Maestro a los 25: Gran ciudadano del cine

22 de Noviembre de 2015
Carlos A. Ycaza

Este año se conmemoran cien años del nacimiento de Orson Welles. Su debut como director en Ciudadano Kane lo consagró con un filme catalogado como el más innovador de todos los tiempos.

La condición de “niño terrible” no lo abandonó jamás. Desde sus años escolares y después de una borrascosa vida universitaria –que nunca terminó– Orson Welles nunca fue un artista de aguas tibias. Su irrupción artística teatral en Nueva York en 1937 con vanguardistas producciones de Julio César y luego en un Macbeth con actores negros, solo provocaban enconadas polémicas entre el público y la crítica.

Welles fue primero un ciudadano del teatro, con una pasión voraz por los clásicos de la misma manera que por la escena contemporánea de entonces, agrupando a grandes actores en sociedad con John Houseman para formar el Teatro Mercury, donde el horizonte creativo no tenía límites. “Un director es simplemente su propio público”, decía. “El reto es romper ese vacío entre el escenario y el auditorio, hacer las movidas precisas para sobrellevar cualquier desastre”.

En esos años quizás nada superó al escándalo mayúsculo de la transmisión radial de La guerra de los mundos, inspirada en la novela de H. G. Wells y que él realizara como parte de una serie de programas con sus actores del Mercury.

El realismo de esa extravagante odisea radial causó un pánico citadino con caóticas oleadas de gente en carros y veredas, huyendo de los marcianos que aterrizaban en Nueva York por una dramatización concebida como noticiero de última hora en vivo y en directo.

En medio de lo que fue una histeria colectiva y con su imborrable toque sardónico, Welles se disculpó ante sus oyentes con una melancólica sonrisa.

Llamada de Hollywood

Había otro lado de este genial aventurero de los medios artísticos: el cine. Desde su adolescencia, él ya había experimentado filmando escenas de teatro con sus compañeros. En 1938 filmó Too much Johnson (Demasiado de Johnson), una humorada silente creada para acompañar una obra teatral, en lo que podría pasar a la historia como la primera experiencia multimedia en un escenario, con su amigo Joseph Cotten –también del Mercury– de protagonista.

Hollywood no se hizo esperar y el señor entró por la puerta de oro: un contrato con el que Welles tenía carta blanca para hacer exactamente lo que él quería hacer. Y el objetivo era colosal: un guion que dramatizaba la vida de William Randolph Hearst, el zar mediático más poderoso y temido del país, cuyo control se expandía en la prensa escrita y en la radio, además de innumerables y millonarios negocios de diversa índole. La película era Ciudadano Kane. En ese famoso convenio con los estudios RKO para muchos historiadores se creó el “cine de autor”, donde solo alguien como Charles Chaplin había tenido un control igual de sus creaciones. ¡Y Welles la rodó a los 25 años!

La película se estrenó en 1941, durante una apoteósica gala en Broadway precedida de la ira de Hearst, de críticas superlativas y de un público que hacía largas filas en las primeras semanas. Después el asunto no cuajó del todo, porque la prensa adversa en los diarios de su enemigo redujo el interés. En esa época una columnista como Louella Parsons podía destruir carreras y ella estaba a las órdenes de Hearst. Por otro lado, Ciudadano Kane estaba ejecutada y conceptualizada como una propuesta muy adelantada a su tiempo. En 1942 su guion ganó el Óscar, compartido por Welles con Herman Mankiewikz, una colaboración que después fue motivo de interminables discusiones sobre quién fue realmente el autor original.

“La mejor película de la historia”. No es una exageración. Ciudadano Kane (1941)

Welles hizo la transmisión radial de ‘La guerra de los mundos’.

‘Rosebud’

En el filme, Welles dominaba la escena no solo como director sino como un actor de una fuerza excepcional. Encarnando al magnate desde su juventud hasta su muerte, vemos facetas insólitas del personaje siempre bajo la lupa de la memoria de los que lo conocieron, una estrategia cinematográfica admirablemente lograda. La película comienza como si se tratara de un noticiero a la muerte de Kane en su babilónica mansión de Xanadú.

Junto a la puesta en escena en la que se lucen los actores del Mercury en roles protagónicos y secundarios, está la filmación: el director de fotografía era Greg Toland, una figura consagrada de Hollywood, que rompió todos los esquemas reglamentados hasta entonces bajo la batuta de Welles. “Yo quería trabajar con alguien que nunca había hecho una película”, dijo Toland. “Es la única manera de aprender algo, descubriéndolo con alguien que lo hace por primera vez”.

La fotografía en blanco y negro es antológica, en la que los claroscuros, las sombras, los efectos de contrastes y tomas que parecen realizadas desde el piso o que traspasan las ventanas, llevan la acción como una partitura sinfónica. De la misma manera los sets se acoplan a una macabra visión artística que tenía mucho que ver con el expresionismo alemán del cine mudo. Ciudadano Kane es una historia fantasmagórica porque tiene que ver con la memoria. No es suficiente saber de las obras de un hombre, más importante es saber quién era.

Los recuerdos que reviven al protagonista desde su niñez en esa nevada traumática con sus padres, mientras él se desliza en un trineo, pasando por sus formidables iniciativas periodísticas, sus mujeres y el pedestal de inconmensurable poder nos llevan –a través de los testigos de sus correrías– a la obsesiva historia de Rosebud (Capullo de rosa), una palabra que es un murmullo entre sus allegados y que parece tener la clave del alma del enigmático Kane. Esto solo se desvela en el operático clímax.

“El filme expresa más que nada la naturaleza del medio cinematográfico, de ese abismo entre lo concreto de la vida y sus significados más emotivos y oscuros”, dijo el historiador David Thomson. Si una película puede crearse con el espíritu liberador de un poema, Welles lo logró en su primer trabajo cinematográfico. (E)

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