Los oncólogos pueden padecerlos: Estragos del cáncer

24 de Marzo de 2013

Los doctores especializados en cáncer ven, en ciertos casos, cómo sus pacientes van deteriorándose. El estado anímico y emocional de los galenos podría influir en el normal desenvolvimiento de sus diagnósticos en este tipo de enfermedades.

La mujer estaba enferma de cáncer en etapa terminal y el oncólogo que la había estado atendiendo durante tres años pensaba que el siguiente paso pudiera ser aplicarle quimioterapia directamente al cerebro. Era un riesgoso tratamiento que no sería de ayuda para ella.

Cuando la doctora Diane E. Meier le preguntó qué pensaba que podría lograr la fútil terapia, el oncólogo respondió: “No quiero que Judy piense que la estoy abandonando”.

En una reciente entrevista, dijo Meier, “la mayoría de los médicos no cuenta con ninguna otra estrategia, más allá de administrar pruebas y tratamientos”. Para evitar el sentimiento de que han abandonado a sus pacientes, los médicos los llenan de procedimientos, agregó.

Meier, renombrada experta en cuidado paliativo en el Centro Médico Monte Sinaí en Nueva York, fue la primera oradora en el Simposio Budista de Cuidado Contemplativo, organizado por el Centro Zen de Nueva York para Cuidado Contemplativo y el Instituto Garrison. Ella describió el cuidado contemplativo como “la disciplina de estar presente, de escuchar antes de actuar”. Contrariamente a como está estructurado el sistema médico de EE.UU., que paga por lo que se hace, dijo.

“Su enfoque es: no solo hagas algo, párate ahí”. Sin embargo, la idea no consiste en solo hacer eso. Más bien, destacó, el objetivo consiste en “devolver al paciente al centro de la empresa”.

La fatiga por compasión es como un trastorno postraumático secundario de tensión nerviosa, o traumatización vicaria; esto es, traumatismo sufrido cuando alguien cercano a usted está sufriendo”.
Dr. Michael Kearney

Bajo la Ley de Cuidado Accesible, dijo, pudieran reducirse procedimientos innecesarios a medida que más médicos reciben reembolsos por hacer lo que es mejor para sus pacientes a lo largo del tiempo, no solo por administrar pruebas y tratamientos. Pero se podría hacer más si los facultativos fueran capaces de alejarse de la percepción errónea en cuanto a que se debería hacer todo lo que pueda hacerse.

La pregunta de Meier impulsó al oncólogo de Judy a darse cuenta de que lo más necesario para su paciente al final de su vida no era más quimioterapia, sino que él se sentara con ella, que prometiera dar su mejor esfuerzo por mantenerla cómoda y estar ahí por el resto de sus días.

Los médicos también sufren

Pacientes y familias pudieran no darse cuenta, pero los médicos que cuidan de personas con enfermedades incurables, y particularmente los enfermos terminales, a menudo sufren con sus pacientes. Incapaces de manejar sus propios sentimientos de frustración, fracaso e impotencia, los médicos pudieran reaccionar con ira, brusquedad y evasión.

Las visitas pudieran reducirse a una rápida revisión de la tabla médica, y probablemente no le devolverían los telefonemas. Aun cuando sus médicos sigan ahí, los pacientes incurables pudieran sentirse abandonados y deprimidos, lo cual puede exacerbar la enfermedad y el dolor e incluso apresurar la muerte.

El Dr. Michael K. Kearney, facultativo de cuidado paliativo en el hospital Santa Barbara Cottage, dijo ante una conferencia de cuidado contemplativo que los doctores, particularmente aquellos que cuidan de pacientes en etapa terminal, son sometidos a dos serias formas de tensión ocupacional: quemarse y fatiga por compasión.

Describió quemarse como “la etapa final de tensiones entre el ambiente individual y el laboral”, que puede dar como resultado agotamiento emocional y físico, una sensación de indiferencia y un sentimiento de que nunca se será capaz de alcanzar los propios objetivos profesionales.

Comparó la fatiga por compasión con “un trastorno postraumático secundario de tensión nerviosa, o traumatización vicaria; esto es, traumatismo sufrido cuando alguien cercano a usted está sufriendo”. Un médico con fatiga compasiva pudiera evitar pensamientos y sentimientos asociados con la miseria de un paciente, volverse irritable y alguien que se enfurece con facilidad, y enfrentar tensión física y emocional cuando se le recuerda el trabajo con los moribundos. La compasión puede dar paso a quemarse.

En un estudio de 18 oncólogos, publicado en el 2008 en la Revista de Medicina Paliativa, aquellos que veían su participación tanto en términos biomédicos como psicosociales consideraron que el cuidado al final de la vida es sumamente satisfactorio. Sin embargo, “los que describieron una participación principalmente biomédica informaron de una relación más distante con el paciente, una sensación de fracaso por no ser capaz de alterar el rumbo de la enfermedad y una ausencia de apoyo de sus colegas”, notaron los autores.

Sanando al sanador

Para médicos en riesgo de terminar abrumados por las tensiones de sus empleos, Kearney recomienda que adopten la práctica budista, honrada por el tiempo, de la “meditación atenta”, que involucra el cultivo de técnicas mentales para reducir la tensión que forman parte de todos nosotros en nuestro interior, pero muy pocos practican. Equiparó la meditación con “aprender a respirar debajo del agua, o encontrar fuentes de renovación dentro del trabajo mismo”.

Para alcanzarlo, una persona que quiera sentirse en paz, debe prestar atención a su respiración y cada vez que se entrometa un pensamiento que la distraiga, hay que regresar la propia atención a la sensación de respirar. Esto puede ser de ayuda para calmar la mente y prepararla para una perspectiva más clara.

Kearney dijo que esta práctica podría contribuir a que los médicos “realmente prestaran atención y estuvieran sincronizados con sus pacientes y lo que los pacientes están experimentando. A su vez, los pacientes experimentan a un doctor que no solo está concentrado en una agenda médica, sino que también es alguien que los escucha”.

Agregó que la meditación atenta ayuda a los médicos a volverse más conscientes de sí, a mostrar mayor empatía y concentración en el paciente, así como a cometer menos errores médicos. Les permite a los médicos darse cuenta de qué está ocurriendo dentro de sí mismos y considerar opciones racionales, en vez de meramente reaccionar.

“Es como presionar un botón interno de pausa”, dijo Kearney. “El médico es capaz de reconocer que se está tensionando, y eso le impide invocar los mecanismos defensivos de supervivencia de lucha (‘Hagamos otra ronda de quimioterapia’), huida (‘No hay nada más que yo pueda hacer por usted; voy por el capellán’) y congelarse (el médico se queda en blanco y no hace nada)”. Ese tipo de reacciones pueden ser en verdad angustiantes para un paciente moribundo.

“Cuando un paciente me pide lo imposible, como ‘prométame que no voy a morir’, es más probable que el considerado doctor retroceda y diga: Puedo prometerle que haré todo lo que pueda por ayudarle. Voy a seguir cuidándolo y apoyándolo tan bien como pueda. Regresaré para verlo más tarde hoy y de nuevo mañana”, dijo Kearney.

Si bien Kearney practica la meditación atenta durante 30 minutos cada mañana, comentó que se ha demostrado que apenas de ocho a diez minutos al día son de utilidad para médicos practicantes.

Aunado a lo anterior, los doctores pueden incluir momentos de meditación en el transcurso del día laboral; digamos, mientras se lavan las manos, comen un bocadillo o beben un café, o hacen una pausa antes de entrar a la siguiente sala de pacientes para concentrarse en la respiración.

Para manejar la oleada emocional que puede venir después de un suceso traumático, sugirió que tome un breve descanso o llame a un amigo o colega para que salgan a caminar.

Fuente: The New York Times

 

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