Polizontes alados: Agradables visitantes

Por Paula Tagle
06 de Diciembre de 2015

“El falaropo picofino es una especie de ave Charadriiforme distribuida prácticamente en todo el mundo, excepto la Antártica”.

La noche del 17 de noviembre, durante la navegación de Rábida a Fernandina, descubrimos más de tres docenas de polizontes. La mayoría ingresa a la popa del barco, algunos se esconden en rincones oscuros de la proa, bajo la campana que anuncia los fondeos. Incluso hay uno que intenta colarse al bar de pasajeros. Pero son descubiertos a tiempo, y devueltos al mar. Sin ningún miramiento, los guías, tripulantes, incluso uno que otro huésped, patrulla el barco en busca de estos intrusos. Todos se reportan a Tommy Acosta, guía naturalista, quien toma fotos como evidencia de la pequeña invasión. Los colados son devueltos a la oscuridad de donde vinieron.

Se les niega autorización para quedar a bordo, no está permitido, no es correcto. Los barcos no deben ser vectores de transporte de especies entre las islas, por tanto los falaropos deberán continuar viaje como lo han hecho por milenios, por sus propios medios. Además, son bastante capaces de enfrentarse al vasto espacio de mares, aires tropicales, e incluso temperaturas árticas, cubriendo miles de millas de distancia sin descansar en tierra.

El falaropo picofino (Phalaropus lobatus) es una especie de ave Charadriiforme distribuida prácticamente en todo el mundo, excepto la Antártica. Se reproduce en regiones árticas durante el verano del hemisferio norte, alimentándose de animales acuáticos en los estanques de la tundra. Pero en invierno migra hacia el sur, a zonas tropicales, donde se alimenta en mar abierto, de plancton.

Se estima que existen unos 3’500.000 en el mundo entero. Son pequeños, de 18 cm de longitud, con envergadura de alas de 30 a 34 cm. Lucen bastante elegantes, con un pico siempre negro y muy fino. En Galápagos los observamos con su plumaje de invierno, gris por arriba y blanquecino en las partes inferiores, con un listón negro en el ojo y área superior de la cabeza. En su facha de verano muestran una mancha de color rojo desde el cuello hasta los lados del pecho, que se observa más en las hembras que en los machos.

En el mar los solemos encontrar en grandes grupos que flotan a la deriva, dando vueltas en círculo, sobre su propio eje. Así crean pequeñas corrientes en el agua que producen afloramientos de insectos o crustáceos.

Las hembras son quienes eligen y pelean por los machos, un comportamiento inusual en aves. Una vez que deposita sus huevos, la hembra deja el proceso de incubación completamente a cargo del macho, mientras ella puede buscar una nueva pareja, o partir en su migración hacia el sur.

Increíble saber que estas avecillas cubren distancias de más de diez mil millas. Existe el récord de un falaropo marcado en Inglaterra que recorrió 16.000 millas a través del Atlántico vía Islandia y Groenlandia, siguiendo al sur a lo largo de la costa este de Norteamérica, cruzando por el Caribe y México hasta llegar a Ecuador y Perú.

Por eso no nos preocupa el destino de los “polizontes” que enviamos de vuelta al mar. Tal vez los atrajo la luz del barco en la noche, o tuvieron curiosidad de conocer una embarcación de turismo; pero en ningún caso se aproximaron por necesidad y es mejor que continúen su camino sin interferencia humana. Retornan al océano, donde podemos escuchar los cientos de falaropos que revolotean alrededor del barco. Esa noche navegamos en buena compañía. (O)

nalutagle@yahoo.com

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