La mejor playa brasileña

13 de Enero de 2013
Seth Kugel - The New York Times

Piauí es uno de los 26 estados que conforman el Estado federativo de Brasil. Tiene una costa atlántica pequeña, pero guarda tesoros turísticos poco explotados.

Cuatro burros desayunan algas. Un adolescente baila en la espuma del mar. Un viejo baja a golpes un coco de una palmera. Y todo un pueblo concuerda en cómo escribir mal “crepas”.

Eso es lo más destacado de mi excursión de punta a punta, en octubre, a lo largo de los 66 km de la costa de Piauí, un estado en el noreste de Brasil, apenas registrado en la conciencia brasileña, ya no digamos en las guías de turismo.

¿Por qué hice semejante cosa? Todo empezó con una manía y una imaginación hiperactiva. Me había topado con otro artículo más en el que se mencionan “las mejores playas del mundo”, una presunción que realmente me irrita. ¿Cómo puede alguien declarar semejante cosa con alguna autoridad? Para crear tal clasificación habría que visitar cada playa en el mundo.

Luego recordé haber visto la costa de Piauí, curiosamente pequeñita, en un mapa. El estado, cuya mayor parte está tierra adentro, saca un dedito al Atlántico, entre Maranhao y Ceare, dos estados con más destinos playeros. ¿No podría simplemente recorrer a pie la distancia de su costa y nombrar a “la Mejor Playa de Piauí” con absoluta autoridad?

Hice un acercamiento en Piauí en Google Mapas y cambié a visión satelital. Dos ríos rompen la costa, pero, aparte de ellos, había pura arena incesante, sin obstáculos, como acantilados ni puertos ni bases navales. Aunque no soy un excursionista ávido, se me ocurrió que cuatro días eran suficientes para caminar 66 km, especialmente si se considera el terreno plano.

Imprimí el mapa, y decidí no investigar más –para agregar aventura y evitar prejuicios en la clasificación– y reservé un vuelo de Sao Paulo a Teresina, la capital interior de Piauí, y un trayecto de seis horas en autobús hasta Parnaíba, cerca de la costa. Luego, abordé un minibús atiborrado hasta Porto dos Tatus, río arriba de mi línea de partida, la aislada punta noroeste de Ilha Grande.

Porto dos Tatus es donde las embarcaciones reciben visitantes en recorridos por el delta del Parnaíba. Un guía ocioso, llamado Bal, estuvo de acuerdo en llevarme en su embarcación por 150 reales ($ 75) hasta la lengua de arena que le señalé en el mapa. Después de más o menos una hora de correr a toda velocidad por los manglares y ya estábamos ahí.

La arena abierta –no había una sola palmera cerca del agua– parecía sobrecogedora bajo el sol ardiente y a temperaturas de noventaitantos grados Fahrenheit. Sin embargo, se levantó una fuerte brisa que alivió el calor. Mi objetivo para el día era llegar al otro extremo de Ilha Grande y encontrar un camino para cruzar el río hasta el pueblo de Luis Correia, a unos 19 kilómetros de distancia. Bal me había dicho que llegaría a Pedra do Sal, un pueblo a mitad del camino, donde podría comer. Sin embargo, por ahora, arenas planas y pozas de marea en el horizonte era lo que podía ver. Inicié el recorrido por la arena endurecida, en chanclas.

Llegué al polvoso Pedra do Sal en unas cuantas horas. Cayó la noche justo antes de llegar al río que separa a Ilha Grande de Luis Correia, y hubo que sacar la linterna. Podía ver las luces titilantes del poblado al otro lado del río, pero en Ilha Grande no había ni un alma.

En la mañana fui a la playa Atalaia, una franja lóbrega de arena que, con todo, parecía ser popular entre los bañistas: estaba flanqueada por restaurantes y bares que se engalanaban para un puente de fin de semana.

A unos cuantos kilómetros, llegué a la playa Coqueiros, con palmeras, y, ocasionalmente, empezaron a aparecer balnearios y “pousadas” de aspecto encantador. Al día siguiente me dirigí directo a Macapa, el próximo pueblo donde, se me había dicho, sería fácil encontrar a algún pescador que me atravesara el río número dos, hasta Barra Grande.

Mi objetivo del día era el pueblo de Cajueiro da Praia, desde allí estaba bastante cerca de Cajueiro da Praia. Para ser honestos, se me había olvidado por completo mi objetivo original de encontrar la mejor playa de Piauí. Sin embargo, no importa porque habría sido imposible escoger una ganadora.

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