Reviviendo a Leonor

16 de Marzo de 2014
  • Primerísimo primer plano de la artista. La fecha y el fotógrafo son desconocidos.
  • Gran desnudo junto a un diván.
  • Autorretrato de Leonor Rosales.
  • El Pont Royal sobre el Sena.
  • Vista desde el estudio de la pintora a la cúpula Sacre - Coeur en París.
  • Desnudo de espaldas en diván (segunda versión).
  • Silla con muñeco. Las obras están registradas en el libro dentro de un catálogo razonado de 73 páginas propuesto por Castro y Velázquez.
  • Las hermanas Rosales Pareja: Isabel (izq.), Thalie y Leonor.
  • Mulata, supuestamente una de las primeras pinturas de la artista.
  • Florero con hortensias. Los desnudos, los bodegones y los retratos eran temas recurrentes en las obras de la pintora guayaquileña, exhibidas en galerías de arte parisinas.
  • Mujer reclinada tocándose la cabeza.
Gisella Quintana B.

En un nuevo libro se resucita la trayectoria de la pintora guayaquileña Leonor Rosales, el cual nos muestra un siglo después sus obras nunca antes vistas por el público.

En el libro Leonor, pintora guayaquileña, el historiador de arte Juan Castro y Velázquez redescubre las virtudes de la artista ecuatoriana Leonor Rosales Pareja de Villanueva (1892-1964), radicada la mayor parte de su vida en París y cuyo legado es prácticamente desconocido por los ecuatorianos. El texto relata los antecedentes familiares de la pintora y los senderos que la llevaron a consagrarse en la capital francesa. Igualmente, Castro y Velázquez revela la importancia de sus obras y cómo retornaron a Ecuador luego de permanecer varios años sin ver la luz, irónicamente, en una bodega de la Ciudad de la Luz.

Los cuadros nunca han sido vistos por el público, a excepción de familiares y amigos muy cercanos a la artista. Aunque no ha habido un lanzamiento oficial del libro, está a la venta en Librimundi y Mr. Books.

Leonor provenía de una familia acaudalada. Su abuelo José Rosales se destacó en el comercio guayaquileño del siglo XIX e invirtió su fortuna en productivos negocios, como plantaciones de cacao. Él se casó con Rosario Llaguno García con quien tuvo diez hijos. De ellos, Carlos Benjamín Rosales Llaguno administró los bienes del padre tras su muerte y contrajo nupcias con Josefina Pareja y Avilés en 1889. Los esposos tuvieron cinco hijos: Thalie, Leonor, Isabel, Benjamín y Gregorio.

Las ‘musas’ Rosales

Tras ocupar varios cargos públicos, Carlos Benjamín Rosales se estableció en París con su familia. Aparentemente tenían predisposición artística, ya que las tres hermanas mostraron vocación al arte: Isabel al piano, Thalie a la danza y Leonor a la pintura. Por eso fueron conocidas a inicios del siglo XX como “las tres musas de Guayaquil”.

De Isabel se conoció que fue alumna del pianista y director de orquesta Alfred Cortot, en el Conservatorio Nacional de París. Se casó con Gonzalo Zaldumbide, conocido escritor quiteño y diplomático en Francia. De ellos nació su única hija, Celia, presidenta de la Fundación Zaldumbide Rosales, institución

gestora que impulsó la publicación del libro sobre Leonor. Su vicepresidente es Benjamín Rosales Valenzuela, historiador y sobrino nieto de la artista.

Thalie, en cambio, fue una ferviente seguidora de la bailarina Isadora Duncan. Fue designada directora del instituto de baile de los discípulos de Duncan en 1928, después de un año del trágico deceso de Duncan en un accidente de tránsito.

El arte de esta pintora no es la idea de sus ojos, sino sus ojos mismos (...). El desnudo no es la idea del cuerpo, sino el cuerpo mismo palpitante. Todo lo que ella pinta no es la idea del amor, sino solamente el amor”.
Oswaldo Viteri, pintor y escultor. Abril del 2010

Las obras de Leonor

En un libro de 175 páginas, Juan Castro y Velázquez hace un compendio de casi todas las pinturas y bocetos conocidos de Leonor, creados con las técnicas de óleo y pastel. Estos fueron realizados durante nueve o diez años mientras ella vivía en Francia, tiempo en el que conoció al banquero venezolano Laureano Villanueva Astoul. Se casaron en 1924.

Las obras estuvieron almacenadas aproximadamente treinta años en las bodegas Maple de París, dado que la pintora eligió guardarlas luego del fallecimiento de su esposo en 1936. Pero más lamentable decisión fue abandonar la pintura para siempre.

A raíz de este suceso regresó a Ecuador.

Castro y Velázquez identifica al paisaje urbano, la naturaleza muerta, muñecos, retratos, autorretratos y desnudos femeninos como los temas recurrentes de las piezas, con los cuales ella exhibió en galerías parisinas. Los que más llama la atención son los desnudos, según el historiador, los cuales se destacan en calidad y número, y con los que Leonor rompió el rigor conservador de la época para una mujer latinoamericana.

Como ninguna otra mujer antes en el Ecuador, Leonor Rosales de Villanueva fue una adelantada al afrontar el mundo femenino pintándolo en su total desnudez, con una valentía y desenfado notables”, Juan Castro y Velázquez, historiador de arte.

 

El investigador

Juan Castro y Velázquez es un historiador de arte perteneciente a varias academias de la ciudad, miembro de la Bonner Amerikanistische Studien y es presidente de la Asociación Internacional de Arte, capítulo Ecuador.

Él pudo conocer las pinturas de Leonor Rosales desde muy joven. “Siempre supe de estos cuadros porque mis padres eran amigos de su única hija y yo una vez de chico los vi (...), pero la hija nunca quiso que los cuadros fueran vistos ni recibir a nadie en su casa, porque la mamá (Leonor) había sufrido este shock emocional (la muerte de su esposo) y es para ella un recuerdo triste”, explica.

Más adelante cuenta que gracias a varios encuentros y conversaciones con la descendiente de los Villanueva-Rosales durante tres años, consiguió finalmente ver las pinturas de nuevo y obtener el apoyo para publicar el libro; el fotógrafo Christoph Hirtz capturó las imágenes de los cuadros. El historiador sustentó su investigación con recortes periodísticos, fotos familiares y recuerdos de los parientes vivos.

En el libro hay dos reseñas que Leonor escribió sobre los artistas Manuel Rendón y Eduardo Solá Franco. “Esto indica que sí mantuvo un interés hacia la pintura, aunque ya no pintaba”, puntualiza.

 

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