar fundamental de su polo de progreso y desarrollo, en este escenario se realizan actividades comerciales y turísticas, con variedad de negocios que se han instalado en numerosos espacios, complementados con áreas de esparcimiento, donde se puede apreciar el significativo legado de nuestra historia y de nuestra heredad cultural. (I)

Fotos: Colecciones privadas.

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