Recomendados en España

17 de Noviembre de 2013
  • Malecón de Donostia (San Sebastián), cerca de la frontera norte con Francia.
  • Obra de teatro en un antiguo escenario romano, en Mérida.
  • Los muros de Patones están hechos de piedra que se asoman en callejones y viviendas.
  • Antiguo acueducto romano de Mérida. Xavier Arias, guayaquileño residente en España.
Texto y fotos Xavier Arias, especial para La Revista

Los turistas ecuatorianos que llegan a este país ibérico generalmente recorren primero Madrid, para luego buscar otros destinos. Un compatriota que reside en España brinda algunos consejos sobre otros sitios fuera de la capital española.

Cuando vivía en mi querido Guayaquil, mis escapadas turísticas apuntaban a destinos como Montañita, Salinas, Baños de Agua Santa, Cuenca y Quito, entre muchas otras ciudades que revelaron ante mí un Ecuador abundante de maravillas que, aunque suene cursi, uno aprende a valorarlo mucho más cuando se está lejos.

Pero ahora que llevo diez años viviendo en Madrid mis destinos turísticos, lógicamente, han cambiado (se me haría harto lejos viajar cada fin de semana para pegarme un chapuzón en Salinas).

Estos “nuevos” sitios generalmente disfruto con mi novia, Remedios Chaves, pero también funcionan genialmente cuando llegan a visitarme familiares o amigos que, además de darme ese abrazo fraterno, aprovechan para conocer algo de esta España que tiene mucho que brindar al turista.

Patones de Arriba

Los clásicos destinos cercanos a Madrid son Toledo (con su estilo medieval), Segovia (con su antiguo acueducto romano) y El Escorial (con su impresionante monasterio).

Cada vez que venían amigos o familiares de Ecuador solía llevarlos a esos sitios, hasta que se me ocurrió solicitarles a mis compañeros de trabajo que me recomendaran algún otro pueblo cercano que valdría la pena visitar. Y me dijeron que fuera a Patones de Arriba.

Sí, así se llama, debido a que sus primeros pobladores eran llamados “los patones”. Un día visité ese lugar y no me defraudó para nada. El pueblo queda a una hora al noreste de Madrid, encaramado en lo alto de un cerro (por eso son “de arriba”) y accesible solo por una carretera tan estrecha que entra un carro a la vez.

Al llegar, contemplamos un pueblo construido mayormente de piedra (pizarra) y con pinta de muy antiguo, tanto así que una de las cosas que me llamaron la atención fue una fuente de agua y un lavadero que tenía una escritura en la roca. Se leía “La Fuente Nueva”, con fecha 1908. Aquel era un lugar típico donde se reunían las mujeres frente a una taberna, lugar típico donde encontrabas a los hombres de la época, costumbre que los actuales patones mantienen con camaradería.

Los paseos por Patones de Arriba te llevan ineludiblemente también a la cercana iglesia de San José, que en 1653 lucía como una ermita de piedra y cal, pero que en 1753 fue derrumbada para construir esta atractiva iglesia por orden del arzobispo de Toledo.

Las caminatas por el centro histórico de Patones de Arriba tienen un especial valor cuando escuchas detalles insólitos de su historia, como que este poblado estaba en una zona tan escondida e inaccesible que durante siglos era gobernado por una monarquía local (tenían su propio rey) y, además, tal ubicación recóndita hizo que en el siglo XIX, en la guerra de independencia contra los franceses, no se viera afectado debido por las batallas.

Actualmente, Patones de Arriba es considerado Bien de Interés Cultural, lo cual es la máxima protección que otorga la Ley de Patrimonio Histórico de España.

En la frontera norte

Otra escapada recomendada nos lleva a San Sebastián (Donostia, en lengua euskera, del País Vasco). Había escuchado algo de esta ciudad debido a su famoso festival de cine, al cual cada año asisten estrellas como Hugh Jackman, Robert de Niro, Michael Douglas y Brad Pitt, entre otros.

En Madrid también solía ver por la tele su playa de La Concha, el balneario urbano más famoso de España, el cual sale en los noticiarios cuando hablan del tiempo en las distintas partes del país. Y había escuchado hablar de sus pinchos o pintxos, en lengua local (panes con comida arriba) y de sus cocineros famosos, así que con la Reme decidimos pegarnos una escapada para conocerla.

Después de un viaje de cinco horas al norte de España y a tan solo 20 kilómetros de la frontera con Francia llegamos a San Sebastián. Lo primero que me llamó la atención fue su arquitectura, muchos de sus edificios emblemáticos como su catedral del Buen Pastor o el Gran Casino tienen influencia alemana y francesa.

Luego nos fuimos a caminar por el Paseo de La Concha, que es el malecón marítimo que bordea las playas de Ondarreta y La Concha, cuyo escenario me hacía pensar sobre lo bonito que sería vivir a los pies de una playa así, con esa vista tan increíble.

Seguimos paseando hasta llegar a los jardines del Palacio de Miramar, que fue residencia real de verano hasta los años 30, tras lo cual avanzamos hasta el corazón del casco antiguo.

Lo típico allí es probar los famosos pintxos. Mi sorpresa fue que no eran como las típicas tapas que te sirven en los bares de Madrid cuando te tomas una cerveza, sino que eran decenas de tapas distintas, unas pequeñas obras de arte gastronómicas que vienen con cada bebida.

Fue así que nos recorrimos unos cuatro bares intentando probar las distintas delicias que tenían; ahí comprendí por qué la cocina vasca es tan reconocida y por qué se dice que San Sebastián es la ciudad con más estrellas Michelin por metro cuadrado.

Otro de los paseos que me gustaron fue el de la playa de Zurriola, muy visitada por los surfistas. Debido al clima frío, yo parecía una cebolla con todas mis capas de ropa (camiseta, camisa, suéter, chompa), gorro y guantes, por eso sentía congelarme tan solo de ver a esos reyes de las olas haciendo malabares en el océano.

Este paseo nos condujo hasta “el peine del viento”, un conjunto de esculturas al pie del mar donde tuve la suerte de disfrutar uno de los atardeceres más bonitos que he visto en una playa: por un lado, las olas rompiendo sobre el acantilado,y por otro, La Concha con su paseo marítimo, mientras iba cayendo el sol dejando el cielo rojizo.

El teatro en Mérida

Esta es una ciudad romana, visigoda y árabe situada a unas tres horas y media de Madrid.

Quise ir para ver una representación teatral clásica que cada verano se celebra en un antiguo teatro romano.

Esta vez presentaban Antígona, así que compré las entradas por internet y me fui un fin de semana para allá. Pero antes de ir a la función dimos una vuelta por la ciudad y me quedé impresionado por la cantidad de ruinas romanas.

Yo que pensaba que las iglesias de Quito eran muy antiguas, me encontré con acueductos de hace 2.000 años con 20 metros de altura y grandes arcos en una época en la que no conocían las grúas actuales; aún sigo preguntándome cómo pudieron construirlo.

Me llamó mucho la atención que iba andando por la calle y de repente al lado de una casa veía unas ruinas romanas, seguía andando y más de lo mismo. Era verdaderamente increíble.

También me llamó la atención el Arco de Trajano, que con sus 15 metros de altura era la puerta de entrada a la ciudad. Se dice que en su época de esplendor, este arco estaba recubierto en su totalidad por mármol, lo cual tiene sentido al considerar que Mérida hasta antes de la caída del imperio romano fue un importantísimo centro jurídico, cultural y militar romano.

En la noche ya estaba listo para el teatro en un escenario de hace 2.000 años. Solo con entrar y ver el ambiente yo ya estaba servido, pero si además tenía la suerte de ver una obra de teatro clásico entre las columnas romanas, realmente era una feliz locura.

 

La vista en Formentera Por Fátima Farfán

Me radiqué en España hace menos de un año, pero llevo mucho tiempo viniendo ya que mi mamá reside en Madrid junto con mi hermano, la esposa y mis sobrinos adorados.

Y ahora decidí quedarme definitivamente, ya que en este mes contraigo matrimonio con mi novio, José Antonio Santos (español), con quien he viajado a algunos lugares de este lindo país.

Uno de esos destinos fue la isla de Ibiza, en el archipiélago de las Baleares, en el mar Mediterráneo.

La primera impresión de Ibiza suele ser la de una ciudad centrada en el ocio nocturno y diurno: discotecas, bares, fiestas al aire libre, playas de ensueño, etcétera. La otra Ibiza, seguramente la más desconocida, se caracteriza por bonitos amaneceres y atardeceres, paisajes inolvidables e interminables, tiendas de ropa ibicenca, arroces de todo tipo y sabrosos pescados.

A una hora en barco se puede llegar a la isla de Formentera y visitar el Faro de la Mola (al cual llegamos en un cuadrón), donde parece que el mundo termina, pero realmente empezó para nosotros aquel día. Totalmente recomendable por sus vistas, es un lugar lleno de paz y tranquilidad, con rincones para explorar, un lugar extraordinario donde perderse.

Desde el ingreso al lugar es realmente impresionante, una pequeña carretera se adentra a este maravilloso paisaje. Lo primero que se ve es el faro y dos segundos más tarde se observa el mar que se junta en una sola imagen con el cielo. Es un espacio en el que se respira libertad y en el que uno se siente como un pequeño elemento en medio de las grandes maravillas que existen en el mundo.

Nuestro viaje a Ibiza lo hicimos en el verano de este año, el pasado mes de agosto, porque en esa época uno busca escapar un poco del calor de Madrid e ir unos días a disfrutar del verano.

 

 

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