Enfermera enamorada de las antigüedades
Historia de la enfermera que cambió su profesión y empezó a vender antigüedades en la cachinería y actualmente en las Cuatro Manzanas.
Como en una telenovela, su vida cambió por amor. Era enfermera y por amor se convirtió en anticuaria popular. La esmeraldeña Piedad Anchico Castillo me cuenta su historia en el Mercado de las Cuatro Manzanas. Su pequeño local está repleto de antigüedades de la más diversa calidad que se exhiben tanto en el interior como en el exterior para la curiosidad de los paseantes. Objetos antiguos que ella compra y vende desde 1996.
Pero no siempre fue así. Anchico trabajaba en el Hospital Guayaquil hasta cuando se enamoró y se casó con Gonzalo Avilés, un ecuatoriano que había residido en EE.UU. y regresó con un contenedor lleno de antigüedades adquiridas en los mercados de pulgas de Los Ángeles.
“Él me dijo que iniciemos este negocio porque era bueno, que allá vendían cosas antiguas que la gente compraba –cuenta–. Yo le dije que estaba loco que esas cosas viejas quién las iba a comprar”. Asegura que su esposo trajo jarrones de cristal de Bohemia, figuras de bronce de elefantes, reproducciones de pintores famosos, muebles, lámparas, entre otros objetos.
Entonces Anchico, quien durante quince años había ejercido la profesión de enfermera, una mañana de 1996, junto con su esposo comenzaron a vender objetos antiguos en un populoso soportal de Alcedo entre Pío Montúfar y 6 de Marzo, calles que formaban parte de la legendaria cachinería de entonces. Las piezas antiguas se exhibían sobre una franela que cubría las tablas de un inmenso cajón. “Primero cuando nos pusimos en la calle, yo de vergüenza me escondía detrás de los postes –evoca ahora–. Yo fui perdiendo la vergüenza por los comentarios que hacían los compradores que llegaban y decían: ¡Oh, qué bonitas estas cosas! ¡Huy, esto es lindo!”.
Yo, que todos los fines de semanas visitaba la cachinería, la recuerdo junto con su esposo ofreciendo pequeñas piezas antiguas.
Sucres ‘antiguos’
Todos los días desde las 8 de la mañana hasta las 5 de la tarde, llueva, truene o relampaguee atendían ese puesto. Su esposo, poco a poco, le fue enseñando el oficio. “Él me decía, esto es tal cosa de tal lugar y vale tanto –cuenta con orgullo–. Pero yo después aprendí, me lo gané y vendía más”.
De esos inicios hasta hoy, ella recuerda anécdotas y a clientes, por ejemplo, al economista Pablo Concha: “Él iba a comprar medallas conmemorativas, otros personajes importantes iban a buscar relojes de bolsillo y monedas antiguas, por ejemplo, la moneda del sucre de 1934 que es de plata”.
No olvida que un día, un señor, entre los objetos que trajo su esposo de Estados Unidos, encontró dos retratos pintados sobre unos platones de bronce, en uno estaba pintada al óleo su hija y en el otro, su exesposa. “Él solo compró el platón en el que aparecía su hija porque, me dijo, a la mujer no la quería ver ni en pintura”. Ríe a carcajadas y se ilumina el rostro de esa anticuaria que no revela su edad. Recuerda que cuando llegó la dolarización y el sucre quedó rezagado, su esposo empezó a guardar esos billetes que nadie quería. Ella lo tildaba de loco. “Y ahora una colección de esos billetes de 5 a 50.000 sucres cuesta de 30 a 35 dólares”.
No todo se vende
Desde el 2002, ella y su esposo, quien falleció en el 2010, por ser comerciantes de buenos antecedentes fueron ubicados en el Mercado de Artículos Varios, más conocido como Mercado de las Cuatro Manzanas. Opina que es mejor estar en un local seguro que en una calle peligrosa y expuesta al sol. Antiguos y nuevos clientes la visitan. Sitiada por cientos de piezas marcadas por la belleza y el tiempo, comenta: “La gente viene y recuerda a sus antepasados, dicen: Esta plancha tenía mi mamá, esta cámara tenía mi abuelito. La gente hasta llora de nostalgia aquí. Estoy en un lugar donde viene clientela de toda clase social”. Manifiesta que comprando y vendiendo antigüedades ha educado a sus cinco hijos.
Junto a un mesón colmado de objetos añejos dice que lo que más busca su clientela son las planchas del gallito que funcionaban con carbón encendido por dentro, también las que planchaban a vapor y las más pequeñas que se calentaban sobre una lata donde abajo ardía el carbón. “Las mujeres de antes trabajaban más, pobrecitas”, comenta y agrega que también son bien apreciadas las pantallas de lámparas antiguas y que los coleccionistas llegan tras las máquinas de escribir con teclas de vidrio o aquellas de rodillos largos utilizadas en los juzgados.
Desde hace algún tiempo, Anchico provee de piezas a coleccionistas y tiendas de antigüedades de Cuenca, Quito y Riobamba. Les envía las fotos de las piezas y cuando le consignan, les envía por ejemplo: aparadores, camas de bronce, campanas para iglesias, roperos y hasta un san Antonio de madera de casi un metro de alto.
Piedad Anchico, la enfermera enamorada de las antigüedades, jura que nunca venderá la hermosa lámpara de vidrio italiano que le obsequió su difunto esposo, tampoco unos cuadros de gobelino ni una radiola que funciona con discos de vinilo porque esas antigüedades, algún día, adornarán su nueva casa. Es feliz porque sus dos hijas –gemelas de 22 años– ya han estudiado carreras relacionadas con la medicina.
Cuando indago si le gustaría volver a la enfermería, con una amplia sonrisa que termina en carcajada, afirma: “¡Me quedo en las antigüedades! Tengo mi clientela, aquí paso bien, me río, converso, y no hay enfermos”.
Contacto: Local # 1273 del Mercado –ubicado entre Huancavilca, 6 de Marzo, Pío Montúfar y Franco Dávila. Atiende de 09:00 a 19:00. Telfs.: 505-4186, 098-402-2407.