En mi funeral...

Por Paulo Coelho
15 de Enero de 2017

Un periodista me hizo una pregunta muy simple: si yo muriese hoy, ¿cómo sería mi funeral? La verdad es que la idea de la muerte no ha dejado de acompañarme ni un solo día desde 1986, cuando hice el Camino de Santiago. El ejercicio fue tan intenso que me hizo perder por completo el miedo, y pasar a encarar la muerte como una gran compañera de viaje:

Por ello, jamás dejo para mañana lo que puedo vivir hoy, y eso incluye alegrías, obligaciones hacia mi trabajo, pedir perdón cuando siento que he hecho daño a alguien, la contemplación del momento presente como si fuera el último.

Recuerdo muchas ocasiones en que he percibido el olor de la muerte: un lejano día de 1974, en el Aterro do Flamengo (Río de Janeiro), cuando el taxi en el que viajaba se vio encerrado por otro vehículo, del que saltó un grupo de paramilitares armados que me rodearon y encapucharon. Pese a asegurarme que no me iba a pasar nada, yo tuve la certeza de que me iba a convertir en uno de los desaparecidos del régimen militar.

O cuando, en agosto de 1989, me perdí durante una escalada en los Pirineos: miré los picos sin nieve y sin vegetación, vi que no tenía fuerzas para volver, y llegué a la conclusión de que hasta el verano siguiente no encontrarían mi cuerpo. Finalmente, después de vagar durante muchas horas, encontré un sendero que me llevó hasta una aldea perdida.

La espada que encontré en el Camino de Santiago será lanzada al mar, para volver al lugar de donde vino. Y mi dinero, junto con los derechos de autor, se destinarán a mi fundación.

De acuerdo con mi testamento no habrá funeral: he decidido que me incineren, y mi mujer se encargará de esparcir mis cenizas en un lugar llamado O Cebreiro, en España, donde encontré mi espada.

Mis manuscritos inéditos no podrán ser publicados (me da miedo el número de “obras póstumas” o “baúles de textos” que los herederos de artistas, sin ningún escrúpulo, deciden publicar para ganar dinero; si los mismos artistas no lo hicieron cuando estaban vivos, ¿por qué no respetar esta intimidad?).

Pero si tuviese que escoger una frase, pediría que grabaran: “murió mientras vivía”. Puede parecer un contrasentido, pero conozco a muchas personas que, aunque continúen trabajando, comiendo y celebrando sus actividades sociales de siempre, hace ya tiempo que dejaron de vivir. Hacen todo de manera automática, sin comprender el momento mágico que cada día trae consigo, sin pararse a pensar en el milagro de la vida, sin entender que el siguiente minuto puede ser el último.

Sé que a nadie le gusta pensar sobre este tema, pero tengo una obligación hacia mis lectores: hacer que reflexionen sobre las cosas importantes de la existencia. Y la muerte es tal vez una: caminamos en dirección a ella. Y a partir de ahí, dejar de hacer aquello que nos mantiene como “muertos en vida”, y apostarlo todo, arriesgarlo todo, por las cuestiones que siempre soñamos realizar. (O)

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