El cine esencial

17 de Agosto de 2014
  • François Truffaut (1932 - 1984).
  • Los 400 golpes (1959) con Jean-Pierre Léaud en el papel de Antoine.
  • Antoine y Colette (1962). Con el mismo Léaud y Marie-France Pisier.
  • Amor en fuga (1979).
Carlos A. Ycaza

Durante 20 años el director francés François Truffaut recreó facetas autobiográficas de su vida a través del actor Jean-Pierre Léaud, en cinco películas para la historia.

Lo que Francia aportó al cine mundial llegó a un clímax sorprendente en el movimiento bautizado como la nueva ola a fines de los años cincuenta.

Entonces cineastas como Jean-Luc Godard, Jacques Rivette, Claude Chabrol, Alain Resnais y muchos otros dejaron sus trincheras periodísticas en la icónica revista Cahiers du Cinema (Cuadernos de cine) y se lanzaron a filmaciones en las que lo que se respiraba era un oxígeno libre –anárquico sería el mejor calificativo– totalmente independiente de los esquemas formales del cine comercial de entonces.

Entre ellos, François Truffaut (1932-1984) fue uno de los pioneros que empujaron el “cine de autor” que ya tenía otros paralelos en Italia. Pero con Truffaut el asunto cobró una relevancia enorme en el mundo cuando Los 400 golpes irrumpió en el Festival de Cannes en 1959 y Truffaut se llevó la Palma de Oro como mejor director. En ese filme se desvelaba mucho de la infancia de su autor, con dolorosas intimidades familiares que eran prodigiosamente dramatizadas en un toque irreverente, jovial y tremendamente humano.

Jean-Pierre Léaud a sus 14 años interpretaba a Antoine Doinel, álter ego del director. Fue escogido a dedo por el propio Truffaut cuando puso un aviso en el diario para convocar a actores con o sin experiencia. Cuando el chico vio la película terminada por primera vez, se le salieron las lágrimas. “Parecía que François hablaba de mi vida”, dijo.

Cajita de Pandora

¿De qué vida se trataba? Un adolescente rebelde, indisciplinado, callejero, con un padre que podría ser o no ser y una madre que trabajaba y que no le dedicaba mucho tiempo. Pero Antoine es una cajita de Pandora, a su manera. Su energía es arrolladora en las travesuras esquineras y su voraz apetito por las lecturas de Balzac es sintomático de un espíritu sensible que también lo lleva a faltar a clases para ir al cine con amigos. La verdadera educación era la de sus sueños.

Después de dos días de ausencia al colegio la excusa es que “mi papá ha muerto”, y los profesores investigan. Entonces hay el zafarrancho familiar que lo lleva a pequeños robos en tiendas barriales y librerías. Antoine termina en un centro de observación para adolescentes con problemas. En Francia, Los 400 golpes es una expresión para identificar un gesto de rebelión cuando uno enfrenta injusticias. Y el golpe final es el escape.

Truffaut lo filma en una de esas escenas que marcan nuestras vidas: seguimos a Antoine corriendo por un largo sendero hacia el mar. Es una secuencia en la que la cámara parece volar con el protagonista bajo los acordes de la nostálgica música de Jean Constantine. Cuando escuchamos el ruido de las olas y vemos el mar de frente, nos estremece la inmensidad del vacío de esta frágil vida. Antoine se detiene y su rostro gira hacia la cámara en primer plano, mirándonos. Fin.

La vida continúa

“Antoine podría haber terminado su vida en esa película”, dijo Truffaut. Pero la historia del cine es como la de la humanidad. Nada está escrito. Todo puede suceder. Un productor contrató al director para que hiciera un episodio de la película Amor a los 20 años (1962) y Truffaut resucita a su héroe por 32 minutos en Antoine y Colette. Allí, Doinel se revela como un sobreviviente, sin una vocación clara y simplemente mantiene su aire de soñador permanente, trabajando en una fábrica de discos de vinilo y persiguiendo a Colette (Marie-France Pisier), la chica que lo introduce a su familia y con la cual establece vínculos estrechos que finalmente alejan a Colette.

“Todo lo improvisé allí, con los propios actores”, decía el director. Y su siguiente secuela mantiene esa maravillosa transparencia en las agudas observaciones de las relaciones humanas. Besos robados (1968) fue precedida por Jules y Jim (1962) y tres películas más que elevaron el nombre del director a niveles estratosféricos por la crítica. En Besos robados vemos a un Antoine –siempre con Léaud– que es rechazado del servicio militar (su cara de alegría es incandescente) y que vuelve a caer en los trabajos más disímiles: investigador privado, vendedor en una boutique de zapatos finos donde es seducido por la esposa del dueño (Delphine Seyrig). Y también el nuevo romance con Christine (Claude Jade), en el que podría haber la sorpresa de un Antoine más serio que asume la responsabilidad cuando su pareja queda embarazada.

En 1970, las marquesinas parisinas volvieron a anunciar la nueva etapa de Antoine en Domicilio conyugal. Aquí los trabajos de Antoine después de su matrimonio y el nacimiento de su hijo son casi surrealistas: florista que colorea las rosas con productos químicos y luego de controlador de barquitos-modelos en una planta hidráulica donde el joven es atraído poderosamente por Kyoko, la hija de uno de los adinerados clientes japoneses.

Hay crisis conyugal, pero nada que no tenga remedio en estas parejas disparejas. Ante la consiguiente escena de celos furibundos de Christine, Antoine reacciona con los mismos arrebatos inesperados que vimos antes en una divertida escena de la pareja vecina. Y al ver a Antoine en acción, el hombre le dice a su esposa: “Ya ves, ahora sí que están realmente enamorados”.

Pesimismo superado

“Mentiría si yo hubiera intentado transformar a Antoine en un adulto”, diría Truffaut en 1979, antes del estreno de Amor en fuga casi una década después de Domicilio conyugal. “Él nunca se convierte en un adulto real, él es alguien que permanece niño y hay algo de esto en todos nosotros, pero en Antoine significa mucho más”. Y por eso esta fuga final –o ‘vuelos’, del amor– tiene que ver con la imposibilidad de la estabilidad en las relaciones. Ahora Antoine se ha divorciado de Christine y mantiene un romance con Sabine (Dorothée), que trabaja en una tienda de discos, ocupación parecida a la de él mismo hace años.

Hay flashbacks al pasado y los contrastes son un tanto angustiosos en esta comedia de la vida, donde un re-encuentro con un amante de su madre lo lleva a acompañarlo al cementerio donde está enterrada y allí Antoine se entera de que su madre siempre lo quiso, “pero muchas veces la gente no sabe demostrar su amor”. Truffaut nos deja con el sabor melancólico de su ciclo de películas. Hemos palpado, casi tocado, un cine esencial. Hecho de momentos que parecen intrascendentes, ligeros, volátiles.

Pero esta visión de la vida real “imaginada” de Truffaut ya es inmortal, al igual que su innovador aporte al cine mundial. Decía este gran crítico-cineasta hablando de Luis Buñuel, uno de sus directores preferidos: “Con razón o sin ella, el artista optimista parece un artista más grande o más útil a sus contemporáneos que el nihilista, que el desesperado, siempre y cuando se trate no de un optimismo ingenuo, sino más bien de un pesimismo superado”.

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