Mensajes oportunos: Y encuentros

Por Connie Hunter
21 de Septiembre de 2013

“Pensaríamos que en las redes sociales los encuentros y las relaciones son más superficiales y efímeras. Es probable que así sea, pero también hay de lo otro”.

Tenía 8 años cuando murió su padre. Sabía por su mamá que tenía una hermana mayor de un matrimonio anterior. Jamás la vio, apenas sabía su nombre. Cuarenta y cinco años después, como quien no quiere la cosa, escribió el nombre de esa hermana desconocida en Facebook. No pensó que la encontraría. De hecho, aparecieron varios homónimos. Su intuición y ese aire de familia que detectó en el rostro le dijeron que era ella.

Vivía en el extranjero, llegaba casi a los 60. Con un poco de miedo decidió escribirle. Era un mensaje escueto. A duras penas le ofreció disculpas por irrumpir en su vida y procedió a preguntar si por si acaso su padre se llamaba X. Aplastó el botón de enviar y esperó respuesta. Pasaron varios días y ya cuando casi había olvidado el hecho, recibió una respuesta afirmativa.

Su siguiente mensaje sería entonces más difícil de escribir. ¿Cómo decirle que eran hermanas? Tardó unas horas en concretar dos frases. Otro mensaje corto pero contundente: Mi papá también se llama así. Somos hermanas y me gustaría que me aceptaras en Facebook.

Los mensajes se volvieron más frecuentes. Compartieron fotos y anécdotas. Reconstruyeron la imagen de su padre a través de lo que apenas lograban recordar. Estrecharon virtualmente un vínculo de familia que pronto se traduciría en un encuentro real.

La hermana mayor organizó un viaje con su esposo e hijos y decidió visitar a su hermana en unas fiestas de Navidad. Las fotos que ahora cuelgan en sus muros de Facebook son de aquel viaje.

Pensaríamos que en las redes sociales los encuentros y las relaciones son más superficiales y efímeras. Es probable que así sea, pero también hay de lo otro. No solo se vuelven a relacionar los compañeros de kinder, los novios de la adolescencia o los colegas de la universidad. Odios, amores, reencuentros y desencuentros se van tejiendo en cada clic, en cada “me gusta”, en cada “retuit”.

Me pregunto qué hubiera pasado si la hermana mayor no leía su buzón de mensajes de Facebook en dos años. Lo que no hubiera descubierto. La oportunidad que no hubiera tenido. Como la que no tuve yo cuando en mi cumpleaños recibí, entre decenas de mensajes, uno que me dejó perpleja. Mi prima, quien falleció pocos días después, me había escrito. Por cosas de la vida, no había revisado los mensajes. No solo me deseaba feliz día, sino que decretaba mi eterna felicidad. No fue posible un mensaje de respuesta, un “gracias” por lo menos. Me asombré por la capacidad que tenemos de inmortalizarnos a través de cosas tan sencillas como unas palabras o una imagen. En la red sigue abierta su cuenta y su mensaje grabado en mi buzón. Sigue sin haber respuesta, solo un gracias de corazón y la lección aprendida de que la vida virtual se acompasa al ritmo del mundo real. Mientras tanto, las dos hermanas reales hacen planes para los próximos encuentros. Reviven en cada chat un retazo de su padre.

chunter@eluniverso.org

@conniehunterdg

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