Walter Páez: Grabador de realidades y fantasías

06 de Enero de 2013
Texto y fotos: Jorge Martillo Monserrate

La vida de Walter Páez, un artista gráfico atado a la enseñanza del grabado y la febril creación.

Su vida está grabada en papel. Walter Páez sobre la piel de cartulinas graba imágenes. Escenas y personajes realistas o fantásticos. Obra en blanco y negro de gran fuerza expresiva o teñida por delirantes colores.

Eso ocurre en su taller Walterio Páez de la Zona Rosa. En el primer piso de una antigua casona –Imbabura 208 entre Panamá y Rocafuerte–. Espacio que huele a madera y tinta. Taller habitado por prensas, piedras litográficas, impresoras, gubias y numerosas herramientas del arte gráfico. Paredes cubiertas por cuadros, grabados y hasta antiguas matrices.

Walter Páez Moreno hace 62 años nació en Quito. Su abuelo el capitán Sergio Páez tenía una hacienda en las inmediaciones de Cayambe donde se sembraba y creaba ganado fino de lidia. Quizá por eso a los 12 años ya estudiaba en un colegio de agricultura en Latacunga. Pero dos años después desciende a tierra caliente. Por cuenta propia, se inscribe en la escuela de agricultura Manuel Encalada Zúñiga, de Pagua, a 15 kilómetros de Tenguel, Guayas. Después completa su bachillerato en el colegio de agricultura en Daule. En 1970 vino a Guayaquil donde se graduó de ingeniero agrónomo.

Datos

Walter Páez nació en Quito hace 62 años, pero hizo su carrera en Guayaquil

En la universidad siendo militante del Partido Socialista Revolucionario del Ecuador -que dirigía Manuel Agustín Aguirre- fue dirigente estudiantil y como tal una de sus tareas era la propaganda política. Pintar lienzos y murales, elaborar carteles, volantes y todo tipo de propaganda combativa. Así se va adentrando en las artes gráficas. También conociendo a pintores y suscitadores del arte. Admirando en esa época a excelentes pintores contestarios como Juan Villafuerte y Oswaldo Guayasamín.

Durante algunos años se dedicó a su profesión hasta que en 1984 se dedicó de lleno al mundo del grabado. Dicho año, la Casa de la Cultura de Guayaquil inició un taller de grabado donde tuvo como compañeros a Jorge Jaén, Magno Bennett, Allan Jeffs y otros jóvenes más. Todo mejoró cuando el maestro cubano Carlos del Toro impartió un taller, con el cual descubrió el mundo amplio del grabado. Con ese aliciente Páez viajó a Cuba a explorar ese mundo fascinante. Fue becado en el Taller Experimental de Gráfica de La Habana, uno de los cinco mejores talleres de grabado del mundo. “Fui por tres meses y me quedé siete gozando de ese taller, de sus maestros, de su tremendo banco de imágenes, de aprender técnicas como litografía, calcografía, papel a mano, explorar por lo menos de 12 a 15 técnicas y demás recurrencias técnicas” –cuenta emocionando–. “Conocer artistas de gran valía, compartir la amistad, el afecto y la solidaridad”. Desde entonces varias veces ha regresado a trabajar al taller habanero.

Taller en la Zona Rosa

Su primer taller funcionó en su casa del Cristo del Consuelo, donde con una prensa pequeña, junto a Bennett y Jaén, forjaron los grabados de la muestra Tinta Negra. Después su taller fue creciendo en el Barrio del Centenario, tanto que en 1998 lo trasladó al antiguo

Museo Antropológico del Banco Central –José de Antepara y 9 de Octubre– y luego se instaló en el MAAC hasta el 2009. “Siempre el taller ha sido mío” –explica Páez–, “todas las prensas, las herramientas. Mi servicio era la capacitación, la dirección de los talleres. Calculo que por ahí pasaron más de mil talleristas: escolares, colegiales, universitarios, maestros y artistas como Mariella García, Renán Saltos, Enrico Aguilar, Jimmy Mendoza, Liu Chong-Qui y otros con los que hicimos unas 15.000 impresiones y varias exposiciones”.

Páez desde 1986 expone en el país y el exterior. Su obra ha sido premiada. En 1996 obtuvo la Medalla Goya de Plata en la X Bienal Iberoamérica de Grabado, organizada en México por la Fundación Domec, con su grabado Ensamble Taurino II, imagen de la que el crítico cubano Alejandro Querejeta Barceló, expresó: “Una hispanidad extrapolada, sustentada en otras leyes, que el linóleo entrega en sobrias texturas, argucias de grabador que conoce el oficio, y deja que la cartulina apenas insinúe”.

Páez incansablemente ha seguido creando, forjando imágenes reunidas en series como Entre trinos y trinitarias que dan cuenta del mundo de la isla Trinitaria y la Perimetral, actualmente alista una exposición con Bandadas, una fantástica fusión del mundo de las aves y el hombre. “Lo que disfruto es el trabajo” –dice mientras manipula una prensa–, “es lo que he hecho toda mi vida. Ensayar imágenes, enseñar y en el exterior visitar museos de importancia”.

Su actual taller lo empezó a instalar hace 8 años en una antigua casona, propiedad de Elías Daccach, exactamente arriba del desaparecido bar El Gran Cacao del pintor Jimmy Mendoza, ahora radicado en París.

“Aquí se pueden trabajar todas las técnicas del arte gráfico” –dice Páez– mientras la imagen de un pájaro anaranjado pero con traza de humano brota de una prensa. “Tengo las prensas adecuadas para hacer calcografías, serigrafías, litografías, técnicas mixtas. Elaborar papel a mano, papel vegetal. En esa línea vamos a seguir promoviendo carpetas de grabados aunque es un poco difícil por los costos”. El próximo año vendrá un grabador cubano para dar un taller de litografía.

Cuando la luz de la tarde también empieza a colorear los cuadros que habitan en las paredes, le pregunto si podría concebir su vida sin las artes gráficas, con un gesto de asombro, responde: “No. Aunque eso sucede. Existe un pintor sin pintar. Un grabador sin grabar. Pero aún tengo muchas imágenes que hacer en el futuro”. La vida de Walter Páez está artísticamente grabada en el papel.

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