Aquella playa ‘nuestra’

22 de Abril de 2018
  • La desierta playa de Subida Alta está dividida por un muelle usado por los habitantes. A la izquierda, el mirador. Foto: Moisés Pinchevsky
  • La playa de Las Tunas también invita a tranquilos paseos a caballo. Foto: Hostería Equus Erro.
Moisés Pinchevsky

La búsqueda de tranquilidad nos invita a explorar en la arena para hallarnos a nosotros mismos.

la idea de salir de casa rumbo a un balneario viene necesariamente acompañada por la imagen del reposo. Esa tranquilidad nos motiva a menudo a explorar en diversos escenarios hasta encontrar aquella playa especial que se ajusta más a nuestra idea de felicidad.

¿Usted ya tiene la suya? Quizá para buscar paz, libertad o romance, los viajeros más soñadores han logrado hallar ese balneario distinto para encontrarse a ellos mismos. En mis recorridos por el país he logrado encontrar algunos, tan escénicamente magníficos como desolados. Y seguramente no soy el único que aprecia esa sensación.

Aquí les presento cinco playas que me han parecido diferentes, y que he interpretado como un particular pedazo de paraíso.

Subida Alta. Aquella oportunidad llegué al poblado de Posorja, cerca de General Villamil Playas, para tomar un bote que, en menos de media hora, me depositaba en el muelle de la comuna Subida Alta, en el sur de la cara oeste de la isla Puná. No era la primera vez que llegaba, así que reconocí a la señora Panchita Banchón recostada en su hamaca, bajo un árbol. Hace seis años, ella me contaba que nunca había salido de la isla, y en su paz logro observar por qué: un mar quieto y de muy baja profundidad junto a un mirador en lo alto de un apacible acantilado. Un grupo de niños (quizá comuneros) se baña en el océano, mientras una pareja de turistas toma el sol soñando, quizás, con que su mundo será siempre así. Hay algunas rocas sobre la arena, las cuales funcionan como parte de un ambiente tallado para el encanto.

Engabao. Llegando a la ciudad de Playas, girando a la derecha, se toma el camino que nos lleva a la comuna de Engabao. Ese primer tramo está asfaltado, pero más adelante, por una vía lastrada, se llega a la playa de Puerto Engabao, famosa por su paisaje con botes de pescadores y maniobras de surfistas. El faro marca el punto focal de esa actividad. Pero tomando el camino de la derecha, solo hay que avanzar menos de un kilómetro para encontrar la que denomino la “playa escondida” de Engabao. Es tan desierta y apacible que mi primera reacción fue dejar libre a mi perro para verlo corretear y hacer agujeros en la arena. Allí funciona la hostería Punta de Piedra (099-406-2606), propiedad de Franklin Villalba, en la cual espero alojarme alguna vez.

Palmar. Me gusta también esta playa del cantón Santa Elena. Pero allí juntito hay un espacio que me sigue dejando sorprendido. El amplísimo bosque de manglar que respira en esa comuna de pescadores. Un grupo de jóvenes locales ha organizado una operadora para brindar paseos turísticos con kayaks que deambulan por esos laberintos de árboles de manglar. Considero que puede estar entre las mejores experiencias de aventura que he vivido en la Ruta del Spondylus. Así que después de retozar en la tranquilísima playa de Palmar, la recomendación es ponerse a remar junto a esos jóvenes emprendedores. Llámelos al 098-641-9183, 099-329-7031.

Manglaralto. El fuerte oleaje me desmotiva para cualquier chapuzón en esa zona y también evita que lleguen las legiones de turistas. Así que Manglaralto es uno de esos balnearios tranquilos en donde sentarse sobre la arena caliente. Allí reside una gran amiga mía, Paquita Jara, expresidenta de la Red de Turismo Comunitario de Santa Elena y propietaria de la hospedería Los Cactus (099-174-0143), a una cuadra del mar. Así que es común que la temporada me sorprenda sentado en el pequeño muro de rocas que protege de las olas a las casas asentadas en la primera línea de playa. Luce como una zona de escape, de tranquilidad. Hay otros hospedajes en la comuna, y en la zona norte el paisaje está dominado por un estero abrazado por un bosquecito de manglar y un malecón que bordea esa salida de agua que va directo al mar.

Las Tunas. Hace unos ocho años, durante uno de mis recorridos costaneros, me quedé dañado con el carro. Me ocurrió justo en la comuna Las Tunas, en el sur de Manabí. Encontré a un mecánico que me ofreció tenerme el carro listo para el día siguiente, así que me tocó quedarme a dormir en una hospedería comunitaria frente a ese rústico malecón. Sin planificarlo, fue una de las escapadas más adormecedores que he sentido. Ese amable poblado parece que se mueve a cámara lenta. No había visitantes en esa noche, así que me dediqué a caminar por una playa solitaria que me invitaba a seguir avanzando. Y las veces posteriores que he regresado, la impresión ha sido la misma, siempre observando también cómo los jóvenes comuneros deambulan con sus tablas de surf en búsqueda de buenas olas. Y más al norte funcionan hosterías como Equus Erro (05-234-7081), que brinda paseos a caballo. En fin, Las Tunas es uno de esos oasis al que siempre espero regresar.

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