Cien años de Vera de Kohn

08 de Abril de 2012
GUSTAVO PLAZA I.* especial para La Revista

Un yogui y orientalista ferviente entrevista a la legendaria mujer, cuyas experiencias en varias latitudes la han convertido en uno de los personajes únicos de Ecuador.

Perfectamente lúcida, de mirada serena y escrutadora. A sus 100 años sube y baja escaleras, lenta pero firmemente. Y aunque muchos otros cercanos a su edad se retiran del trabajo diario, la agenda de consultas de la doctora Vera de Kohn está llena toda esta semana. Y es que Vera de Kohn es una persona sin igual. Madre, abuela, esposa, escritora, psicóloga, terapeuta y guía espiritual.

Vera de Kohn nació el 24 de marzo de 1912 en Praga, República Checa. Durante su juventud contrajo matrimonio con un famoso arquitecto de esta ciudad. Cuando se inició la Segunda Guerra Mundial y los alemanes invaden ese país, Vera y su familia emigraron a Sudamérica.

Un viaje de casi un mes en barco sería su preludio para arribar a Ecuador. Vera agradece al país que la acogió hace casi 70 años. Como ella misma lo dice: “El Ecuador nos salvó la vida”.

Pero allá por 1957 jamás se hubiera imaginado que llegaría a los 100 años. Mucho menos con los problemas de disociación mental que marcaron el inicio de una nueva etapa, y también del despertar que le señalaría su misión de vida.

“En este tiempo –cuenta Vera- mi situación interna no estaba bien, vivía serios problemas de disociación psíquica, problemas que hoy en día la medicina pretende sanar con medicamentos, pero que lejos de presentar soluciones pueden agravar estos conflictos”.

Vera viajó a la Selva Negra de Alemania y se contactó con el doctor Karlfried von Dürckheim, uno de los exponentes más importantes de la práctica y la filosofía del zen en Occidente.

“Yo había leído –dice– un libro de arquería japonesa que habla de la esencia de la actitud no violenta. En el libro mencionaba una experiencia de un maestro que hace una demostración de arquería frente a occidentales; la práctica era disparar la flecha en un cuarto oscuro y el maestro siempre daba en el blanco. Cuando se le preguntó cuál era su secreto, el maestro reveló que él nunca disparaba fuera de sí, puesto que el blanco estaba en su interior, en lo profundo de su corazón”.

“Este libro me llamó mucho la atención y quería encontrar alguien que pudiera enseñarme acerca de esto, pero en esa época era muy difícil conocer al respecto. Realmente ni siquiera sabía que se le llamaba zen”.

El Dr. Dürckheim había aprendido este arte milenario en Tokio y había regresado desde Japón para encontrar una Alemania destruida.

“Cuando llegué donde Dürckheim fui para una sesión de 20 minutos, pero me quedé tres años. Poco a poco, con trabajo duro llegó mi sanación interior. Mi sanación no fue por medicamentos, sino por medio de la práctica de la meditación. El zen no es positivo ni negativo,  es otra manera de estar en el mundo. No es intelectual. Descartes decía: “Yo pienso, luego existo”, pero con el zen vives el estado de existencia pura, sin pensamientos”.

“En la meditación se deja que los pensamientos pasen y se llega a una paz desconocida, más allá de cualquier comprensión racional o intelectual”.

La Dra. Kohn dice que el camino de la meditación no es lo que hoy se pretende vender. “En cualquier lado” –comenta–  “hoy le quieren vender a precios muy caros talleres de ‘iluminación en ocho días’.  Se pretende vender lo invendible, se pretende comprar lo incomprable. Se hacen talleres de yoga en distintos lugares y los estudiantes salen creyendo que son maestros, y no han hecho el esfuerzo de transformar su vida. La experiencia interior no es algo que se puede comprar ni vender, es algo que hay que vivirlo a cabalidad para  poder transmitirlo”.

Las enseñanzas que Vera recibió de Dürckheim incluían técnicas de respiración, relajación, meditación, caminatas por los bosques, la integración en la naturaleza, también se practicaba taichi y estas herramientas fueron las que brindaron a Vera la meta esperada: la claridad de su propio ser  real.

Luego de tres años  de estudio y meditación, el Dr. Dürckheim  la autorizó para abrir en Ecuador un centro de meditación zen.

Este centro tiene su sede en Tumbaco (Quito) y se lo conoce como el Centro de Desarrollo Integral (CDI). El CDI es una organización sin fines de lucro, fundamentada en las enseñanzas del Dr. Karlfried Graf von Dürckheim y la práctica de la meditación zen como herramientas para cumplir su misión holística en relación con el individuo, la familia, la sociedad y el Ecuador convocados a la convivencia armónica, pacífica, constructiva y trascendente del ser espiritualmente despierto.

Este centro fue fundado por la Dra. Vera de Kohn y su entrañable amigo, el sacerdote jesuita Marco Vinicio Rueda (fallecido).

El CDI es una alternativa holística que trabaja para restaurar la conciencia básica  del alma y formar seres responsables de su propia verdad y de sus actos: Vivir construyendo armonía consigo mismo y con los demás seres, expresión de una psicología madura y de la totalidad del ser.

“Nosotros enseñamos zen –aclara la doctora- sin necesidad de tener el rito budista, puesto que el zen no es de ninguna filosofía o religión”. Y es aquí en el CDI donde cientos de discípulos, pacientes, amigos y familiares se acercaron a saludar a esta extraordinaria mujer.

Sonrisas, suspiros y ojos empapados de lágrimas. Hombres de negocios, políticos, maestras universitarias, artesanos, niños y niñas, gente de toda clase, todos unidos en una sola familia para celebrar a esta mujer que ha entregado tanto.

Nietos ,que ya son hombres y mujeres de bien,  nos cuentan al público lo “bueno y lo malo” de haber tenido a Vera de “abuelita”, mañanas de meditación, estricto vegetarianismo, aprender a apreciar la belleza y el arte fueron parte de la vida de estos niños junto a una abuela sin par. Amigos y estudiantes que le han traído poesía, música y respeto.

Noche de júbilo

Me siento a su lado y me recuerda con convicción. Conversamos unos minutos solamente, pues hay tantos que quieren saludarla y tomarse una foto con ella que es imposible permanecer por más tiempo. Pero estoy contento del espacio que me ha regalado, pues tal y como ella enseña y practica, ha estado “presente conmigo”, aunque este tiempo haya sido corto.

Sobre sus 100 años me dice: “Aprendí a concienciar cada momento de mi vida. Es una sensación que cada momento me enriquece tal como es, sin buscar lo fácil o lo agradable.  Hoy no veo mucha diferencia, la diferencia es más bien física”.

Vera, mediante sus enseñanzas, consultas y ejemplo ha ayudado a mejorar la vida de miles de personas, tanto física, mental como espiritualmente.

Lo más importante en este momento para ella – nos cuenta–  es entregar el mensaje, ayudar a otros a conocer esta ley universal, de la que todos somos parte. “La puedes llamar Tao, o llamar Dios,  reflexiona,  o si quieres Energía. El mundo se mueve en un perfecto sistema  y tenemos capacidad de manifestar esta energía. Estamos unidos por un solo movimiento, todos somos parte de una gran sinfonía”.

De 100 años, y aún semana a semana da clases de meditación, psicología y terapia iniciática, y sigue pendiente de su finca de hortalizas orgánicas en Puembo. Es verdad que ya no trabaja 8 horas, pero todavía comparte con los demás una forma de vivir en plenitud y equilibrio.

Su corto pero profundo discurso lo finaliza entonando la palabra OM, símbolo de la unidad total en la tradición de Oriente. Y ese OM nos une, nos inspira, nos hace recordar que tal como Vera siempre ha enseñado somos una totalidad, somos una gran familia, somos notas de esa gran sinfonía cósmica.

Ojalá que yo no desentone  jamás. Gracias, Vera, y feliz cumpleaños.

*Profesor de yoga y editor de la revista Sadhana

 

  Deja tu comentario