Una ardiente tradición
La confección de caretas y monigotes es un oficio que los Cruz han enriquecido en la calle 6 de Marzo.
Las artes y los oficios se heredan. Es el caso de los hermanos José y Hugo Cruz Vallejo, como de su sobrina Adriana Bazurto Cruz. Todos descendientes de Juan Cruz Ladines, conocido como El padre de las caretas.
En su taller de 6 de Marzo 2402 y Maldonado, José, 56 años, mientras con un aerógrafo le da color al monigote del Chavo del 8 –personaje del 2014–, dice que a sus 9 años, viendo como trabajaban su abuelo Juan y su padre José Cruz Rengifo, fue aprendiendo el oficio .
Si el origen de los años viejos es un tanto incierto, el de nuestras caretas no lo es. Primero se le colocaban caretas de caucho importadas. Hasta que en 1920 a Juan Cruz Ladines se le ocurre preparar barro, hundir su rostro en esa masa húmeda y obtener un molde que, una vez seco, le sirvió para reproducir cientos de caretas de papel que pintó con colores naturales, las barnizó y vendió para llevar con qué mantener a sus siete hijos.
Era un carpintero ebanista que jamás recibió clases de pintura ni escultura. Un creativo innato con deseos de superación. Año a año se fue perfeccionando. Labró moldes con los rostros de personajes conocidos, especialmente políticos. Ganó reconocimiento. El joven ventrílocuo Paco Miller –nombre artístico del ventrílocuo guayaquileño Eduardo Jijón– le encargó la confección de un muñeco. Así nació Don Roque, personaje parlante que junto a su animador lograron la fama en México.
Cuenta Cruz que su abuelo y su padre en 1962 ganaron el Primer Concurso de Años Viejos organizado por Diario EL UNIVERSO con un monigote de Velasco Ibarra que no era de trapo y aserrín, sino con una estructura de madera y la figura de cartón y papel.
“Mediante elásticos y piolas, movía la cabeza, las cejas y la mandíbula como si estuviera dando un discurso”. Años después, durante la dictadura, concursaron con un Juan Pueblo que un gorila con uniforme militar empujaba al abismo. Pero a los militares como no les agradó, obligaron a los Cruz a desbaratar los muñecos en el mismo bulevar 9 de Octubre, donde eran exhibidos para los concursos.
A la muerte de Juan Cruz Ladines en 1968, sus siete hijos –hombres y mujeres– continuaron con la tradición, pero renovándola constantemente. Confeccionado maniquíes para sastres, diseñando carros alegóricos, construyendo carruseles de fibra de vidrio y escenografías.
La calle de los Cruz
La 6 de Marzo, ahora es la calle de los años viejos. Los primeros artesanos de caretas y monigotes en vivir y trabajar ahí fueron los Cruz. Últimamente también la habitan los jóvenes tataranietos de Juan Cruz Ladines y un enorme número de artesanos.
“La gente que fue aprendiendo con nosotros después empezaron a hacer caretas y muñecos por su lado”, manifiesta José el Chino Cruz, quien agrega que “esta tradición artesanal se fue regando por Guayaquil, hasta ahora que es una locura en Costa, Sierra y Oriente”.
En la acera del taller se exhiben los coloridos monigotes. El sol del mediodía los ilumina, casi devorándolos con ese fuego que cae del cielo. En el interior, rodeado de cartón, papel, engrudo y pintura, labora Hugo Cruz, 53 años. Su padre fue su maestro: “La travesura del niño era estar al lado del papá viendo cómo hacía caretas, muñecos y tantas cosas que les fueron gustando a uno. Unos salieron más habilidosos, pero todos vivimos de esto”. Evoca cuando por las calles y mercados ofrecían las caretas, también muñecas y caballitos de cartón con palos de escobas, juguetes populares que compraba la gente pobre en Navidad.
“La raíz de nosotros son nuestros abuelos”, sentencia y enumera a sobrinos naturalmente talentosos, a otros que han estudiado en Bellas Artes o en la Universidad Casa Grande, ellos son la nueva generación de los Cruz. De esa camada es Adriana, 33 años, quien desde niña tuvo como maestros a sus padres: Carlos Bazurto y Narcisa Cruz. Ella trabaja en el taller con sus tíos. Es maestra en fibra de vidrio, técnica que aprendió a los 14 años. Le pregunto que si no era raro que una niña hiciera monigotes, sonríe y responde con orgullo: “No, porque mi mamá y todas mis tías hasta ahora trabajan en esta profesión porque el abuelo de ellas fue quien comenzó con las caretas y los monigotes”.
Adriana comenzó haciendo caretas, especialmente de los políticos, que eran las más solicitadas. “La gente pedía más a esos personajes porque se habían portado mal, los más odiados y quemados han sido Abdalá y Lucio”. Aunque también ha confeccionado monigotes de Chuky, el muñeco asesino, Batman, Superman y otros personajes del cine. Sin embargo, este año, el Chavo del 8, por la muerte de su creador y protagonista, ha desplazado a las Tortugas Ninja que eran las populares por su más reciente filme.
Ella es de la época de monigotes con esqueleto de madera y forrados con cartón y papel periódico pintado. “Ahora es más fácil, se hace un solo molde endurecido con fibra de vidrio y sacamos copias”, comenta. Desde junio empiezan a hacer y reproducir monigotes. Su más reciente obra por encargo, y que trabajó con sus hermanos, fue el actual nacimiento del Malecón Simón Bolívar. “Me tomó dos meses porque tiene más de 10 elementos, desde el Niño Dios, todos en fibra de vidrio”, dice con orgullo.
Es así como José, Hugo, Adriana y otros miembros de los Cruz mantienen viva una tradición que hace 94 años inició Juan Cruz Ladines. Las artes y oficios se heredan. (I)