Su amiga, la mascota

16 de Marzo de 2014
Sheyla Mosquera / Foto: Francisco Bravo / Modelos: María D. Morales y Monshky

La mascota genera un sentimiento de afecto en su dueño.

Un niño que aprende a cuidar de un animal y lo trata con cariño es capaz de lidiar con las personas de igual manera.

Tener una mascota es una gran responsabilidad. Es como una persona que requiere atención, protección, medicinas y, sobre todo, un profundo amor. Es como un hijo, un hermano o un amigo con quien compartir.

Por ello, dice la psicóloga clínica Romy Albuja Arteaga, se la debe tratar sin discriminación y con respeto, ya que es un ser vivo. No importa si es un perro, un gato, un conejo o una tortuga... “No porque es un animalito debe estar sucio o pasar largas horas hambriento. Si hay descuido, eso significa que el humano no ha desarrollado el don de gente y lo más básico de un ser, que es preocuparse por otro ser”.

Si el niño, adolescente o adulto no cuida a su mascota, especialmente si es un perro, el animal puede enfermar con el riesgo de morir. Entonces tampoco será capaz de tratar a las personas con todas las atenciones que merece.

Actualmente, agrega, tiene una perra siberiana, a la que ama. Ella, comenta, es la única que la recibe cuando llega a la casa. Alza la colita y saca la lengua. Además, en su hogar ha cambiado el estilo de vida de toda la familia.Igual piensa Melody, de 17 años. Para ella, tener una mascota es una gran responsabilidad y “si alguien no puede cuidarla, es mejor no tenerla”, dice. “Cuando tenía 6 años de edad, mi papá me compró un cachorro porque les tenía miedo a los perros y efectivamente funcionó, no solo que perdí el miedo a estos animales, sino que le cogí mucho cariño, lo sentía mi amigo”.

“Mientras mi papá recoge los ‘cariñitos’, yo la saco y me preocupo del cuidado de su alimentación. Come comida casera sin sal”.

Efecto bumerán

La mascota, explica Albuja, genera un sentimiento de afecto en su dueño y causa un efecto bumerán. “Si la persona es capaz de darle al animal seguridad, protección, entre otras, esta desarrollará sentimientos positivos que pueden contribuir a la autoestima y la autoconfianza”.

Este aprendizaje se da especialmente en el niño porque está en la etapa de desarrollo, construyendo la seguridad en sí mismo y las características de independencia o autosuficiencia. Mientras que en el adulto mayor esas particularidades las está perdiendo a causa del deterioro provocado por el paso del tiempo.

La mascota va enseñándole al niño el cumplimiento de responsabilidades, además, hace un contrapeso con el egoísmo, narcisismo o el egocentrismo en el que puede caer en ocasiones, por los excesos que los adultos les dan sin darse cuenta, ya que hay tendencia a complacerlos en todo.

Conforme el pequeño atiende a la mascota, añade, se puede detectar también si los padres le están enseñando valores. Por ejemplo, si el niño patea al animal, significa que es agresivo con un ser indefenso; o si le priva de alimentos, quiere decir que no le importa, ya que su prioridad es jugar o ver televisión; por lo tanto, los progenitores no le han creado responsabilidad.

Pero, dice, si los padres proporcionan al niño afecto, atención y cuidado, automáticamente este va a darle a su mascota lo mismo, porque él da lo que recibe.

En cambio, en el adolescente, una mascota también le ayuda a no pasar tantas horas encerrado en su habitación, ya sea viendo televisión o con videojuegos, entre otros. El animalito siempre va a interrumpir todo lo que suele generarse estando solo, como pensamientos repetitivos –que no son siempre los mejores– como la soledad, el hastío, los vacíos o el contacto vía telefónica con nuevos amigos a través de internet.

“La mascota resulta de gran ayuda, es una compañía no mecánica. La puerta del dormitorio siempre estará abierta para que entre y salga. Antes, la mayoría de las personas teníamos mascotas, pero ahora están siendo reemplazadas por la internet, el televisor y el chateo”, asegura la psicóloga.

Un animalito también ayuda a superar las tristezas, cuenta Juan Emilio, de 17 años. “Cuando tenía menos edad y estaba muy triste porque en el colegio me molestaban mucho, mi perrito detectaba mi estado de ánimo y se sentaba encima mío y me lamía. Yo lo abrazaba y él jugaba conmigo”.

Por eso, para Juan Emilio, las mascotas –especialmente los perritos– son alegría y un miembro más del hogar. Asegura que si la persona no puede comprometerse a cuidarlas, menos lo va a hacer con la familia, ya que no sabrá tomar decisiones.

“Un perro que ha sido educado es como el hombre, pues solo le falta hablar. Aún recuerdo cuando yo tenía 3 años de edad y la perra de la familia, llamada Reina, salvó a mi hermana de ahogarse en el mar. Una ola la iba arrastrando y Reina, con su trompa, la cogió del traje de baño y la llevó a la playa. Era una golden. Para mi hermana María de Lourdes era su primera mascota”.

En cambio, dice Albuja, para el adulto mayor el tener una mascota es de gran ayuda. En esta etapa suele sentir que ya nadie lo necesita, ya sea porque sus hijos crecieron o porque existe un distanciamiento, que no es planificado ni malintencionado.

En este caso, menciona, la mascota se convierte para esta persona en un ser que le da alegría y compañía a cada momento. Además, la mantiene activa y ocupada, por lo que mejora su estado de salud física, le reduce el estrés y sabe que el animal depende de ella, sobre todo se establece un gran afecto.

“La mascota pasa a compensar el vacío que el adulto mayor está sintiendo. Lo ayuda a combatir la depresión que surge por la falta de demanda en sí mismo. Entonces, el efecto bumerán le retorna en seguridad, gratificación y fortaleza para su autoestima”.

Desorden y muerte

Generalmente, dice Albuja, los padres suelen pensar que las mascotas producen desorden en la casa. Pero, aclara, no es verdad. Al igual que los niños, estas deben recibir educación de los dueños: así como los pequeños aprendieron a hacer sus necesidades biológicas en el sitio apropiado, igual sucede con los animales, especialmente con los perros.

Otro aspecto que preocupa a los padres es que si la mascota se pierde o muere, ya sea debido a la edad, una enfermedad o un accidente, el hijo va a sufrir. En ese sentido, las personas (niños o adultos) pasan a tener el mismo proceso que cuando se le pierde o rompe una muñeca, o desaparece alguien. Ellos atraviesan por un tiempo de duelo o de pena.

Si bien en el niño, ante la pérdida de la mascota, se puede compensar adquiriendo otra, lo más importante es que puede ayudarlos a enfrentar la situación y otras pérdidas que sucederán en la vida.

En cambio, en el adulto mayor, el dolor de la pérdida es parecido al del niño, aunque más fácil de sobrellevar porque la mayoría ya ha experimentado la muerte de un ser querido, como padres, madres, hijos, nietos o cónyuges.

¿Cree que un perro tiene sentimientos y solo le falta hablar? Coméntenos

desarrollar la comunicación

Según la Academia Americana de Psiquiatría Infantil y Adolescente, una buena relación con un animal doméstico puede también ayudar a desarrollar la comunicación no verbal, la compasión y la empatía. Además, las mascotas pueden servir para diferentes propósitos con los niños:

  • Ellos pueden ser los recipientes garantizados de los secretos y pensamientos privados –los niños con frecuencia les hablan a sus animales domesticados–, al igual que lo hacen con sus animales de peluche.
  • Les proveen lecciones acerca de la vida: la reproducción, el nacimiento, las enfermedades, los accidentes, la muerte y el duelo.
  • También ayudan a desarrollar un comportamiento responsable en los niños que los cuidan.
  • Enseñan al niño el respeto hacia otros seres vivientes. Otras necesidades físicas y emocionales que se pueden satisfacer al hacerse dueño de un animal domesticado pueden incluir:
  • Actividad física.
  • Bienestar al tocarlo.
  • Amor, lealtad y afecto.
  • Experiencia con la pérdida, si un animal se extravía o muere.

 

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