Un arte tribal que floreció en Montañita

05 de Febrero de 2012
Texto y fotos: Jorge Martillo Monserrate

El argentino Santiago Sutton llegó tras las olas altas de Montañita, pero se enamoró del sitio y ahora ha perfeccionado su talento artístico.

Llegó hace 16 años y se quedó. ¿Qué magia tiene Montañita? Se preguntan los que llegan de paso y después les es difícil abandonar. Les ha ocurrido a artesanos, hippies, ejecutivos, gente común y corriente, surfistas. Y obviamente a artistas.

En 1970 nació Santiago en Buenos Aires, Argentina. Llegó a Montañita en 1996. Andaba de nómada recorriendo la ruta latinoamericana, cuando en Bolivia escuchó que la playa de Montañita era buena para surfear. Y él monta olas.

“En Buenos Aires trabajaba en una oficina de la Bolsa de Comercio. Básicamente me escapé de allá. Dejé esa vida en el carajo y me vine. No lo podía creer, vivir en otro ritmo, sin el jefe. Chiro pero contento”, recuerda entre risas mientras valiéndose de una gubia, que golpea con un mazo, talla un tronco. Eso ocurre en su taller con murales en las paredes y hermosas piezas de madera. Taller plantado a la vera de la Ruta del Spondylus y junto al estero que va a morir en ese mar de olas altas. A pocos metros, un colorido y llamativo letrero anuncia que Santiago Sutton diseña y construye tikis y tótems que es como son conocidas esas inmensas tallas en madera.

Pero cuando él llegó al balneario, aún no tallaba. Vivía de lo que pintaba. Su primera obra la cambió por una tabla de surfear que en un inicio alquilaba. Así empezó a rebuscarse la vida. Al trueque total. “He pintado casi toda Montañita, vos vas caminando y te encuentras con mis pinturas”. (El resto del pueblo lo  pintó Lucho Cruz, artista guayaquileño –que falleció hace dos años– también hechizado por esta playa). Y es verdad, todo bar, café, hostal, discoteca, residencia o negocio de Montañita está marcado por la obra pictórica de Sutton. También por sus columnas talladas. Su arte posee referencias tribales y oníricas. Está tatuada por su talento y una libertad que no cesa.

Tikis y tótems de madera nativa

Esa mañana, buses y carros ruedan por la carretera. Una tribu con traza de hippies contemporáneos –en su mayoría argentinos y chilenos– se dirige a la playa. Ese miércoles soleado, Sutton con camisa playera, bermudas y zapatillas, trabaja en su taller y recuerda que en el 2000 fue que empezó a tallar. Sus primeros trabajos fueron en troncos de palmeras muertas que él rescató en Manglaralto.

“Desde esa época sigo tallando tipo tikis, tótems y de varios tipos. Tallo como autodidacta, así como en la pintura –cuenta dándole forma a un tronco de dos metros–. En lugar de trabajar mirando catálogos, me los invento. Aunque la gente te pide algo más tipo tikis hawaiano, pero a mí más me gusta tallar a lo libre. También a lo africano, máscaras y temas de la naturaleza”.

Utiliza madera de la zona: cedro, laurel, jigua y palos más duros que los campesinos traen de la montaña a lomo de burro. Troncos de dos y tres metros. “No me he metido a tallar de una manera industrial para no abusar de la naturaleza”, declara y comenta que trabaja a mano utilizando tres o cuatro gubias que golpea con martillos o mazos de madera. Cuando las piezas son grandes, se ayuda con una motosierra pequeña. A sus esculturas le da color con pintura natural porque la textura de la madera no se pierde, aunque también emplea tintes y acrílicos. Sus clientes son dueños de negocios o personas que desean decorar sus casas con esa onda tribal y playera.

“El otro día recordé que mis primeros tikis los hice en la escuela, los hacía en las tizas con alfileres, así sin saber lo que estaba haciendo”, evoca viajando a su infancia.

Cuenta que su taller de arte y diseño es como  una invitación para que se acerquen artistas y personas comunes. “Hace unos meses llegaron unos hawaianos: Tonu y Koa, padre e hijos, artistas tallando la madera y tuve la suerte de conocer la técnica de ellos”.
Para mayo piensa viajar a Costa Rica y Panamá a tallar piezas más grandes. “Quiero ir por el puro gusto de experimentar. Será un viaje alrededor del tallado de madera”, manifiesta.

Sutton es autodidacta. Nadie le enseñó a tallar, ni a pintar. “Siempre me he considerado más dibujante que cualquier otra cosa. Últimamente me he dado más tiempo para dibujar y pintar”. Lo que dio sus frutos porque a un marchante español le gustó su obra y una galería de Oviedo, Asturias, lo ha invitado a exponer este año. Santiago está pintando lienzos de gran formato y dibujando plumillas sobre papel. Desea llevar 20 o 30 obras.

“Me gusta pintar a la gente y escenas de cómo yo miro al mundo, a la vida. No sigo a ningún artista en especial, ando descubriendo”, confiesa con entusiasmo porque este año desea viajar. “Salir con la obra. Salir y regresar de una. Porque acá está el rancho.

Acá volvemos”, manifiesta y cuenta que varias veces ha ido a Argentina a visitar a su familia “pero enseguida vuelo para Montañita que tiene esa magia, a mí me gusta estar acá en la naturaleza, en el calor y en la playa –expresa con absoluta convicción–. Montañita siempre está encendida, siempre pasa algo, ni en la ciudad porque allá sales a las tres de la mañana y estás solo como un perro”.

Desde hace 16 años, Montañita es el motor creativo y existencial de Santiago Sutton. ¿Qué magia tiene Montañita? Tal vez ya la pregunta sea necia.

 

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