Injusticias en la vida diaria

06 de Julio de 2014
Sheyla Mosquera

Si todos los seres humanos fueran justos y equitativos hasta en pequeños detalles, no existirían los problemas o sufrimientos.

Desde la antigüedad las sociedades han ido creando leyes, reglamentos y toda clase de sistemas legales para que los seres humanos lleguen a convivir y a buscar por lo menos el mínimo bienestar social.

Pero el respeto a la justicia no solo se debe dar en el ámbito legal, sino también en la conducta diaria y privada e incluso en pequeñas situaciones de la vida cotidiana.
Sin embargo, algunas personas la quebrantan y se van en contra de los derechos de las personas desde aspectos bastante  pequeños  hasta los más notorios. De ahí que siempre habrá formas de injusticias porque no se piensa y actúa en el bien común.

Uno de los ejemplos más comunes que surgen a diario es cuando alguien se sube a un taxi y el conductor, por una carrera corta, le cobra el doble de lo que permite la ley o no respeta el valor pautado dando menos vuelto. Otra es no ceder el asiento del bus a una señora mayor o a una mujer embarazada que se encuentra de pie. También tomar el turno por adelantado por influencia o contacto sobre las personas que tienen más tiempo esperando. O aprovecharse de alguien porque sabe que confía vendiéndole cosas con sobreprecio.

Para el psicoanalista Juan De Althaus, cada ciudadano puede ser un ejemplo de injusticia, porque no es armónico, equitativo ni justo con su propio deseo y no logra distribuir bien sus propias satisfacciones en la vida cotidiana. Por eso hay sufrimiento.
“Si no fuera así, estaríamos en el paraíso animal, donde no hay problemas. Basta que haya dos y uno siempre será el primero. Internamente el sujeto se excluye, hay algo que no funciona bien, no sabe qué es y no logra manejarlo”.

Es que la injusticia, dice la psicóloga clínica Sonia Toledo, está conectada a la inequidad y existe tanto como lo bueno como  lo malo. Ocurre porque cada vez las personas están más alejadas de la misma esencia de la vida, ya que no tienen temor o miedo a que sus actos le pasen la factura en cualquier momento.

Para el psicólogo clínico Jorge Luis Escobar, otra forma muy común de injusticia que se ve en la vida diaria es hacia el ignorante. “Se castiga o critica al que en apariencia “debe” saber lo obvio para los demás o el común social. Incluso hay una forma de injusticia educativa, a nivel universitario, dándole o asignándole más valor a lo académico sin considerar la experiencia o empiria”.

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Esquema mental

Según Toledo, las personas injustas son así porque en la niñez observaron cómo sus padres gritaban, golpeaban o insultaban a diario. Esto hace que los niños se queden con ese esquema mental y crean que la forma en que actuaban sus progenitores era lo correcto, por eso cuando crecen repiten tal comportamiento, aunque también puede darse lo contrario.

Incluso, agrega, actúan con injusticia porque interviene mucho el ego, siempre quieren sentir que tienen poder sobre los demás. Un ejemplo es Martha, de 30 años. A ella la despidió su jefe porque no necesitaba una gerenta de ventas, sino alguien que cerrara los ojos e hiciera exactamente lo que él mandaba, la mayor parte eran actos injustos, además de tener que aceptar sus insultos.

Un individuo injusto, dice la psicóloga, siempre trata de golpear a otro emocionalmente. En un alto porcentaje son impositivos e imperativos, no les importa lo que los otros piensen o sientan, siempre ordenan y se mantienen en la posición de que tienen la razón sin medir las consecuencias.

¿Pero qué pasa por la mente de algunas personas que saben que son injustas? De Althaus explica que puede haber cinismo, narcisismo extremo, el llamado quemeimportismo. O se trata de alguien que sabe que las leyes, en realidad, no son para todos, que la equidad es una ilusión que esconde el dominio de uno en relación con otro, que la singularidad de cada sujeto está fuera del control de la ley, pero que trata de vincular a ambos de alguna manera, de construir puentes.

Efecto devastador

El injusto, refiere Toledo, provoca en las víctimas un grave efecto psicológico. Las hacen sentir devastadas, heridas, y esto les causa disminución del sistema inmunológico, ansiedad, insomnio, llanto, pérdida de apetito y sufrimiento moral: van perdiendo peso, se ponen muy tristes, la mirada se apaga y se convierten como en un robot: se levantan, hacen un esfuerzo, van al trabajo y casi no hablan con nadie, ya que comienzan a encerrarse en sí mismas. Incluso, en muchas ocasiones, beben, fuman, consumen drogas, y en otras, se ponen furiosas y agreden a todos, por su baja autoestima.

La persona afectada, refiere, está llena de dolor y cuando la injusticia fue provocada por la persona que más quería, es mayor. Por eso siempre hay que medir los actos, para que aquello que se hace no les haga daño a los demás.

Capaz de rectificar

Las personas que son injustas, dice Escobar, deben rectificar sus errores. Sin embargo, está convencido de que cada ser humano toma conciencia de lo que hace en la medida de que aprendió a hacerlo. Si no es un hábito personal o familiar, aunque se dé cuenta de que lo que hace o hizo está reñido con algún sentir humano, no necesariamente lo va a reconocer frente a quien  recibió de su parte la injusticia.

Pero sí cree que el 99,9% de los seres humanos está en condiciones de desarrollar un sistema de autojusticia basada en el amor. Solo es cuestión de que haga uso de su facultad volitiva. "La decisión para este ejercicio de vida implica amarse a sí mismo para amar a los demás, y no se habla del amor romántico de la literatura, sino de la autoestima como recurso liberador de prejuicios y complejos, que por siglos se nos heredaron y que aún hoy muchos seres humanos se sienten en la lealtad de cargarlos a cuesta, aunque esto perjudique su vida y la de otros seres humanos que ama”.

Por último, dice, las personas deben empezar a reeducarse en lo que dicen o quieren ser justos. Esto se logra desarrollando la capacidad de respeto, y una forma es ofreciendo disculpas a quienes fueron sujeto de injusticias.

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