Exiliada por nuestro arte

21 de Septiembre de 2013
Texto y foto: Jorge Martillo Monserrate

Historia de vida de Madeleine Hollaender, una suiza que por su gestión cultural, Guayaquil no debe olvidar darle su merecido reconocimiento.

Cuando Madeleine llegó a Guayaquil no imaginó que ese viaje cambiaría su vida. Ni que sería una importante gestora cultural con su galería Madeleine Hollaender. Cuando arribó por primera vez tenía 23 años y aún su nombre era Madeleine Obrecht, era oriunda de una pequeña ciudad rural de Suiza, hablaba alemán, francés e inglés. Pero nada de español, y llegaba a visitar a su hermana, esposa del cónsul de Suiza.

La tarde que conversamos, se confiesa tímida para las entrevistas. Pero un café la impulsa a transitar por sus vivencias. Se recuerda como la joven aventurera que en Hamburgo se embarcó en un barco bananero repleto de carros Volkswagen. Sonriente cuenta que cuando el barco entró a Posorja ella creyó que ese pueblito con casitas de caña y canoas era Guayaquil.

Su estadía duró tres meses. A más de visitar a su hermana, tenía gran interés de ir a la selva y conocer indios. “Siempre fui curiosa y estaba un poquito desilusionada porque Guayaquil no era la jungla con monos en los árboles”, dice entre risas.

Pero la joven suiza visitó una plantación bananera en Quevedo, conoció al patriarca Calazacón en Santo Domingo de los Colorados, el Quito colonial y Otavalo con sus artesanos indígenas. Su curiosidad estaba saldada. Pero el destino en su viaje de regreso le depararía la sorpresa de su vida. En el barco conocería a Heinz Hollaender, universitario entonces y luego ingeniero, se enamorarían en la travesía hacia Hamburgo, después se casarían y ambos en 1976 se radicarían en Guayaquil hasta estos días.

Entre arte, artistas y artesanías

Madeleine, con estudios y sensibilidad artística, era una mujer independiente sin ningún interés de ser ama de casa. Empezó a trabajar en la boutique de artes y artesanías del Grand Hotel Guayaquil. Fue su puerta de inicio. En 1977 se relacionó con artistas y artesanos. A bordo de bus y mochila al hombro, empezó a viajar por todo el Ecuador. “Ahí comenzó mi interés por la cultura indígena –cuenta emocionada y con un brillo en la mirada-, me fascinó más que todo la Sierra y el Oriente, estaba haciendo algo que siempre me gustó y no podía hacer”. Así fue aprendiendo español y conociendo el Ecuador profundo. En diversas comunidades fue nombrada madrina, tiene numerosos ahijados. En ese compadrazgo fue conociendo, viviendo y restando esas costumbres y culturas. “De la Sierra me entusiasmaba la música, los tejidos, la comida, aunque hasta ahora no me gusta el cuy y es lo mejor que le pueden dar a la comadre”, dice sonriendo.

Cuenta que su primera galería fue arrendada y duró un año. Su socio era su amigo y artista alemán Peter Mussfeldt. La dueña del espacio era la yugoslava Neda Prpic. La galería Contémpora estaba en el edificio Cóndor. “Era de artesanías y arte –dice Madeleine embarcada en el pasado-. Ahí Peter empezó a crear alfombras y tapices. Cuando creó diseños estupendos para las camisetas eso fue un boom aquí”.

La galería Madeleine Hollaender nació en Los Ceibos. En 1980 y nada menos que en su casa. Ahí organizó las exposiciones de Enrique Tábara, César Andrade Faini, Mauricio Bueno, entre otros artistas nacionales y extranjeros. “Era todo muy improvisado. La galería era mi casa, tenía una tienda de artesanías en el sótano”, detalla con cierto rubor. Allí con éxito expuso Gonzalo Endara Crow. “Yo lo hice conocer en Guayaquil, pintaba en pequeño formato pero solo, sin los talleristas”, señala. Luego la galería tuvo dos sedes: García Moreno y 9 de Octubre y también en José Mascote y 9 de Octubre, donde en el 2005 cesaría después de 25 años de intensa actividad no solo en torno a las artes plásticas. Pero siempre con Madeleine como motor y gestora cultural.

“Si tenemos que pensar en una gran historia del arte en Guayaquil, una de las figuras más señeras y prestigiosas para nuestro orgullo es esta mujer venida de Suiza (…). Madeleine Hollaender ha ofrecido a Guayaquil una obra de importancia comunitaria, con insuperable devoción y alta calidad”, escribe el crítico de arte Juan Castro y Velázquez en la publicación conmemorativa Galería Madeleine Hollaender, 25 años.

Fue Castro quien les presentó a Madeleine a los entonces jóvenes pintores de La Artefactoría que recién surgían. Fueron Flavio Álava, Paco Cuesta, Pedro Dávila, Xavier Patiño, Marcos Restrepo y Jorge Velarde, quienes en 1982 expusieron en dicha galería por primera vez y muchas veces más ya todos sus integrantes. “En ese tiempo no había quién les diera chance a estos talentos –manifiesta-. Eran muy jóvenes y curiosos, en ese tiempo hicieron cosas de vanguardia”.

Después de un sorbo de café, señala que en su galería expusieron casi todos los artistas ecuatorianos consagrados, extranjeros y jóvenes talentos. En el 2005, la galería cerró con una muestra del colectivo La Limpia. “Fue una limpia total!”, dice en son de broma.

Antes, en 1980, Madeleine había creado en el hotel Oro Verde: Ecuad’arte, su tienda de folclore; y luego, otra en Cuenca. A mi pregunta de cómo solventaba las exposiciones, responde: “Las tiendas de artesanías pagaron las exposiciones, aunque claro yo tuve a Endara, Guayasamín y algunos otros, pero el arte alternativo no se ha vendido muy bien. Las exposiciones se hacían con invitaciones, folletos, catálogos y nunca recibí ayuda de nadie”. Eso sí, siempre tuvo el apoyo de su amiga Birgit Benz y de su colaboradora Karina Véliz.

“Un trabajo pionero, una labor incansable en la orientación de su público a toda expresión de las artes plásticas de nuestro tiempo. Puerta abierta a todo artista, sin temor a expresiones creativas que podrían levantar polémica por su temática o su atrevimiento de romper tabúes sociales (…). Esa continuidad en pro de la libre expresión creativa es lo que más admiro en Madeleine Hollaender y su labor de galería”, manifiesta el artista Peter Mussfeldt en la publicación conmemorativa ya citada.

Fueron 25 años de organizar numerosas exposiciones y eventos, Madeleine asegura que siempre disfrutó apoyando las propuestas clásicas o innovadoras de los artistas. Menciona la maratónica El Arranque –1997–, que fue de 24 horas de arte, música, danza, performance. Recuerda cuando en el 2000, el gringo Douglas Fishbone armó, en la terraza de la galería, una instalación que era una montaña de guineos que después se fueron pudriendo. “Para Douglas eso era el holocausto”, comenta.

Le pregunto cómo era su relación con los artistas que exponían en su galería: “Antes de la exposición nos sentábamos a conversar sobre lo que estaban haciendo –relata-. Cada artista tiene su mundo, todos son egocéntricos, son prima donas”.

Cuando la tarde empieza a caer y ya no hay café, es el momento de evaluar. “Para mí fue divino. Creo que la galería fue una pequeña parte de la cultura de acá. Me encanta ir a la Bienal de Cuenca y encontrar ahí a mis niños –expresa con orgullo de madre-. Es importante haber hecho algo positivo”.

Todavía se relaciona con artistas y artesanos. A veces, su tienda del hotel organiza exposiciones con obra de pequeño formato. Cree que ahora volver a manejar una galería y organizar exposiciones sería demasiado para ella.

“Yo soy suiza pero he vivido más tiempo aquí, casi soy más ecuatoriana, me gusta Guayaquil, la ciudad eléctrica con mucha vida”, confiesa.

La tarde cae sobre Guayaquil. Cuando se despide y aleja. Imagino un gran lienzo que Madeleine a lo largo de 25 años fue creando. Trazo a trazo. Pincelada tras pincelada. Un cuadro que lleva su firma: Madeleine Hollaender.

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