Maltrato emocional

19 de Agosto de 2012
Sheyla Mosquera de Calderón

Cuando la agresión psicológica es repetitiva se convierte en dañina. Hay que librarse de ella.

Emitir una palabra o varias frases que llevan una gran carga de agresión psíquica es como golpear a alguien.

Un ejemplo es el de María. Ella es una empresaria de 44 años que de manera constante es maltratada psicológicamente por su esposo Juan, de 46. Él la corrige en toda conversación o evento, público o privado, al que asisten. Se pone el dedo índice en la sien y le remarca el término ¡piensa!, con el fin de hacerla quedar mal.

“He preferido quedarme callada, porque tratar con él es imposible. De los diez años de relación matrimonial llevo ocho soportando esta situación, que me hace sentir insegura, desvalorizada y aniquilada”, asegura María.

Es que, según la psicóloga clínica Romy Albuja Arteaga, toda palabra tiene poder, sobre todo cuando es dicha con mala intención y de manera repetitiva a una persona, y a esto se le llama agresión mental o psicológica.

La víctima, agrega, va perdiendo seguridad en sí misma y cree que ya no es capaz de hacer nada bien. Es por eso por lo que, muchas veces, se queda callada y prefiere tolerar al agresor, sin importarle que también la insulte, la ignore, le grite...

Además, dice el neuropsicólogo Eduardo Santillán Sosa, Ph.D, la persona agredida siente miedo, terror de no ser aceptada y temor a la soledad. Propenderá a la ansiedad, a la depresión o a padecer del trastorno ansioso depresivo, así como al padecimiento de fobias.

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También justificará constantemente al agresor y llegará al extremo de disculpar su actitud y actuaciones continuas. Incluso, la frustración que siente puede derivarse en violencia que se encaminará con completa seguridad hacia cualquier persona cercana, menos hacia el responsable del daño psicológico.

“Lo que sucede es que la persona maltratada no logra detectar que es afectada ni mucho menos que es agredida. Ha permitido que sus derechos sean vulnerados y acepta la humillación como algo que merece. Se autoinculpa y percibe a su agresor como víctima de ella”.

Aliado o salvador

Para la psicóloga clínica Balbina Salazar de Thoret, la violencia mental o psicológica proviene de causas elaboradas en la infancia, por lo que es difícil para la víctima entenderla y liberarse de su carga, ya que ha vivido la mayor parte de su vida sometida a ella. Por lo tanto, se produce el efecto del síndrome de Estocolmo, que es cuando el atacante es visto por la víctima como aliado o salvador, haciéndose cómplice a pesar del abuso y los maltratos que conlleva.

Asimismo, dice Albuja, los agresores psicológicos han sido maltratados física y verbalmente por sus progenitores. Es por eso por lo que son inseguros, acomplejados, tienen la autoestima baja y un sentimiento de inferioridad. También tratan de pisotear al que está frente a ellos con el fin de resaltar más que la víctima.

Para Santillán, cada etapa de la vida tiene sus propios desafíos y abismos. Sin embargo, es necesario destacar que durante la infancia el niño construye las bases de su personalidad, incidido por su entorno. Si recibe violencia mental o psicológica, aprenderá a constituirse en víctima, situación que será mucho más factible que se extienda hacia la adolescencia y vida adulta. Además, padecerá de sentimientos de culpa y, en muchos casos, será indulgente con el agresor y se culpará a sí mismo de ser malo o mala.

Mientras que los adolescentes serán víctimas de manipuladores mentales: padres, madres, hermanos o hermanas mayores o menores, profesores, enamorados o enamoradas. Crecerán con el estigma de que son malos y que los demás reaccionan en su contra porque los estiman y quieren. No distinguen que son agredidos y no agresores.

Según Albuja, cuando un niño o un adolescente es agredido psicológicamente se siente desvalorizado y deprimido. Además, puede coger caminos equivocados al vincularse con gente que consume drogas o que forma parte de una pandilla con el fin de sentirse superior.

“Este comportamiento puede ocurrir a cualquier edad y depende del punto de rebeldía con que los hijos quieran actuar frente a la humillación permanente a la que han sido sometidos, sobre todo cuando los padres rechazan los gestos de cariño, desaprueban sus iniciativas, no los incluyen en las actividades familiares o los aterrorizan con castigos extremos”, dice.

En las personas adultas, agrega Santillán, también es crítica la situación, sobre todo cuando la agresión psicológica se presenta en el matrimonio o en la vida en pareja. “Uno puede padecer de violencia de este tipo por primera ocasión en la adultez, pero es mucho más probable que se genere cuando se la recibió desde la niñez o la infancia”.

Pero ¿cuándo duele más la agresión mental? El psicólogo dice que en el rol de hijos o cónyuges. En este último, porque se ha presentado en el proyecto de vida más importante para todo ser humano (aunque muchos no lo reconozcan así): el matrimonio. “Es necesario recordar que la agresión psicológica puede estar o no acompañada por daño físico, y en muchas ocasiones la violencia psicológica es la antesala de la violencia corporal”.

También, sostiene Albuja, el maltrato psicológico puede darse en el ámbito laboral, cuando hay jefes que no saben tratar a los subordinados y les lanzan palabras o expresiones despectivas o humillantes. A veces dicen: “Tú eres un bruto, por eso no elaboraste bien los documentos”. Sin embargo, ellos se alaban. Además, hacen sentir a los empleados inseguros y lo que provocan es menor producción.

¿Hay o no solución?

Según Santillán, es necesario que la víctima reciba tratamiento y, de ser posible, también el agresor. Para esto existen distintas terapias: la psicoterapia, la humanista, la racional constructivista, la cognitiva conductual, la sistémica, la de parejas y, de ser factible, la grupal y familiar. Incluso, en ciertos casos es propicio aplicar farmacoterapia y psicoeducación.

Pero ¿hacen o no efecto? No existen parámetros, agrega, porque los casos y las personas que intervienen en cada situación son diferentes. Lo importante es reconocer que existe un problema, ubicar qué es lo que debe hacer, iniciar el proceso, continuarlo y completarlo. La terapia breve no es aplicable.

Igual opina Albuja. “Es importante que el agresor tome conciencia de que actúa de manera errada, que tiene un problema y que debe cambiar”.

Por último, Salazar de Thoret dice que todos hemos sido sometidos a estos abusos así los hayamos encontrado a través de la televisión, el cine, la literatura o, en el peor de los casos, la vida real.

También cree que por más culturizados que seamos como civilización y por más que la tecnología nos lleve de la mano hacia un futuro más promisorio, siempre tendremos que sobrellevar la carga que tenemos como humanos de ser usualmente los causantes de la violencia perpetrada en nuestra contra.

Eso lo atribuye a la falta de entendimiento de los principios fundamentales de respeto por la vida y a la falta de libre acceso al factor que absuelve todo tipo de desorden: el amor.

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