Compositor de gran originalidad

01 de Octubre de 2017
Carlos Icaza Estrada

La obra del lojano Ricardo Monteros expande las posibilidades de la música académica, sin dejar de conectar con el público.

La noche del viernes 25 de agosto la Orquesta Sinfónica de Guayaquil (OSG), bajo la batuta de su director artístico Dante Anzolini, ejecutó el estreno mundial de una obra contemporánea que cautivó al público a pesar de su carácter notablemente vanguardista.

La obra era para pícolo (una flauta traversa pequeña) solo y orquesta, pero no fueron únicamente estos los que se llevaron el extenso y masivo aplauso, sino también el compositor, que para sorpresa de todos estaba presente en la sala, y subió al escenario a recibir las vivas del público.

El compositor era un ecuatoriano nacido en Loja, Ricardo Monteros Tello, y el estreno de su obra, Solsticio, surgió de la convocatoria que hizo la OSG poco después de que Anzolini asumiera la dirección en abril.

Pocas veces se tiene la oportunidad de conocer al compositor detrás de las obras de un concierto: la considerable mayoría del repertorio de las orquestas está compuesta del trabajo de compositores fallecidos hace varias décadas, si no siglos. Así pues, es común que el solista (que en este caso fue el joven virtuoso de la flauta Antonio Mazzini) y el director de orquesta monopolicen la atención del público.

Pero el camino que recorrió Monteros para llegar a la creación de Solsticio es sin duda alguna fascinante, ya que pone en relieve la lucha del compositor, del artista, por llevar al público algo realmente nuevo, en el que reconozcan su cultura, al mismo tiempo que busca lograr la excelencia en la forma, un desafío sorprendente considerando que en el país la mayoría de los compositores, e incluso los músicos académicos, solo pueden desarrollar tal calidad en el extranjero.

Visión universal

El camino de Monteros se inicia en Loja, donde ingresó al Conservatorio Nacional Salvador Bustamante Celi para estudiar piano recién en su adolescencia, cuando lo normal es hacerlo en la niñez. Aun así, por su dedicación en 1997 se graduó con honores.

Su interés, sin embargo, iba más por la composición antes que por la interpretación de la música, por lo que en el 2005 se inscribió en la Academia A. V. Nezhdánova de Odessa, Ucrania.

Aunque ansiaba mostrar nuestra cultura, Monteros explica que quería evitar a toda costa el nacionalismo, o volverse un mero arreglista. Así surgió Solsticio, una pieza híbrida en que la tonalidad tradicional y la atonalidad académica europeas, junto con una orquestación con herencia soviética, se vuelven un vehículo para la expresión de una cultura igualmente híbrida, que mezcla nuestra herencia occidental con aquella anterior a la llegada de los europeos, la prehispánica, en la forma del “zapateado” de Cotacachi, que incluso precede a la llegada de los incas.

Monteros me explicó que en Solsticio el pícolo y orquesta entran “en un diálogo un tanto conflictivo, un tanto más llevadero por otros lados”. Considera que el solo de pícolo fue influenciado por algunas obras del compositor húngaro György Ligeti (1923-2006; su obra se hizo famosa en películas del cineasta Stanley Kubrick como 2001: Odisea del espacio (1968) y El resplandor (1980)), mientras que la orquestación, en algunas partes, por Shostakóvich. Solsticio fue dedicada a la flautista venezolana Priscila Castro, la cual originalmente iba a estrenar la pieza, pero por motivos de fuerza mayor no lo pudo hacer.

Aun así, Monteros se quedó muy sorprendido por “la maestría” del joven solista Antonio Mazzini, quien pudo prepararse en “tres días... quizás menos” para interpretar “a un altísimo nivel” una obra que Castro “llevaba algún tiempo estudiándola”.

Regreso a la orquesta

Para Monteros, Solsticio representa un regreso a la música con orquesta, ya que la mayor parte de sus obras recientes han sido para instrumentos solos, compuestas para amigos que tiene alrededor del mundo. Esto se debió a la falta de interés de las orquestas del país en interpretar su obra y la de sus colegas.

A propósito del nacionalismo en la música, Monteros considera que no es “un músico lojano ni ecuatoriano, sino universal... quizás podría decir que no soy de aquí ni de allá, solo soy lo que soy, sin fronteras ni límites geográficos, culturales o demás, sin que con esto niegue mi origen, a mi tierra querida y a mis hermanos”.

Aunque algunas de sus obras, como las sinfonías Ecuador y Pachacámac, han sido estrenadas en el Ecuador (por la Sinfónica Nacional, aunque también han sido interpretadas posteriormente por la OSG bajo David Harutyunyan), Monteros explica que la mayor parte ha sido estrenada e interpretada en el exterior, en quince países, entre ellos, Alemania, Rusia, Colombia, Holanda, Costa Rica, Cuba, Japón y Ucrania.

Debido a la falta de apoyo del Estado y del sector privado a la composición de música académica, Monteros considera que formar compositores “no solo es necesario, sino imprescindible en el país, pero sin el apoyo del Estado y de la sociedad, esta labor sería hasta carente de ética. Formar a chicos para que jamás puedan vivir de su trabajo me parece canallesco.” 

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