¿Para qué nos casamos?

Por Ángela Marulanda
20 de Marzo de 2016

La expectativa de que el matrimonio es un estado gracias al cual viviremos unidos a un cónyuge cuya función es la de complacernos y mantenernos en un dichoso idilio, es tan errada como imposible. El matrimonio no es solo un trayecto positivo y entretenido, sino una suma de sacrificios, luchas, esfuerzos, mucha alegría, pero también de angustias y penas que nos permiten vivir las experiencias más exquisitas y enriquecedoras de nuestra existencia.

Sin embargo, muchos optan por desertar su familia para tomar otros rumbos más fáciles, culpando a su pareja de no brindarles la felicidad que esperan. Así, a menudo motivados por un nuevo amor que les promete las delicias que ya no les brinda la cotidianidad de su vida marital, muchos deciden terminarlo afirmando que “tengo derecho a ser feliz”.

Lo que ignoran quienes se separan con este argumento es que la felicidad no es un derecho sino que es el resultado de vivir haciendo lo posible por dar lo mejor de nosotros a nuestro cónyuge y a nuestros hijos. Al acabar con el matrimonio por experiencias más gratificantes, dejamos a la pareja sola y desamparada para el recorrido de los tramos más empinados y privamos a los hijos del apoyo que necesitan para desarrollar las herramientas que son fundamentales para que puedan triunfar en su vida afectiva.

Aun cuando la felicidad sea diferente para cada persona, siempre incluye vivir de acuerdo con los principios éticos y morales que rigen nuestra existencia. Ser felices es el resultado directo de las buenas obras que cultivemos, de las satisfacciones que cosechemos y de las cimas que conquistemos. Y pocos logros pueden aportar satisfacciones más profundas que ofrecerles a nuestros hijos un hogar unido y armónico que les permita crecer sanos y vivir plenos gracias a nuestra capacidad de amar. (O)

www.angelamarulanda.con

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