Quizás en ninguna otra ciudad el calificativo de ‘eterna’ adquiere la preponderancia que uno advierte en Roma. El director cinematográfico Paolo Sorrentino lo capturó exquisitamente en La grande bellezza, la película que le dio el Óscar el año pasado. En las largas y reflexivas caminatas por calles milenarias, el protagonista respira el oxígeno de las civilizaciones que todavía podemos palpar en edificios, rincones y ruinas monumentales.

La sorpresa es descubrir en medio de toda esa magnificencia las estructuras arquitectónicas modernistas que se recogen en el reportaje del New York Times. 

Los descubrimientos son alucinantes, por los súbitos contrastes. Caminando por los salones del Museo Maxxi “es imposible no sentirse revitalizado por el flujo de espacio y luz”. (O)