De padres e hijos: Conocer lo invisible

Por Paulo Coelho
20 de Noviembre de 2011

Has estudiado tantos años y no consigues explicar con simplicidad cómo Dios es invisible y está en todas partes –dijo el padre–. Por favor, hijo mío, olvida la sabiduría que nos aleja de los hombres, y vuelve a procurar la inspiración que nos aproxima.

El alquimistaCuando Ketu completó doce años de edad fue enviado a un maestro, con el cual estudió hasta completar sus veinticuatro. Al terminar su aprendizaje, volvió a su casa lleno de orgullo.

Su padre le dijo: ¿Cómo podemos conocer aquello que no vemos? ¿Cómo podemos saber que Dios, el Todopoderoso, está en todas partes?

El chico comenzó a recitar las escrituras sagradas, pero su padre lo interrumpió: Esto es muy complicado; ¿no existe una forma más simple de aprender sobre la existencia de Dios?
- No que yo sepa, padre mío. Hoy en día soy un hombre culto, y necesito de esa cultura para explicar los misterios de la sabiduría divina.

- Perdí mi tiempo y mi dinero enviando a mi hijo al monasterio –se quejó el padre.
Y cogiendo a Ketu por las manos lo llevó a la cocina. Allí llenó una vasija con agua y mezcló un poco de sal. Después salieron a pasear por la ciudad.

Cuando volvieron a la casa, el padre pidió a Ketu: Trae la sal que coloqué en la  vasija. Ketu buscó la sal pero no la encontró, pues ya se había disuelto en el agua.
- Entonces, ¿ya no ves la sal? Preguntó el padre.
- No. La sal  está invisible.
- Prueba, entonces, un poco de agua de la superficie de la vasija. ¿Cómo está?
- Salada.
Prueba un poco del agua del medio. ¿Cómo está?
- Tan salada como la de la superficie.
- Ahora prueba el agua del fondo de la vasija y dime qué gusto tiene.
Ketu la probó y el gusto era el mismo que antes.
- Has estudiado tantos años y no consigues explicar con simplicidad cómo Dios es invisible y está en todas partes –dijo el padre–. Usando una vasija de agua y llamando “sal” a Dios, yo podría hacer entender eso a cualquier campesino. Por favor, hijo mío, olvida la sabiduría que nos aleja de los hombres, y vuelve a procurar la inspiración que nos aproxima.

El alumno ladrón

Un discípulo del maestro zen Bankei fue sorprendido robando durante la clase. Todos los otros pidieron su expulsión, pero Bankei decidió no hacer nada.

Días después el alumno volvió a robar, y el maestro continuó callado. Disconformes, los otros discípulos exigieron que el ladrón fuera castigado, ya que el mal ejemplo no podía continuar.

-¡Cuán sabios sois!, dijo Bankei. Habéis aprendido a distinguir lo correcto de lo  equivocado, y ya podéis estudiar en cualquier otro lugar. Pero este pobre hermano no sabe lo que está bien y lo que está mal, y solo me tiene a mí para enseñarlo.
Los discípulos nunca más olvidaron la sabiduría y generosidad de Bankei, y el ladrón nunca más volvió a robar.

Que valga la pena

El joven contemplaba el océano en la cubierta de un navío carguero cuando una ola inesperada lo tiró al mar. Después de mucho esfuerzo, un marinero consiguió rescatarlo.
- Le estoy muy agradecido por haberme salvado la vida, dijo el joven.
- De nada –respondió el marinero. Pero procure vivirla como algo que valió la pena salvar.

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