Teatro de los Campos Elíseos: Cumple cien primaveras

31 de Marzo de 2013
  • Inauguración. Fueron Ígor Stravinsky (compositor) y Váslav Nijinsky (coreógrafo-balletista) quienes estrenaron su obra en el majestuoso teatro en 1913.
  • Imagen del interior del Teatro de los Campos Elíseos.
  • Por dentro. El escultor Antoine Bourdelle se ocupó también de la decoración interior.
  • El edificio cuenta con tres salas de espectáculos.
  • En la sala principal, una gran sala a la italiana, el pintor Maurice Denis encoló alrededor de la cúpula largos lienzos que exaltaban las artes musicales.
  • Presentaciones. Carteles que anuncian las diferentes obras que se presentarán en el teatro.
Teresa Gutiérrez Chávez, especial para La Revista desde París / Fotos: Germán Baena

Allí se estrenó en 1913 La consagración de la primavera entre un escándalo mayúsculo en el público, por el revolucionario trabajo de dos genios: Ígor Stravinsky (compositor) y Váslav Nijinsky (coreógrafo-bailarín).

El Teatro de los Campos Elíseos cumplirá el 2 de abril el centenario de su fundación y para festejar este acontecimiento, su calendario de actividades incluye la reposición de algunas de las obras que marcaron sus primeros meses de existencia y de aquellas que en los años posteriores contribuyeron a su renombre.

Nadie olvida que el 29 de mayo de 1913 en su gran sala se vivió el mayor escándalo que se haya producido jamás en la historia de la música y la danza. El estreno de La consagración de la primavera, un ballet en dos actos, con música del compositor ruso Igor Stravinsky y coreografía de Vaslav Nijinsky, causó revuelo porque su propuesta estética daba paso a la modernidad.

El 29, 30 y 31 de mayo, a las 20:00, de ese año, la Orquesta y la Compañía de ballet del Teatro Mariinsky, una institución musical rusa creada en 1860 y considerada entre las mejores del mundo, interpretará la célebre obra en su versión original.

Entradas agotadas

No podía perder la oportunidad de presenciar una creación artística de tal magnitud, así que me apresuré a entrar en varios sitios web para tratar de hacer una reservación. Tenía la esperanza de encontrar una plaza con visibilidad a un precio razonable. ¡Qué ingenuidad!, ya todas las butacas estaban vendidas, incluso las del “paraíso” (se denomina así al piso más alto, desde la cual ni siquiera se vislumbra el escenario). Un aviso advertía, sin embargo, que aún se podían comprar entradas por ventanilla. Fui hasta allá y por supuesto que quedaban asientos libres: los de la última fila del paraíso.

Aunque resultaba tentador escuchar el concierto por solo cinco euros, no me resignaba a tener como horizonte la nuca y las espaldas del espectador de delante, y, una vez apagadas las luces, no ver el sol de La consagración de la primavera sino la noche eterna de la Consagración del solsticio de invierno en el círculo polar ártico. Se me ocurrió entonces preguntar si existían visitas guiadas del teatro, y sí las había, la siguiente estaba programada para el primer sábado de marzo.

Visita guiada

Éramos un grupo de ocho personas y el recinto fue nuestro durante tres horas. Mientras lo visitábamos, una apasionada guía nos iba explicando la historia de su construcción y mostrándonos detalles de los elementos arquitectónicos, estructurales y decorativos.

Gabriel Astruc, un promotor de espectáculos, y Gabriel Thomas, un financiero, deseaban dotar a París de un palacio filarmónico, un lugar donde en tres salas diferentes y de manera simultánea se dieran cita la música, la danza y la ópera.

Se consiguieron los permisos para edificarlo en la rotonda de los Campos Elíseos, pero un sinnúmero de problemas burocráticos llevaron al traste los planes iniciales y se lo levantó en el número 15 de la avenida Montaigne. Por cuestiones también de orden burocrático no se le pudo cambiar el nombre y siguió llamándose Teatro de los Campos Elíseos pese a estar situado a unos 600 metros de su emplazamiento original.

Como las características del nuevo terreno exigían que se redefiniera la concepción arquitectónica del proyecto, se recurrió al arquitecto belga Henry Van de Velde, quien se inclinó por una organización geométrica de ritmo ternario y una intensificación del efecto de verticalidad mediante la puesta en valor de los pilares.

Su deseo de ejecutar la obra en hormigón armado lo llevó a contratar a los hermanos Perret, arquitectos, pero asimismo propietarios de una empresa constructora especializada en dicho material. Estos decidieron modificar la solución estructural en aras de una mayor racionalidad de los gastos. La polémica estalló cuando los hermanos se atribuyeron la paternidad de la recién acabada edificación.

El escultor Antoine Bourdelle se ocupó del diseño de la fachada y la decoración interior. No faltan quienes sostienen que el Teatro de los Campos Elíseos es lo que es gracias a su magnífico desempeño. A él se deben, en efecto, los hermosos bajorrelieves en mármol blanco de Apolo y las musas en el frontispicio y las admirables pinturas al fresco que recorren el muro del vestíbulo.

El edificio cuenta con tres salas de espectáculos, en la principal, una gran sala a la italiana, el pintor Maurice Denis encoló alrededor de la cúpula largos lienzos que exaltaban las artes musicales. En uno de ellos se reconoce a Beethoven rodeado de diez musas, lo cual resulta extraño porque a nueve se elevaba el número de deidades inspiradoras de la poesía, las artes y las ciencias. La guía nos aclaró que, en realidad, esas doncellas simbolizaban las nurve sinfonías y la Missa solemnis del compositor alemán. Una enorme lámpara de techo ostenta una exquisita rosa de estilo art deco. Conforman sus pétalos láminas movibles que se abren o se cierran en función de la acústica requerida.

Una cortina levadiza formada por numerosas placas de metal recubiertas con hojas de oro cierra la caja escénica. Le pregunté a la guía dónde se hallaban los camerinos y me respondió que la exigüidad del espacio impedía tenerlos. Los artistas se arreglaban y eran maquillados entre los bastidores. Antes de partir, eché una mirada a la sala a través de una pequeña ventana abierta en la cortina de metal. Uno no siempre se encuentra al otro lado del telón.

 

Con la primavera llegó el escándalo

Y llegó la noche del 29 de mayo de 1913. El Teatro de los Campos Elíseos ofrecía en su primera temporada la puesta en escena de un trabajo original del bailarín y coreógrafo Váslav Nijinsky sobre una obra inédita del compositor Ígor Stravinsky.

Pablo Picasso, Jean Cocteau, Coco Channel, Maurice Ravel y otras figuras de talla estaban entre los asistentes.

Casi enseguida el público prorrumpió en silbidos, abucheos e insultos contra los músicos y bailarines. La partitura de La consagración de la primavera proponía armonías y ritmos a los que sus oídos no estaban acostumbrados. Stravinsky había desarrollado una composición musical donde el predominio de los sonidos de percusión y de viento sobre los de cuerda producía una sensación de imprevisión, tumulto y desorden. El solo de fagot en un registro agudo al inicio de la obra rompía con los parámetros artísticos clásicos y abría las puertas a la estética del siglo XX.

El ballet también desencadenó una profunda irritación, no tanto por su calidad coreográfica como por el subido tono primitivo-sexual de su contenido.

Camille Saint-Saëns, uno de los compositores académicos más respetados del momento, abandonó la sala diciendo que lo que había visto y oído podía calificarse como un ataque a la belleza inmutable del arte.

Tras el intermedio se desató el infierno –imagino yo que hasta en el paraíso-. Las sillas volaban desde los balcones. Una dama muy elegante se irguió en su palco de platea y asestó una sonora bofetada a un hombre que estaba aplaudiendo; otra escupió en la cara a uno de los que protestaban. Defensores y contrarios no tardaron en trenzarse a puñetazos, incluso hubo algunos que pactaron duelos para el día siguiente.

Mientras Stravinsky buscaba refugio, Nijinsky, desde los bastidores, marcaba el compás a los bailarines, ya que la barahúnda les impedía escuchar la música. Sergéi Diágilev, el empresario de los Ballets Rusos, por su parte, hacía encender y apagar las luces en un intento de aplacar los ánimos, al mismo tiempo que con gestos le indicaba al maestro Pierre Monteux, director de la orquesta, que continuara. Afortunadamente la obra solo duraba 35 minutos.

Y la primavera se consagró

Muchos coreógrafos han montado, a su modo y estilo, su propia versión. La lista es larga y las interpretaciones diversas. Cabe mencionar a Martha Graham, en Estados Unidos, 1930; Mary Wigman, en Alemania, 1957; Maurice Béjart, en Bélgica, 1959; Kenneth McMillan, en Londres, 1962; John Neumeier, en Alemania, 1972; Hans van Manen, en Holanda, 1974; Pina Bausch, también en Alemania, 1975; Stanton Welch, en Australia, 1998; Angelin Preljocaj, en Francia, 2001; y al creador asiático Shen Wei y al africano Heddy Maalem.

El Teatro de los Campos Elíseos, además de la versión de Nijinsky, presentará del 4 al 7 de junio de este año la de Pina Bausch, una danza virulenta, angustiosa y frenética, donde la tierra mojada que cubre todo el escenario irá manchando, con el crescendo de la partitura, los trajes de los bailarines. Un sacré printemps! (¡Qué primavera!).

 

EL FAUNO Y LA NINFA DE 1913

La consagración de la primavera presenta una sucesión de imágenes inspiradas en rituales paganos muy antiguos. Describe la historia del rapto y sacrificio de una doncella que debe danzar hasta su muerte a fin de obtener la benevolencia de los dioses al comienzo de la nueva estación.

Ígor Fiódorovich Stravinski (1882-1971) fue un compositor y director de orquesta ruso, uno de los músicos más importantes y trascendentes del siglo XX. Él alcanzó un lenguaje musical único pulverizando las melodías populares rusas en fragmentos mínimos para ensamblarlos como si se tratase de un collage cubista.

Por su parte, Váslav Fomich Nijinsky (1890-1950), un bailarín de ballet y coreógrafo ruso de origen polaco, fue uno de los más dotados artistas en la historia, y se hizo célebre por su virtuosismo y por la profundidad e intensidad de sus caracterizaciones. Podía realizar el en pointe (en punta), una rara habilidad entre los bailarines de su tiempo (Albright, 2004) y su fuerza para realizar saltos, que evidentemente desafiaban la gravedad, era legendaria

La coreografía de Nijinsky, por su parte, mostraba un carácter primitivo que rompía con la concepción de la danza clásica. Los bailarines se movían con los pies torcidos hacia dentro, las manos en las quijadas y actitudes insólitas cargadas de furor.

 

 

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