El vuelo de la libertad
En septiembre pasado, el periodista Andrés López viajó a Salinas para descansar y recuperarse de un golpe en la columna.
“Llegué un sábado y un amigo me invitó a volar en parapente. Ese día fui de pasajero en un bolso parecido al que utiliza la cría del canguro. La experiencia fue increíble. Al concluir, le pregunté al profesor (un comunero de la zona) si era posible, en una semana, aprender a volar solo. Dijo que sí”.
El lunes siguiente empezaron las clases en la comuna de San Pedro (a 35 minutos de Salinas), que se iniciaron con aprender las partes del parapente, “dominar el ala, conocer el viento y sus direcciones, mantener el equilibrio… Hubo caídas, moretones, hasta ganas de tirar la toalla”, confiesa Andrés.
Llegó el miércoles, y cuando él se disponía a realizar la rutina en tierra, el profesor le dijo que ese día volaría solo. “Le pregunté si estaba seguro, si creía que estaba preparado, porque yo sentía que no. Y me dijo: «¡claro!, solo siente el ala. El ala te dice lo que tienes que hacer». Recuerdo que pensé: Miércoles, pero si mi ‘comunicación’ con el ala no ha sido precisamente fluida”, señala Andrés, hoy corresponsal de CNN y conductor de un programa en radio Centro (Quito).
Lo cierto es que con buen viento, el profesor lo preparó, le dio las últimas indicaciones y Andrés, a pesar del salto que daría hacia un abismo de más de 100 metros, se confió en Dios y voló.
“Es difícil describir cómo me sentí. Los primeros momentos estaba literalmente aterrado, luego, cómodo, seguro y pensé que podría volar para siempre. Poco a poco fui consciente del entorno, del silencio, de la independencia de vuelo, de los pájaros, que parecían considerarme no solo como un humano-volador, sino como un colega. En fin, fue una sensación de paz, de asombro. Maravillado, repetí la experiencia el jueves y el viernes, y por cierto, espero vivirla muchas veces más”.
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