Bolívar Mendoza: El café es cultura

11 de Agosto de 2013
Texto y fotos: Moisés Pinchevsky

Muchos lo conocen como el Juan Valdez ecuatoriano. Bolívar Mendoza es un comerciante de Jipijapa convertido en símbolo del turismo y la cultura local.

Para presentarnos su producto cita un proverbio turco que dice: “El café ideal es negro como el diablo, caliente como el infierno, puro como un ángel y suave como el amor”.

Él agrega que debe ser pasado, de preferencia manabita, y mejor aún si es bebido por labios sonrientes que saben apreciar la tradición que puede estar contenida en una buena taza de café.

“Los primeros sembríos de café en la colonia estaban en esta tierra (Jipijapa), y desde entonces ya se destacaba por su mediano aroma y mediana acidez, logrados porque está cultivado a unos 600 msnm”, indica con orgullo Bolívar Vidal Mendoza Tobar en su puesto ubicado en la terminal terrestre de su población natal.

Los sábados y domingos son los mejores días, dice, por lo que debe aumentar los decibeles de su voz anunciando que resulta imperdonable llegar a esa tierra sin probar esa bebida originaria de la antigua Abisinia, hoy Etiopía (oriente de África).

Tal carisma ha provocado que el Municipio y la Prefectura locales, al igual que la Asociación Nacional de Exportadores de Café, regularmente lo inviten a viajar por todo el país para participar en ferias de turismo, gastronomía y producción, convirtiéndose en un ícono de la cultura manabita.

“Mi primer gran evento fue la Feria Internacional del Turismo en Ecuador (FITE) del 2007. Fue todo un suceso. Yo fui como promotor para ponerle alegría al estand del Gobierno provincial. Manabí dio mucho que hablar”, recuerda.

Su aromático pasado

Mendoza aprovecha eventos así para intentar rescatar la tradición del café pasado, aquel que se obtiene tras verter agua caliente al café molido por un filtro, indica.

“Los turistas a menudo me preguntan por qué es tan difícil encontrar café pasado en los restaurantes del país, a pesar de que nos jactamos de producir un magnífico café”, dice mientras emplea su molinillo para así surtir un pedido de cinco libras solicitado por dos turistas cubanos.

Y así como el molinillo tritura el grano firme del café para convertirlo en aquel polvillo de aroma subyugante, Bolívar Mendoza también sabe hacer migajas los momentos más duros de sus 54 años de vida para convertirlos en un producto útil que ayuda a entender su pasado.

Esa manipulación de recuerdos denota que aquel sabor viene acompañándolo desde los diez años de edad, cuando como protegido de un comerciante mayorista ganaba algún dinero barriendo los centros de acopio de café en Jipijapa y viajando sobre los camiones que iban al puerto de Manta para evitar robos de las sacas porque los vehículos avanzaban lentamente.

“Ya de adolescente viajaba por todo el país comprando café, conocía a los exportadores y a los 25 años me convertí en intermediario”, recuerda sobre aquella bonanza que lo llevó a ser un calificador de café de exportación, pero que terminó cuando en los años 90 fue candidato a concejal del cantón. “Me quedé sin pan ni pedazo”.

Y para el año 2000 la crisis financiera del país había coincidido con la debacle en los precios del café. “Cerraron muchos negocios y me quedé sin trabajo”.

Fue así que en el año 2000, debido al desempleo, decidió viajar a Guayaquil cada fin de semana para convertirse en vendedor informal de café arábigo molido por el suburbio oeste de esta urbe.

Caminando bajo el sol porteño, su grito de “café manabaaaa, rico café manabaaaaa” se escuchaba primero en el barrio Garay para transitar por las calles Ayacucho, la 13, Gómez Rendón, Los Ríos, Portete y García Moreno hasta Brasil, donde vivían sus padres.

“Aquel primer sábado no vendí ni una sola libra de café. Nada. La gente seguro decía: ‘¡Qué será eso que vende este montubio manabita!’. Aquella noche me quedé durmiendo donde mis padres, y acostado en la cama me puse a llorar por la impotencia, porque no podía llevar nada a mi casa en Jipijapa”, recuerda.

Tal vivencia lo hizo cambiar de estrategia. “Al sábado siguiente regresé a Guayaquil para hacer el mismo recorrido, y dejé todo el café fiado. Mi esposa me decía: ‘Tú estás loco. No conoces a esas personas’. Pero a la semana todos pagaron”.

Así se mantuvo durante cinco años viajando a Guayaquil para vender su café de jueves a sábado, conquistando el gusto de clientes porteños que terminaron por convencerlo de que el café pasado de Jipijapa sería su futuro.

‘Sembrando’ el tour del café

Ese futuro nace de un presente que lo invita a soñar. “Espero pronto convertirme en productor para, con mis hijos y mi esposa, ofrecer paseos turísticos para mostrar el modo de producción”, con la marca Coffee Tour.

Indica que una veintena de operadoras turísticas del país lo están motivando a emprender esa iniciativa, con lo cual espera seguir promoviendo al café ecuatoriano como un producto de calidad internacional. “Para eso hoy vamos a todas las ferias posibles, cumplimos con pedidos de café de varias provincias y nos solicitan degustaciones en todo el país”.

Eso le permite llevar su carisma a diversos lugares, donde la gente aprende que el café, además de sabor y tradición, también es esperanza y alegría.

Contacto: (09) 9006-4117.

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