El divorcio: ¿solución o desventura?

Por Ángela Marulanda
08 de Junio de 2014

Al mundo no vinimos a “vivir felices”, como nos hace creer la cultura consumista, sino a merecernos la felicidad. Y no hay mejor entrenamiento para este propósito que el matrimonio porque es una experiencia ideal para enseñarnos a colaborar, a perdonar, a servir y a compartir, es decir, a amar. Pero como ahora vivimos en función de tener más y no de dar más, cada vez hay más divorcios porque “no somos felices”.

Sin duda, a pesar de todas las ventajas de que gozamos hoy, hay más problemas que nunca y más matrimonios que se acaban principalmente porque la cultura consumista nos ha convencido de que al mundo vinimos a gozar y no a sufrir. Y el matrimonio exige mucho trabajo y esfuerzo.

El divorcio no soluciona los problemas de pareja, sino que los empeora. Eso de que “él vive tranquilo en su casa, yo en la mía, los niños van de un lado a otro y todos somos felices” no es cierto. Lo que logra el divorcio es que se agraven los problemas existentes y surjan otros más serios. Si los conflictos eran por dinero, serán peores porque hay que sostener dos casas y los gastos se duplican. Si eran por “incompatibilidad de caracteres”, serán más incompatibles cuando se vean mutuamente como enemigos. Si eran por falta de comunicación, una vez separados ya no habrá diálogo, sino alegatos disputándose con qué se queda cada uno.

La separación no es el ideal que muchos creen, salvo cuando hay tanto malestar en la convivencia que todos se perjudican, especialmente los hijos. Pero no es fácil, porque cuando los padres no viven juntos tienen el doble de cargas y la mitad de recursos (humanos y financieros) para la familia. Y los niños pierden mucho porque los padres se dedican a darles todo lo que piden y no lo que necesitan: presencia, normas y exigencias.

No quiero decir que la mejor opción sea continuar juntos y desdichados, sino decidirse a cambiar de actitud y no solo de cónyuge. Se necesitan más esfuerzos para acabar la relación que para arreglarla. Y de ahí en adelante todo es más complicado, porque ya no hay que mantener una casa sino dos, lidiar con un cónyuge sino con un “ex” que odiamos, ni cuidar unos hijos amorosos sino resentidos. Es decir, los problemas no se acaban sino que se multiplican y todos salimos perjudicados.

www.angelamarulanda.com

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