La inocencia, en la vida y en la creación

25 de Diciembre de 2011
  • The Kid (El chiquito). El primer gran largometraje de Charles Chaplin, con Jackie Coogan.
  • Platero y yo, Juan Ramón Jiménez
  • El principito, Antoine de Saint Exupery
Carlos A. Ycaza

“Un estado del alma limpio de culpa”, dice la Real Academia de la Lengua Española en su definición de la palabra. Pero en el espíritu de cada ser humano la inocencia se transforma en los actos más imprevistos y en obras artísticas que ahora son inmortales.

“En cada hombre descansa el alma de un niño, si esta lo abandona, él se convierte en nada”, decía el poeta Giovanni Pascoli (1855-1912). La reflexión era abordada en una época en la que el romanticismo impregnaba todas las manifestaciones artísticas y Pascoli ensalzaba en sus líricos poemas el estado de la infancia como aquella “edad de oro” de la cual nadie debería alejarse. Hacerlo implicaba desligarse de los sentimientos más puros que acompañan al ser humano: la contemplación de la naturaleza, la entrega a los propios afectos, la sensibilidad desbordada hacia las experiencias más felices y tristes de la vida.

Esto se manifestaba en poemas que irradiaron una gentil apología de la inocencia, entendida siempre como aquella mirada naciente hacia la realidad circundante, como si uno viera el mundo con la misma capacidad de descubrimiento que es el patrimonio exclusivo de los niños. Establecer esos parámetros en las expresiones artísticas de la actualidad o de un pasado más cercano resulta igual que una aventura peligrosa en florestas tupidas, habitadas por sombras y vacíos insondables.

Podrían ser selvas no muy lejanas de los chocantes contrastes de la era victoriana que Lewis Carroll (1832-1898) materializó en Alicia en el País de las Maravillas. Las pesadillas de Alicia nunca parecieron tocar las visiones de los poetas románticos, pero la inocencia de su resplandeciente heroína sí ha acompañado a la humanidad hasta los albores de un nuevo milenio, más por la inquietante simbología onírica del libro.

Almas iluminadas

El Nobel de España Juan Ramón Jiménez (1881-1958) capturó algo del aliento indescriptible de la inocencia en Platero y yo, su obra maestra, que erróneamente es apreciada como literatura infantil, al igual que El principito, de Antoine de Saint Exupery. Decía el protagonista de Platero: “¡Qué encanto este de las imaginaciones de la niñez, Platero, que yo no sé si tú tienes o has tenido! Todo va y viene en trueques deleitosos; se mira todo y no se ve, más que como estampa momentánea de la fantasía... Y anda uno semiciego, mirando tanto adentro como afuera, volcando a veces en la sombra del alma la carga de imágenes de la vida, o abriendo al sol, como una flor cierta y poniéndola en una orilla verdadera, la poesía, que luego nunca más se encuentra del alma iluminada”.

El oro de una edad perdida en la memoria. O secretamente resguardada por los artilugios de la vida adulta, que siempre delimitan los bordes de cada sendero. La quimera del oro (The Gold Rush, 1925) es uno de los clásicos cinematográficos que dejó en su vasto legado Charles Chaplin (1889-1977), ese genial hombrecito británico que creció en medio de una infancia disfuncional –su madre terminó en un manicomio y su padre lo abandonó a los tres años–, donde su salvación fue la herencia artística en sus genes infantiles y la adrenalina de arrabaleros escenarios de music hall que lo catapultaron a teatros londinenses y finalmente a la gloria de Hollywood.

Alguien dijo alguna vez que los únicos genios del arte del siglo XX son Pablo Picasso y Chaplin. ¿De qué clase de inocencia se puede hablar viendo sus obras? Hasta su increíble y productiva vejez, Picasso percibía la realidad como si estuviera haciendo bocetos de sueños y fantasías, donde los aspectos más deleznables de la naturaleza humana se fusionaban con delirantes impurezas de seres animados e inanimados. En el caso de Chaplin, su creación cumbre es el vagabundo –the tramp– en cuyo rostro y lenguaje corporal parecen anidarse todas las facetas de la raza humana.

¿Quién puede olvidar la tragicómica expresión de su famélico rostro cuando tiene que comerse los cordones de su zapato durante una apocalíptica tormenta de nieve en La quimera del oro? Allí Charlot era un aventurero más que emigra en la búsqueda de riquezas inimaginables, pero finalmente lo que predomina siempre en su espíritu es el amor por la chica del salón de baile. O la imagen de su rostro en primer plano en la inmortal escena final de Luces de la ciudad (City Lights, 1931). La chica ciega que ha recobrado la vista toca las manos de su humilde benefactor y se da cuenta de que es un pordiosero. La sonrisa de Charlot es patética, inspiradora, agradecida, amorosa... Expresar lo inexpresable, con la sinceridad que solamente los niños pueden reflejar.

Qué encanto este de las imaginaciones de la niñez, Platero, que yo no sé si tú tienes o has tenido.
Platero y yo,
Juan Ramón Jiménez

 

Solo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos.
El principito,
Antoine de Saint Exupery

 

Psicología e inocencia

Chaplin creó una simbiosis etérea con su coprotagonista de El chiquito (The kid, 1921), el niño-actor Jackie Coogan. Hay momentos en esa película que no son ingenuos, cuando la pareja del vagabundo que adopta al niño abandonado por su famosa madre lo convierte a una vida de “sapadas” en aras de la supervivencia. Se descubre en ese gran primer largometraje de Chaplin un lado oscuro de la inocencia que es contemplado por el actor-director con los mismos sentimientos de la infancia que él celebra admirablemente.

“Desde una postura teórica, el niño pasa por una etapa en la que está gobernado por su temperamento, la parte más animal, que rige nuestra supervivencia hacia etapas cada vez más humanas” –dice la psicóloga Évelyn Brachetti– “regido por el carácter que es nuestra parte más racional, con límites, reglas, estructuras y encuadres”.

Según Brachetti, el término “inocencia” no entra en un marco psicológico, pero recalca que muchos artistas tienen una vulnerabilidad hacia descontrolar su ánimo y  tener signos de inestabilidad emocional. Para esta psicóloga no hay respuestas claras, pero se sabe que los artistas son muy vulnerables. “Genio y figura van de la mano en la mente de artistas como Van Gogh, Chopin y tantos otros, cuyo mares inconscientes de irracionalidad se plasmaron en lienzos, sinfonías, libros o actuaciones”.

“¿Inocencia o naif?” se pregunta la psicóloga. “Creo que todo va más allá de tener viva nuestra parte infantil, más por la disarmonía establecida en nuestra estructura anímica básica. Tal vez hay un grito interno de nuestras confusiones”.

 

PINTOR: JORGE  VELARDE

“No soy inocente, todo lo contrario, la sola opción de una carrera artística puede traer consigo situaciones que acarrean culpabilidad.

En cuanto al proceso creativo, al igual que Eva nos encontramos un sinnúmero de veces, si no probando, por lo menos buscando el fruto del conocimiento del bien y del mal, tomando la palabra conocimiento en sentido bíblico, es decir, no de índole puramente intelectual, sino más bien de una experiencia vital; si bien esto podría llenarnos de maldad o de malicia simplemente nos aleja de la inocencia. 

Tampoco creo que los niños sean tan inocentes como se piensa. En mi niñez no afloraban únicamente sentimientos nobles, muchas veces me sorprendí a mí mismo con algún pensamiento que aun ahora me avergonzaría confesar...”.

 

Escritor: LEONARDO VALENCIA

“No creo que el arte o la literatura se haga con inocencia, ya que en el campo artístico asume el sentido de ingenuidad. No en el sentido de sentir una emoción, que allí sí opera una percepción inocente o ingenua. Aparece un estado de epifanía, de plenitud o de revelación, no se lo busca ni se lo provoca con malicia.

En el trabajo artístico, en la larga y lenta elaboración y corrección de una obra no puede haber ingenuidad... El artista que hable de ingenuidad –quizás con la única excepción de los pintores naif por razones específicas de su oficio– es un mentiroso o un desmemoriado. El escritor, cuando ha pasado todos los infiernos de su creación, lo olvida. A veces se pregunta cómo ocurrió todo eso y cree que fue un proceso inocente o inconsciente, pero no es así”.

 

músico: ISRAEL  MALDONADO

“Para mí la palabra inocente está ligada al desconocimiento de las normas, reglas, paradigmas, convenciones, leyes o como se las quiera llamar. El artista debe obligarse a conservar una inocencia premeditadamente concebida, predispuesta si se quiere, que nos permita ser libres al momento de dar vida a nuestras ideas o inspiraciones.

Solo entonces damos rienda suelta a la creatividad, sin censura. La inocencia entonces pasa a ser la virtud de no tener miedo de hacer el ridículo, de no herir sensibilidades, de ser políticamente incorrectos, de llevar nuestra creación hasta las últimas consecuencias, aunque el resultado solo nos haga felices a nosotros mismos. Ser caprichosos como el niño que no entiende la lógica de los mayores porque se siente grande”.

 

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