Debut en Broadway

22 de Julio de 2018
  • La intimidad que alcanza el artista con el público es una de las características principales del espectáculo.
  • Entrada del teatro Walter Kerr e Broadway (Nueva York). donde el cantante ofrece su show hasta diciembre de 2018.
  • La grabación del concierto de octubre de 2017 se recopiló en dos CDs de edición limitada.
Francisco Alarcón, especial para La Revista

Bruce Springsteen – The Boss – recibió un premio Tony por Springsteen on Broadway. Un premio especialmente creado para esta obra, ya que no hay categoría que capture esta original presentación.

Tuve la suerte de asistir a Springsteen On Broadway la noche misma en que se estrenó, el 3 de octubre del 2017 (continuará hasta diciembre del 2018; ya están agotados todos los boletos).

Springsteen On Broadway no es un concierto, ni un musical, ni una obra teatral. Se trata de algo único, de una obra en la cual se da un encuentro íntimo entre Bruce Springsteen y su público.

Para ello, Springsteen escogió un teatro (y de ¡Broadway!) para contar y cantar su historia. Sobre el escenario: Bruce (en camiseta negra y jeans), un piano, y guitarra acústica. Punto.

Como en el teatro, la presentación empezó puntualmente y los celulares debían estar apagados. Claramente, The Boss buscaba un ambiente sobrio, hasta solemne.

El show duró 2 horas y 5 minutos. Cantó 15 canciones, con narraciones entre (y a veces durante) ellas. A diferencia de sus conciertos (legendariamente largos y llenos de improvisaciones), Springsteen On Broadway se ciñe estrictamente a un libreto.

En el transcurso de la obra hubo historias, confesiones, y algo de humor. Como cuando dice casi al principio que nunca ha tenido un empleo, pero que ha vivido muy bien de cantar sobre el trabajo; “gracias a ustedes”, refiriéndose al público.

Empieza contándonos de su niñez, y de cómo muy temprano sintió el fuego y ganas de lucirse que mueve al artista. Describe del impacto que le causó – a sus 7 años – ver a Elvis Presley en TV. “¡Oh, la guitarra. Ahí está el poder!”.

Nos traslada al pueblo en el que nació y creció: Freehold, New Jersey (una de las muchas poblaciones que forman el “Jersey shore”) En la infancia de Bruce, Freehold era un lugar de clase trabajadora, con dificultades económicas, y en donde en los años 70 se vivió la tensión racial (al igual que en todo el país). Dice entender la ironía que significa que luego de escribir tantas canciones sobre huir y ser “Mr. Born to Run”, hoy viva a 10 minutos de Freehold. Es la relación amor / odio que todos tenemos con nuestras raíces. Ninguna canción podía ponernos ahí de tal forma como la que escogió: My Hometown.

Pasó a hablar de sus padres. Su papá (Douglas) era depresivo; Bruce y él tuvieron siempre una relación muy tensa. Entre otras cosas, Douglas detestaba la pasión de Bruce por la música. En cambio Adele (su mamá) era todo lo contrario: alegre, llena de vida, “podía conversar con un palo de escoba”. Era además muy profesional (trabajó durante casi 50 años). Ella siempre apoyó a Bruce con la música, alquilándole su primera guitarra cuando él tenía 8 años (no tenían dinero para comprar una). Bruce nos regaló sendas canciones sobre sus padres: My Father’s House para él, The Wish para ella (recomiendo escuchar esta última; a mí me provocó llamar a mi mamá en ese momento; la frase matadora: “If dad’s eyes were windows into a world so deadly and true / you couldn’t stop me from looking, but you kept me from crawlin’ through”).

Luego, tocándonos canciones como Thunder Road (para mí la mejor del inmenso catálogo Springsteen), The Promised Land y Born in the U.S.A., Bruce nos cantó y contó sobre su enamoramiento –con tensión incluida– con su país, los Estados Unidos. Quedó maravillado cuando él y la banda cruzaron por primera vez el país por tierra, impactado e inspirado sobre todo por los desiertos del oeste. Pero, por otro lado, sintió dolor al darse cuenta del maltrato y olvido con que el país trataba a sus veteranos de guerra –específicamente los de Vietnam–. Nos cuenta que Born in the U.S.A. es una canción de queja hacia los Estados Unidos por abandonar a quienes han luchado por su bandera; esta canción ha sido ampliamente malinterpretada como una canción patriotera, y no han faltado políticos estadounidenses que torpemente la han usado en campañas electorales.

Bruce no podía dejar de hablar –y con mucho sentimiento– de su banda, la legendaria E Street Band. Para ello nos toca una muy popular, Tenth Avenue Freeze - Out, que de manera muy general describe la formación de la banda.

En medio de la canción se queda tocando unas notas y menciona uno por uno a los integrantes (cabe mencionar que su guitarrista Steve Van Zandt estaba en el público, a 3 puestos nuestros); se detuvo en su difunto saxofonista, The Big Man Clarence Clemmons. “Clarence era elemental en mi vida; para mí perderlo fue como perder la lluvia”.

Pasó luego al aspecto sentimental y matrimonial de su vida. Bruce estuvo casado aproximadamente 4 años con la modelo Julienne Phillips, de quien se divorció en 1989. En 1991 se casó con Patti Scialfa, la corista y guitarra acústica de la E Street Band. Patti y Bruce siguen casados –tienen 3 hijos– y Patti sigue en la banda (de hecho es todo un ícono de la misma). Justamente en este punto del show, Bruce invita a Patti a subir al escenario y juntos cantan las dos canciones que él escogió para mostrarnos su ambivalencia sobre las relaciones: Tougher Than the Rest (una joya) y Brilliant Disguise. “Miss Patti” (como él le dice) es ovacionada por el público tanto el entrar como al retirarse del escenario.

Luego de pasarnos por otros de los temas que lo han movido, Bruce quiere darnos un mensaje de optimismo y perseverancia –siempre lo hace–. Que no importa lo que esté pasando, siempre vendrán días mejores. Que ante las adversidades y en los momentos difíciles “amárrense sus zapatos de baile, ¡y a bailar!”. Se vuelve obvio que nos está preparando para tocarnos Dancing in the Dark.

Ya preparando el cierre del show, Bruce nos regresa a su Freehold, donde viven sus fantasmas, los de su familia, los de su árbol, los de su colegio religioso y sus monjas y curas que en él enseñaban. Que por todos los lugares por los que pasamos va quedando algo de nosotros, van quedando nuestros propios fantasmas.

Que sabe que su público no va a sus conciertos a ser aleccionado, ni a que él le enseñe nada; que va tal vez para que le recuerde algo, para sentir algo, para trasladarse a algún lado, para renovar esperanzas.

En contradicción con lo anterior, recita (no reza) un padre nuestro.

Y Bruce cierra el show cantando (solo con guitarra acústica) la joya de la corona: Born to Run. En esta versión, la canción adquiere una fuerza especial, potenciada al final por un coro que es como un aullido melancólico, de lobo solitario.

Es el final perfecto de su historia, que ha decidido contarnos y cantarnos de manera muy expuesta. De su niñez y su pueblo, de su familia y sus padres, del fuego e inicio de su carrera, del enamoramiento con su país, de sus relaciones fracasadas y exitosas, de sus preocupaciones actuales, y de su esperanza. Una historia que solo puede ser contada y cantada de una manera tan potente por él, The Boss, en este mitad concierto mitad obra.

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