Un sabor sin sucursales

16 de Septiembre de 2012
Texto y foto: Jorge Martillo Monserrate

Desde hace 21 años, oficinistas, universitarios y otros golosos disfrutan de las hamburguesas de la Negrita Crucelina.

La sazón de Crucelina es un secreto de Estado. Un delicioso secreto que, desde hace 21 años, conquista a los que prueban sus hamburguesas. El suyo es un éxito logrado con sacrificio, inteligencia y perseverancia. Porque no siempre fue así.

Crucelina Borja Castillo hace 52 años nació en la ciudad de Esmeraldas. A sus 15 años, cuando otras adolescentes estudian y disfrutan de la vida, ella empezó a trabajar de niñera en Quito. Seis años después llegó a Guayaquil. No a pasear, sino como empleada doméstica de puertas adentro. Trabajó unos diez años: cocinaba, lavaba, planchaba, hacía de todo. Solo cada quince días sus jefes le daban permiso para salir.

Pero la Negrita Crucelina, como popularmente ahora es conocida, ya había elaborado su plan de vida, pero de otro estilo. “Cada vez que salía libre me iba a mirar cómo eran las carretas de hamburguesas, chuzos, pollos –cuenta como un prisionero que planificó su libertad-; cómo eran las personas que atendían: andaban en zapatillas y mal vestidas. Entonces se me vino la idea de poner una carreta. Me decía: si yo voy a vivir de ella, tiene que ser muy distinta a todas”.

Dice Crucelina que durante todos esos años que trabajó, guardó dinero y cuando tuvo un problema con su jefe, dijo: “Hasta aquí me ven la cara de cojuda, así es que cogí y empecé mi negocio”.

En 1991, comenzó a vender hamburguesas en un triciclo –años después, adquiriría la actual carreta de acero inoxidable– que estacionó en pleno bulevar 9 de Octubre y José de Antepara –ahora está en esta última calle y Primero de Mayo–, paso obligado de oficinistas y universitarios. Pero días antes le comunicó a sus colaboradores: “Nos vamos a vestir de blanco porque llama la atención y en nosotros los negritos se ve mejor”. Ella además usa una gorra de chef que todos los días tiene que almidonar.

Ese look inmaculado y el sabor de las hamburguesas fueron el éxito. Tanto que antes del mes de estar en la calle, el periodista Jorge Delgado Guzmán, de Ecuavisa, le hizo un reportaje para el noticiario nocturno.

Crucelina siempre ha atendido de lunes a viernes, de 17:00 a 22:15 (los viernes hasta las 23:00). Recuerda que cuando comenzó, la hamburguesa costaba 500 sucres, ahora $ 2. En ese tiempo solo ofrecía la hamburguesa normal, pero a la carne, además de acompañarla de lechuga y tomate, le agregó rodajas de pepino. “Yo soy la inventora de ponerle encima de la carne frita el pepino, ahora todos lo ponen”, comenta. Luego sumaría a su menú callejero la hamburguesa con queso, la hamburguesa con huevo y la completa que lleva golosamente huevo y queso, pero cuesta $ 4.

¿Y cuál es el secreto de su rica hamburguesa? “Es un secreto de Estado”, dice Crucelina sonriendo, pero explica: “El secreto está en el sabor, en el aliño, por eso solo yo se lo pongo a la carne, ningún empleado sabe cómo se prepara ese aliño”. Comenta que, años atrás, una exempleada instaló una carreta y le copió el gorro y el traje blanco, pero una hamburguesa le hizo daño a un cliente que la consumió creyendo que estaba en una sucursal. Por esa razón en su carreta hay un letrero que dice: “Las ricas hamburguesas de la Negrita Crucelina no tienen sucursal”.

Otro secreto que no revela es cuántas hamburguesas vende cada noche. Pero dice son más de cien. Asimismo, comenta que la mayor cantidad de sus clientes llegan a las 20:00 y a las 22:00, como también los viernes, durante quincena y fin de mes. Cuenta que hay clientes que religiosamente van todos los días y le preguntan: “Madrina, ¿ya está mi merienda? Porque una hamburguesa y una cola son como una merienda para ellos”.

Cada tarde y noche, mientras buses y carros pasan raudos, en la vereda de José Antepara, Crucelina ofrece sus deliciosas hamburguesas. Junto a ella, la señora Aurora las fríe; Óscar vende las colas heladitas; y su esposo, Carlos, las despacha a los impacientes clientes.

Los fines de semana son cuando Crucelina Borja descansa junto a Steven, su hijo de 8 años, y su esposo.

Estoy seguro de que Crucelina cocina un nuevo proyecto, pero sabiamente no adelanta nada: “Lo que le puedo decir es que si usted vive de su trabajo tiene que ponerle amor y paciencia”.

Confieso que ya me dieron ganas de hamburguesa jugosa y con queso. Pero como es domingo, me aguanto hasta mañana, cuando oliendo a la carne friéndose, le diré a Crucelina: “Madrina, ¿ya está mi merienda?”.

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