Cuento de recién nacidos: Primeros tropiezos

Por Connie Hunter
29 de Mayo de 2016

“A los tres años de edad virtual, Azucena empezó a cometer menos torpezas y con la guía de sus mayores en las redes, aprendió a manejar mejor su privacidad”.

Azucena tiene apenas tres años de nacida en el mundo virtual. Confiada en su larga trayectoria de vida, ella resolvió abrir una cuenta en Facebook luego de su fiesta de los 50. Las amigas, niñas mayores de un año en las redes, publicaron fotos, las taggearon y compartieron varias veces. Con esta relevante actividad, Azucena decidió hacer su primer álbum de fotos.

Los primeros pasos de Azucena fueron algo torpes. Su resbalón inicial fue haber comentado una foto como si se tratara de un mensaje privado. Se quejaba de una de las personas de la foto y criticaba al marido de otra invitada. ¡Zuce!, le escribió aparte una de sus amigas, ¿qué haces? ¿No ves que todos te leen?

Zuce no tenía idea de cómo funcionaba eso y lo único que se le ocurrió hacer fue borrar el mensaje. Pero era tarde, pues ya todas lo habían leído. Como si se hubiera dado un gran suelazo, quedó impávida, aterrada de cometer otro error y con ganas de cerrar su cuenta enseguida. El consejo de sus amigas fue ser más cuidadosa y pedir disculpas, pero no fue capaz de hacerlo.

Esta mujer-bebé estaba algo mareada. Entendía muy poco del manejo de la privacidad de sus mensajes y con cierta frecuencia cometía una imprudencia. Una de ellas fue poner una foto de sus hijas jóvenes en su muro, en pijamas, despeinadas y haciendo morisquetas. ¡Mamá, quita esa foto! ¿Cómo se te ocurre publicarla? le reprochó una de ellas. Azucena las veía hermosas a sus pequeñas, no veía por qué no hacerlo. Pero a tanta insistencia la borró.

Zuce subía fotos de fiestas en las casas de sus amigas y aceptaba indiscriminadamente “amigos” en su red. Eso del Candy Crush se convirtió en un vicio y, con tal de ganar puntos, mandaba invitaciones a sus contactos veinte veces al día. Sin saberlo, ella se había convertido en la niñita molestosa que no conocía límites y a la que nadie le había dicho cómo comportarse. Comentaba en su estatus el dolor de estómago que le dio por irse a comer un cebiche o daba a conocer con mucha frecuencia el lugar donde se encontraba, sin percatarse de lo peligroso que eso podía resultar.

Quién iba a decir que fueron sus hijas las que un día la sentaron frente al Facebook y le empezaron a explicar cómo funcionaba. Esas dos chicas de la foto, jóvenes universitarias que crecieron en estos dos mundos paralelos, eran ya unas personas más maduras en internet y pudieron guiar a su madre tal como si fuera una niña.

A los tres años de edad virtual, Azucena empezó a cometer menos torpezas y con la guía de sus mayores en las redes, aprendió a manejar mejor su privacidad. No es una historia real, sino muchas a la vez. Cada día que nace un bebé en internet, ojalá también apareciera un hermano mayor que le enseñe a caerse menos y caminar mejor. (O)

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