Al ritmo de Puerto Roma

09 de Junio de 2013
  • El ajetreo diario de los guayaquileños contrasta con la tranquilidad que se vive en las poblaciones asentadas en las islas, entre el manglar.
  • Junto a la pesca del día viajan quienes van al mercado.
  • Veinticinco canoas a motor, el transporte en Puerto Roma.
  • El muelle Caraguay es el acceso para la interacción de los comuneros con Guayaquil.
Liliana Anchundia

Trabajar solo las horas que el cuerpo le pida y no tener los problemas de las ciudades son dos ventajas que aprecia la gente de Puerto Roma, la comuna con más habitantes del Golfo de Guayaquil.

Si usted llega hasta el área donde se venden los cangrejos en el mercado Caraguay y se asoma al muelle del mismo nombre, verá un paisaje multicolor de delgadas canoas a motor, cuyo ir y venir está condicionado por el subir y bajar de la marea. Hay gente en movimiento; unas cargan bultos, otras preguntan qué canoa sale para tal o cual isla.

A las 09.30, la canoa de Eduardo Jordán se alista para salir hacia Puerto Roma. Se sube una decena de personas que comparten espacio con las provisiones adquiridas en el mercado. Entre racimos de verde, agua embotellada, combustible en pomas y una bolsa plástica que deja ver el edredón recién comprado por la esposa del canoero, se acomodan los pasajeros.

Él realiza unos cuatro viajes por semana; en promedio lleva 10 pasajeros, aunque ha habido ocasiones en que ha transportado hasta 35 personas. Otras veces no viaja en toda la semana o traslada solo a la familia.

Con el ruido del motor de fondo, desde el río Guayas se divisan silos y estructuras que pertenecen a empresas asentadas al borde de la ciudad, luego siguen kilómetros de manglar que no permiten detectar la división de las islas e islotes del estero Salado. Transcurridos 40 minutos un pintoresco poblado de unas 28 casas se asoma, es Masa I. Cinco minutos después está Masa II, con unas 15 casas a la vista. Y muy cerca aparece Tres Ratones, un asentamiento de seis casas. Si se mira el lado opuesto se aprecian la isla Santay y hacia el sur la isla Mondragón, en cuyo territorio se asientan las comunas San Pedro, Puerto La Cruz, Puerto Buenavista, Puerto El Conchal y Puerto Arturo.

En la canoa va Carlos Robles, de 40 años, viene de El Oro y se dirige hacia la camaronera donde trabajan otras 12 personas que, como él, proceden de distintas provincias; se quedan 22 días y salen a descansar por una semana.

Una primera mirada

Luego de una hora y diez minutos de travesía, la canoa ingresa por un recoveco del manglar para dejar a una pareja de ancianos en la orilla de su vivienda. Cancelan 2 dólares por persona y descienden. En el estero un niño se zambulle y la canoa prosigue; unos minutos más tarde se apega al muelle de madera de Puerto Roma, construido el año pasado por el Ministerio del Interior, ante la posible visita del presidente, que aún no se concreta. El primero en descender es un señor mayor a quien unos jóvenes saludan como “el ingeniero”; él llega a supervisar la construcción del muelle de hormigón que está realizando la Municipalidad de Guayaquil, pues Puerto Roma es recinto de la parroquia Puná, adscrita al cantón Guayaquil.

Dato

El 90% de los comuneros se dedica a la recolección de cangrejos en el manglar

A los ojos de una persona que visita por primera vez esta comuna con más de mil cien habitantes, se detectan muchos contrastes: por un lado se observa alumbrado público –funciona con un generador que se enciende por horas–, paneles solares en cada vivienda –proveen otro poco de energía para consumo casero–, la mayoría de las casas son de bloques de cemento, incluso hay unas de dos pisos; pero también llama la atención un camino ensacado. Sí, son sacos llenos de arena dispuestos de manera continua a lo largo de la calle principal, con ramificaciones para cada casa; esto se debe a que cuando hay aguaje las calles quedan bajo el agua y el suelo se torna fangoso.

El presidente de la comuna, Máximo Carpio, de 58 años, cuenta que este asentamiento tiene más de 100 años. Él ha vivido aquí toda su vida, sus padres también lo hicieron. Ahora sus hijos ya están grandes, han formado sus propias familias y le han dado varios nietos. “Aquí, el joven que se hace de familia y quiere hacer su casa, coge un terreno más allá y la construye”, dice. Pero también hay casas en las que habitan hasta tres y cuatro familias. Es una comunidad que está creciendo y necesita asistencia de las autoridades, como por ejemplo: cambiar las 11 letrinas públicas que construyó el Miduvi y que ya no se usan porque, a criterio del líder comunal, fueron hechas de manera antitécnica y ahora son un problema de insalubridad por resolver. Deshacerse de la basura también es una tarea en la que requieren ayuda, pues si no se la quema –lo que acarrea consecuencias ambientales–, cuando sube la marea los desperdicios flotan por las calles.

También hay una iglesia que está en la transición de la caña al cemento, “aunque el párroco solo viene una vez al año, el 15 de agosto, para las fiestas de San Jacinto, que es cuando se realizan los bautizos”, refiere Máximo.

En Puerto Roma abundan los niños. Son unas 270 familias y hay unos 450 menores, por eso el presidente de la comuna está empeñado en que los moradores mejoren sus hábitos, para que los niños vivan bien. Le preocupa que no llegue el relleno prometido o que el médico que hace la rural, y que atiende de martes a jueves, no tenga un lugar adecuado donde hacerlo, sino en la sala de la casa de Máximo, sobre su mesa de cocina. Dice que los pacientes necesitan privacidad: “¿Cómo viene una mujer a una consulta ginecológica a hablar de sus síntomas frente a todos? No hay una vitrina donde poner los medicamentos. Es necesario un dispensario; ahí está el terreno, el Ministerio de salud solo tiene que construirlo”.

El centro de educación general básica Nº 11 Armada del Ecuador acoge a unos 300 estudiantes. Tiene diez profesores que abarcan desde el nivel inicial hasta el segundo año de educación general básica, en dos jornadas. Los profesores son de fuera, vienen los lunes y se van los viernes. Quienes desean asistir al colegio, deben hacerlo en la isla Puna.

‘Somos libres’

Después de mencionar las necesidades del lugar, Máximo resalta las ventajas de su entorno.

Se le ilumina la mirada al afirmar: “Aquí somos libres, la gente es independiente, trabaja las horas que le pide el cuerpo y no tiene que rendirle cuentas a un jefe. Aquí no hay peligro, los niños andan tranquilos jugando en la calle”.

Lo que sí le gustaría es que padres y madres adquieran mayor conciencia en cuanto al cuidado de los pequeños, “que no los carguen sin zapatos, que los desparasiten; y que cuiden de las mascotas, que no las dejen sueltas, pues chanchos y perros deambulan libres reproduciéndose sin cesar”.

Los cangrejeros

Las mujeres están al cuidado del hogar y los hombres se dedican en un 90% a la recolección del cangrejo; una población menor, a la pesca blanca (bagres, corvinas) o a la cría del camarón en pequeñas piscinas que se trabajan de manera artesanal; uno que otro tendrá un oficio diferente, como mecánico de motores, por citar un ejemplo. Y con orgullo dicen que todos los comuneros, desde que están asociados, ya no usan trampa –redecilla de nailon que se ponía en las cuevas de los cangrejos para que se enreden y atraparlos fácilmente, pues eso afectaba a las hembras y a las crías–.

Al mediodía, de entre el manglar van saliendo los cangrejeros con su pesca del día. David Jordán lleva un par de atados; se dirige a abordar la canoa. El pasaje: tres dólares con cincuenta, que incluye la carga. Esta vez, con más carga de cangrejo que gente, la canoa se enrumba hacia el muelle del mercado Caraguay.

Recostado en la canoa está Adrián Jordán, quien aclara no ser familiar de David (los apellidos se repiten con frecuencia; algunos mencionados son Jordán, Montaño, Baquerizo, Romero, Robles, Ramírez). Adrián lleva tres atados grandes de 22 cangrejos cada uno, que capturó junto a su hermano Jesús. Refiere que prefirió ser cangrejero antes que ir a la escuela; él empezó a los 8 años. Ahora de 24, está casado, tiene tres hijas y espera tener un varón. Relata que se acuesta a las 9 de la noche, se levanta a las 7 de la mañana, desayuna con su familia y trabaja hasta el mediodía; luego va a “la Caraguay” a venderlos y está de regreso a las 3 la tarde; el resto del día descansa, juega pelota o ve la televisión.

David comenta que a la gente le gusta ver el cangrejo amarillo, pero que cuando el carapacho está café o negrito, ahí es cuando el cangrejo está más gordo y de mejor sabor.

El agua que choca contra la proa forma un chorro a cada costado de la canoa, que es aprovechado para lavar los atados de cangrejos durante el trayecto para luego armar planchas. Adrián, quien venía en pantaloneta y descalzo, de a poco se va preparando para arribar a Guayaquil: saca de su bolso la brillantina para el pelo, luego se pone el buzo rojo de la Asociación de Cangrejeros 21 de Mayo de Puerto Roma. En otro momento saca un pantalón jean y se lo pone. Vuelve a conversar y dice que los cangrejeros “cogen frío”, por eso cuando se hacen mayores ya no pueden trabajar sino máximo hasta los 50 años. El viento sopla un poco más fuerte, el agua salobre salpica a los pasajeros. Ya se vuelven a divisar los silos, Adrián se pone medias y zapatos. Parecía estar listo, pero abre su bolso para extraer una billetera amarilla con el escudo de Barcelona y la credencial de la asociación que se pone al cuello.

Antes de apegar la canoa al muelle, los cargadores de Caraguay identificables porque visten camiseta y pantaloneta celestes y una tabla al hombro para subir las planchas de cangrejo, se lanzan al agua pugnando por ganar la carga.

Nada más subir las gradas del muelle se vuelve a sentir el frenesí. Rápidamente los compradores rodean a los artesanos que llegan con su producto, les ofrecen un valor por las planchas de cangrejo. Se acerca una pareja de apariencia muy cuidada que ha venido hasta el muelle por cangrejos, pero se aleja cuando le piden 120 dólares por una plancha de 48 cangrejos. Alguien comenta: “El cangrejo está caro”. Algunos ya lograron colocar su producto, pero Adrián todavía cree que puede recibir una mejor oferta. No pasan ni 5 minutos y todos lograron hacer negocio. La multitud se dispersa, pero el ritmo no baja; estamos nuevamente entre el intenso ritmo de Guayaquil.

La próxima vez que usted vaya a “la Caraguay”, quizás se anime a asomarse al muelle a ver llegar a los comuneros en sus canoas.

 

Navegando por el río

Si usted desea disfrutar de una actividad diferente, anímese a abordar una lancha; hay varias opciones:

• Paseos de 40 minutos por el río Guayas admirando la ciudad a bordo de la lancha Cacique Tumbalá, de Tour Cafve. $ 3 adultos. Franklin Castro 099-754-8383. Parten del Yacht Club Naval. De viernes a domingo, de 11:00 a 18:00.

• Viajes diarios a Puerto Roma desde Caraguay, en la canora de Martha Santos, conocida como La Manaba. Pasaje: $ 2. Sale a las 08:00 y regresa al mediodía.

• Cocodrilo I es la lancha rápida (una hora de recorrido) usada por los pobladores de Puná. $ 6. Sale el sábado desde Caraguay, a las 10:00. El domingo, a las 7:00, viene hacia Guayaquil. En un mes entrarán a operar dos nuevas lanchas para dar servicio turístico con paseos diarios de ida y regreso. Ángel Suárez, 098-920-0023.

• Paseos fletados para grupos de mínimo diez personas. Puná Travel Service, Joffre Barreto, 099-174-8362. Salen desde el Yacht Club, en la mañana, hasta Puná, Cauchiche y Bellavista, y regresan en la tarde. Llamar y confirmar, porque se planean cambios en los sitios de salida.

 

 

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